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Los venezolanismos

JaimesLuisEnsayo18 de Diciembre de 2015

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Universidad Católica Andrés Bello
Facultad de Humanidades y Educación
Escuela de Comunicación Social
Materia: Literatura y comunicación
Alumna: Lorena Jaimes Arcuri       C.I: 20.606.513


Venezolanismos

        Si hay algo que me descoloca completamente es la simpleza de ciertas afirmaciones.  Sin menospreciar la riqueza del buen castellano, creo que es más acertado decir que, a veces, nuestra cultura puede ser cualquier cosa menos chévere. Me permito, entonces, citar una frase popular del imaginario colectivo: “es que el venezolano es así”.

        Ahora que lo releo me lo he pensado mejor, no es la simpleza lo que me molesta. Es la audacia que se tiene para que el deber ser se arroje, en caída libre,  a la resignación. Si así somos, ¿qué sentido tiene, pues, que pierda mi tiempo en una guacharaca mental? Porque yo no soy así. En contra de aquel territorio conquistado decido alzar mi bandera, llena de exclamaciones e improperios, adiós al glamour.

        Hay algo más venezolano que una arepa y es esa capacidad aprendida de no ser exigentes. Y esto aplica a todo. Particularmente, me gusta remitirme al sistema ferroviario de la Venezuela potencia.  Si el infierno tuviera sede sería en aquel lugar. ¡Qué maravilloso desastre! ¡Qué orquesta de improperios lo inundan todos los días! ¡Ah, que gloria supone la Quinta y no la Cuarta!

        Mi mamá suele decirme que, desde que abrió, la línea 2 del Metro de Caracas es un desastre. Que para qué me enojo si eso será así por siempre. ¿Será que se ve o lo tengo que ilustrar? He ahí una clara muestra de conformismo. Parece que arrecharse no es cool. ¿Por qué el venezolano tiene esa mala maña de esperar que le saquen la pata del barro? ¿Será que el trópico no nos da la claridad de los orientales? En cristiano: los chinos que todo lo ejecutan y el venezolano que todo se lo rasca.

        Sueno como toda una apátrida pero eso también es un error. Exigir, criticar, no debería ser malo, he ahí otra conducta aprendida. Pienso que hemos olvidado nuestro poder como sociedad. Esos son los efectos secundarios de un paternalismo arraigado, desde siglos, en nuestra cultura. Se nos olvida que quienes otorgamos un título somos nosotros, tan pronto como lo damos este puede ser revocado sino se cumplen las expectativas del pueblo.

        Ese es el deber ser. Aquel poder que tiene un presidente es, en realidad, una quimera. El poder está en quienes eligen y derrocan. Si aún no comprendemos esto no me extraña nuestra situación actual.

        Si no somos capaces de exigir en lo mínimo, ¿cómo esperamos un mejor gobierno, mejores servicios, mayor seguridad y una exoneración permanente del paternalismo? Comprendo, también, que un régimen totalitario no ayuda. Pero, ¿de quién es la culpa en realidad? Me atrevo a decir que nuestras propias decisiones nos arrastraron a la Venezuela de ahora.

        Y el conformismo es un cáncer que reside en nuestra sociedad desde hace años. No somos capaces de darle un valor agregado a nuestro país más allá de sus paisajes, su clima, y cualquier sustantivo o adjetivo que solemos usar cuando alguien habla mal del país. Reitero: ese hablar mal, es decir la verdad.

        Y quiero ser clara en esto: las riquezas naturales de nuestro país son únicas y maravillosas pero, ¿de qué vale solo eso? ¿Y lo demás? ¿Se vive solo de belleza?  En la Venezuela adolescente todas las excusas se valen. Es hora de crecer y hacer la diferencia como sociedad. Es tiempo de madurar.

        Con el conformismo viene algo muy peligroso e intransigente: comparar. Justificarlo o no es entrar en una batalla perdida. Pero lo que sí quiero destacar es que la comparación es lo que para un adolescente es la baja autoestima: un callejón sin salida. Pero hay más peligros: la corrupción, la inseguridad, la intolerancia, la desasistencia, y pare usted de contar.

        Es momento de un examen de consciencia y actitudes. Hay muchas vías para lograr un cambio y cada quién tiene su forma. Hoy en día es importante recuperar los valores y costumbres que hemos olvidado como sociedad. Pensar en el colectivo y garantizar el bienestar ajeno es una vertiente que abre paso a generaciones con conciencia ciudadana. Recordando siempre que, la acción y el ejemplo, son extremidades de un mismo cuerpo.

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