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Personajes De cóndores No Entierran Todos Los días


Enviado por   •  10 de Diciembre de 2014  •  450 Palabras (2 Páginas)  •  2.759 Visitas

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León María Lozano fue conocido en Tuluá como el jefe de los 'pájaros' durante la violencia de la mitad del Siglo **. Católico, conservador a ultranza y vendedor de quesos, así era el hombre que llenó de temor al centro del Valle. No cabe duda que León María Lozano Lozano, 'El Cóndor', tuvo el temple del acero. En lo que, medio siglo después, Tuluá no ha podido ponerse de acuerdo es si esa dureza fue el látigo que desangró su historia o lo que se sabe de aquel conservador a ultranza es lo que construyeron los mitos y las leyendas.

Cinco décadas después de los balazos que lo dejaron tendido en una calle de Pereira, sus pasos todavía se sienten en los oscuros pasillos de la memoria tulueña.

Su ennegrecida fama trascendió la pluma de Gustavo Álvarez Gardeazábal en ‘Cóndores no entierran todos los días’ y circula en los recuerdos de los ancianos, las elucubraciones de los más jóvenes y en una que otra huella que emerge de ésta ciudad, donde la modernidad no ha sido capaz de espantar al pasado.

el señalador. Era vendedor de quesos de la galería, ‘godo’ por herencia, católico hasta la médula y cliente infaltable de la misa de seis de la tarde.

Siempre de traje oscuro, a pesar del calor del Valle, y generalmente ataviado de sombrero fue para muchos la encarnación de la maldad.

El historiador Ómar Franco relata que desde el 9 de abril de 1948, cuando Lozano salió a enfrentar la turba que furiosa intentó tomarse el templo de los salesianos, la suya se convirtió en una lucha a muerte contra los liberales, a quienes consideraba sus enemigos.

Apoyado ciegamente en su fe y en el amor por su partido se convirtió, de acuerdo con Franco, en el líder de los ‘pájaros’ en el municipio, y luego, en el departamento. Muchos coinciden en que su bandera le forró el corazón y le cubrió los ojos para liderar las acciones violentas de la guerra partidista que, según Álvarez Gardeazábal, dejó más de 3.400 muertos en la región.

“Nunca ambicionó dinero, aunque había podido ser muy rico. Manejó el partido desde la violencia y en Tuluá no se movía una hoja sin que él lo supiera. Fue una época aciaga, donde el progreso se paralizó y el campo quedó desolado. Por eso me da rabia que algunos pretendan creer que fue un personaje ilustre”, expresa Franco.

El historiador Carlos Escobar cuenta que aquel hombre “fue el dueño de la vida y de la muerte entre 1954 y 1957 en la Villa de Céspedes” y que aún sin ejecutar personalmente los crímenes se convirtió en el “señalador” cuyo dedo regó de muerte el territorio.

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