Las Redes
6 de Abril de 2015
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DE CÓMO KARLI FUE A
PARAR A CASA DE LA ABUELA
Dice la gente que a los sesenta y siete años ya se es viejo. La abuela, no. La abuela ha dicho siempre – y lo suelen decir muchos-que uno es tan joven como se siente. Y la abuela se sentía bastante joven. Decia también la abuela que por fuera era vieja y por dentro, una muchacha. Los que la conocían bien se lo creían. La abuela no tenia mucho dinero. A veces se quejaba de su escasa pension y de su difunto marido, quien no había sido precisamente una lumbrera, pero prefería reir que quejarse. Y sabia arreglárselas. Su piso de Munich era pequeño y casi tan viejo como ella. El sofá se venia abajo con frecuencia cuando el peso de las visitas era excesivo. Solo la estufa de fueloil era excesivo. Solo la estufa de fueloil era nueva y la abuela no acababa de arreglárselas con ella. Tenia miedo de que salieran las dos volando por los aires cualquier dia. Cuando la estufa empezaba a borbotear y a hacer glu – glu, la abuela le hablaba como si fuera un burro testarudo. A la abuela le gustaba hablar consigo misma y como las cosas que le rodeaban. Los que nola conocían bien tenían que acostumbrarse. Incluso en medio de una conversación empezaba a veces a hablar consigo misma y, cuando el otra la miraba sorprendido, la abuela meneaba simplemente la cabeza como diciéndole que no se refería a el.
A la abuela todos la llamaban abuela: los vecinos, el panadero de la esquina, los chicos del patio que de vez en cuando se burlaban de ella pero que, en realidad, la querían y hasta le subían a veces la bolsa de la compra al quinto piso, porque en la casa en que vivía la abuela no había ascensor.
-No somos príncipes – solia decir la abuela cuando le acababa el aliento en el tercer piso y tenia que tomarse un pequeño descanso
“Frau Erna Bittel” ponía en letras de adorno en la puerta del piso. Su hijo le pregunto una vez por lo de “Frau” delante de su nombre.
-Es que tu eres tonto- le había respondió la abuela-Asi es como quiero que me llamen. Despues de la muerte de Otto la gente podría creer que soy una vieja solterona. Y eso es lo que no soy.
El hijo de la abuela tenia otro hijo. De el y de la abuela trata esta historia. Se llama Karl-Ernst, o se llamaba – mejor dicho – porque desde un principio le llamaron Karli.
Karli creció en una pequeña ciudad cerca de Dusseldorf. Su padre trabajaba en las oficinas de una fabrica.
-Era el que calculaba lo que iban a cobrar los otros
-Asi explicaba Karli la profesión de su padre.
A veces, el padre de Karli, los viernes por la tarde casi siempre, se iba a la taberna, volvia borracho a casa y le entraba el llanto. La madre de Karli se quejaba:
-¡Ya vuelve a estar esta calamidad con las dichosas lamentaciones del fin de semana!
Karli no lo comprendía. Su padre era una persona mas bien alegre y Karli se entiendia bien con el. Mejor que con su madre, quien siempre protestaba de lo mucho que ensuciaban los dos y de lo mucho que tenia que limpiar.
Y se pasaba el dia limpiando.
-Pues esto no es normal-dcia el padre de Karli.
Los padres de Karli murieron en un accidente de automóvil cuando Karli tenia cinco años. Habian salido con unos conocidos – ellos no tenían coche- y a Karli lo habían dejado en casa de la vecina. Alli acudió también el policía que le dijo a la mujer.
-Han muerte los dos
Al principio Karli no lo comprendió. Karli tardo mucho tiempo en poder imaginarse que iba a volver a ver a sus padres. Que se habían ido para siempre
-No es posible – solia decir.
La vecina lo metió en cama y un medico le puso un supositorio. A Karli le entro la risa.
-Ahora vas a poder dormir. Primero tienes que dormir. Hombrecito – le dijo el medico
A Karli lo de hombrecito le pareció idiota y el medico tonto. Aquellos días todo el mundo le parecía o de abrazarlo, porque no paraban de acariciarle la cabeza o de abrazarlo, porque se portaban todos de forma muy distinta.
La abuela no. Llego la abuela – también debía haber llorado – y empezó en seguida a mandar:
-¡Hay que seguir, de alguna forma hay que seguir¡
Y ante un montón de desconocidos, en presencia de Karli, decidió:
-A Karli me lo llevo yo. Karli se queda conmigo.
Uno de ellos le dijo
-¡A tu edad, Erna¡
La abuela, al oírlo, se echo a reir y le grito:
-¿Es que lo quieres tu?¡Dejate de tonterías, entonces!
Karli había visto pocas veces a la abuela, pero siempre le había gustado . La abuela hablaba un poco mas alto de lo acostumbrado, decía palabras que no siempre eran decentes y trataba a su hijo como si fuera de la edad de Karli. Ala madre de Karli la llamaba llorona y al padre, a veces, flojeras. A Karli lo llamaba Karli y nunca hombrecito, jovenzuela o monada.
Lo tomaba en serio
A Karli le sorprendió lo rápido que se liquidaba un piso y lo pronto que el piso liquidado se vaciaba. La abuela repartió los muebles.
-Todo eso no lo necesito – dijo
Al final a Karli le quedo una maleta con sus cosas y nada mas. Y con la maleta que arrastraba la abuela salió de la ciudad en la había vivido con sus padres. A casa de la abuela, a Munich.
Ahora soy yo la tengo al chico. Estoy loca, una vieja y un niño que hasta dentro de doce o tres años, como minimo, no podrá valerse por si mismo. ¿He de cumplir los cien por culpa de Karli? ¿Si no lo hago yo, quien de los parientes lo hubiera recogido? A final lo hubieran metido en un orfanato. ¡Y eso no puede ser! ¡Eso no! Seguro que va a echar de menos a sus padres y ni se enteran de que os tienen. Voy a procurar olvidarme de que soy vieja. Karli y yo ya nos las arreglaremos.
LA ABUELA ES DIFERENTE
Karli se acostumbra rápidamente a la abuela, aunque el piso le siguiera pareciendo raro. Pero al fin y al cabo la abuela hace ya muchos años tiene todos esos muebles y no va a comprar otros nuevos solo por el. Karli tiene un cuarto casi para el solo. Durante el dia la abuela lo utiliza para coser y Karli, por la noche, tiene que ir recogiendo agujas para no pincharse los pies.
En muchas cosas la abuela es diferente. Una de las primeras noches, Karli, quien no podía dormir, entro en el cuatro de baño que esta junto a su habitación y encontró un vaso de agua con los dientes de la abuela: Karli se pego un susto terrible y no se atrevió a tocarlos por miedo a que se le cerraran
Por la mañana le pregunto:
-¿Desde cuando se sacan los dientes de la boca?
Yo no puedo.
La Abuela se lo explico:
-Es que estos no son mis dientes, Karli. Los míos se han caído todos, los he perdido. Igual que tu tus dientes le leche. Lo que pasa es que la tercera vez ya no crecen. Se los hacen a una.
-¿Tienes que lavártelos también? –Pregunto Karli.
La abuela no quiso seguir hablando de la dentadura postiza.
-Todo eso no es tan importante, Karli.
En casa de la abuela el día transcurría de una forma distinta. La abuela se levantaba todavía más temprano que el padre de Karli, aunque no tuviera que ir a la oficina. Le explico el porque:
-Me duele todo el cuerpo, Karli. Es la gota, ¿Sabes?
Karli era incapaz de imaginárselo
-¿Una gota de que?
-La gota es una enfermedad que se coge de viejo
-Dijo la abuela
A las seis de la mañana la abuela andaba ya metiendo ruido por el cuarto de al lado y despertaba a Karli.
Pero Karli no tenia ganas de levantarse tan temprano, se tapaba la cabeza con la manta y se ponía a pensar en sus padres. Lo hizo durante mucho tiempo, tres meses casi, hasta que fue a la escuela y tuvo amigos.
El desayuno era a las siete. La abuela tenia una taza tres veces mayor que las de casa de Karli. Era el tazon del café. Lo llenaba hasta el borde y sorbia. A Karli su madre se lo había prohibido. – No sorbas, abuela – decía Karli
La abuela lo mira asustada, dejaba el tazon en la mesa y le preguntaba:
-¡Oye! ¿Son esas formas de hablar conmigo?
-Mi madre decía siempre que no sorbiera. Y tu sorbes.
A partir de entonces la abuela se esforzó por no sorber. Tan difícil le resultaba que, al desayunar, se bebía solo la mitad del tazon y luego, cuando Karli jugaba en el otro cuarto, sorbia el resto.
La abuela había decidico no volver a llevarlo al parvulario antes de que fuera a la escuela.
-Estos seis meses es mejor que nos acostumbremos el uno al otro, Karli.
A karli, al principio, le pareció una tontería. Luego se alegro. Los días con la abuela eran mas movidos y siempre pasaban cosas. Por la mañana repartían volantes que le llegaban a la abuela de cualquier fabrica. Decían que en el “ Asteria” exponían lavadoras y que hacían regalos, o que para el café lo mejor era el filtro “Passa-Passa”
-No es que me paguen muy bien-decía la abuela -, pero asi me muevo. Por nada del mundo compraría esos cachivaches que venden. Tu no tienes idea de lo tonta que es la gente, Karli.
Fuera donde fuera, siempre había gente que la conocía. Y ella, entonces, “echaba la parrafada”. A Karli le resultaba aburrido pero, como solían darle caramelos, aguantaba y le decía a la abuela:
-Me parece estupendo que repartas. Después iban de compras. A la abuela en las tiendas del barrio le temían. No había quien le diera gato por liebre. La abuela decía:
-Si yo me lo tengo que pensar tres veces antes de gastarme un dinero, tendré derecho también a darle otras tres vueltas como mínimo a lo que voy a comprar
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