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La niña del papagayo

pishirulamarcelaApuntes4 de Julio de 2016

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LA NIÑA DEL PAPAGAYO

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Ruy era un chico muy débil y pálido. Como siempre estaba enfermo, se pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en su habitación y sólo con muchos ruegos conseguía que su mamá le permitiera colocarse en la ventana de la sala, para mirar a través de los vidrios a los niños que jugaban en la calle.

Una tarde gris, mientras afuera caía la lluvia, el pobre Ruy aburrido y triste, se fue a sentar en un sillón de la sala, buscando algo con qué distraerse, y así fue como tropezaron sus ojos con un cuadro situado en un rincón oscuro, en el que nunca había reparado. Se puso a observarlo detenidamente. Era una linda niña, vestida de azul, y que tenía en la mano un papagayo rojo y verde. Después de mirarlo un largo rato, notó que la niña le sonreía y para convencerse que no era una ilusión suya, se frotó los ojos. Cuando volvió a mirar el cuadro la niña había desaparecido.

-Vamos a jugar, le dijo ella, saltando al suelo. No puedo demorarme mucho.

Pero no pudieron jugar porque a la niña del papagayo no le gustaban los juguetes de su nuevo amigo.

-Mañana volveré a la misma hora y te llevaré a mi casa-dijo la niña.

-Se enojará mi mamá-dijo Ruy.

Al día siguiente, fue a sentarse otra vez en el viejo sillón de la casa y al mirar al cuadro, la niña le sonrió nuevamente. Al poco rato estaba sentada en el sillón junto a él.

-Vamos a mi casa-le dijo. Pero quítate los zapatos, porque de otro modo con tanto peso, no podrás correr en el campo.

Ruy obedeció y la niña del papagayo lo tomó de la mano y lo introdujo en el marco de la vieja pintura. No bien se encontró dentro, Ruy empezó a sentir el rumor de las hojas de los árboles agitadas por el viento y el suave calor del sol sobre su cabeza. La chocita estaba muy lejos.

-Otro día iremos a tu casa-le dijo el pobre Ruy muerto de cansancio.

-Tienes razón, ya pronto serán las siete.

Y echaron a correr. Llegaron en el preciso momento en que la madre de Ruy encendía la luz. Por fortuna, no se dio cuenta de nada… Sólo al acercarse notó a Ruy agitado y sudoroso y se asombró más al ver sus medias y zapatos en el suelo.

En castigo tuvo que quedarse en cama todo el día siguiente.

La primera tarde que pudo ir a la sala, la niña del papagayo no se sonreía con él.

-¿Irás conmigo hoy?-le preguntó ella.

-Me puede hacer daño-le contestó Ruy. Hace mucho aire en ese camino y me puedo enfermar.

Mientras estaban discutiendo el papagayo se escapó y empezó a volar por la habitación, dando grandes chillidos. En vano trataron de cogerlo.

-Pronto serán ya las siete-dijo sollozando- y tendré que volver a mi cuadro sin el papagayo. ¿Qué haré?

Y dijo luego:

-Si alguien mueve el cuadro de ese sitio donde está colgado, ya nunca podré volver a él. Y si estoy dentro, no podré salir tampoco nunca más. Y en este caso, perderás a tu amiga.

En eso se oyeron unos pasos y la niña asustada cogió a Ruy de la mano y  dio con él un salto dentro del cuadro.

Se abrió la puerta del salón y apareció la madre de Ruy.

-¿Dónde se habrá metido este chico?-dijo.

Se disponía a salir, cuando sintió un ruido y vio al papagayo aleteando desesperadamente.

-¡Pobre pájaro!- y abrió la ventana. El papagayo se fue como un relámpago.

La señora dio una vuelta por la habitación y notó el cuadro mal colgado en un rincón. Representaba a un niño y una niña vueltos de espaldas.

-¿Quién habrá puesto aquí este mamarracho?- se dijo mientras lo descolgaba y lo llevaba al depósito de las cosas inservibles.

No sé qué pensarían los padres de Ruy al notar su desaparición. Pero dicen que han oído hacia el atardecer un gran ruido en el depósito de las cosas viejas y voces de niños que juegan y cantan, junto al rumor de las hojas de los árboles, agitadas por el viento.

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