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DESCARTEs

Palomix933 de Mayo de 2015

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El fragmento que comentamos pertenece a la IV Parte del Discurso del Método, en la cual Descartes nos narra cómo, tras la aplicación de la duda metódica, halló una primera verdad indubitable, el cogito, las características de esta verdad y la existencia de otras verdades, deducidas de esta primera: Dios y el mundo. La obra constituía el prólogo de la publicación anónima en 1637 de tres ensayos, titulados La dióptrica, los meteoros y la geometría. Curiosamente, con el paso del tiempo, tal prólogo pasó a convertirse en una de las señas de identidad del proyecto filosófico de Descartes, pues de modo bastante resumido y en francés, exponía la necesidad de recurrir a un método adecuado para la filosofía y los resultados efectivos obtenidos por el propio Descartes tras la aplicación de tal método. Descartes, hombre polifacético e inquieto, también cultivó las ciencias y participó activamente en los sucesos de su tiempo, como muestra de ello cabe decir que es el inventor de la Geometría Analítica, seguidor de las tesis heliocéntricas de Copérnico y Galileo y soldado en los frentes de batalla en los que se enfrentaron a lo largo del siglo XVII católicos y protestantes. La figura de Descartes (1596- 1650) representa ejemplarmente el ambiente que se vivía en el siglo XVII. Después de la crisis que había representado el Renacimiento durante los dos siglos anteriores, Europa se enfrenta con graves problemas que exigen nuevos métodos para solucionarlos. Los conflictos sociales se agudizan: la sociedad estamental de la Edad Media, basada en la posesión de la tierra y las organizaciones gremiales, se muestra impotente para responder a la nueva realidad. La nobleza aún conserva el poder, pero cada vez resulta más cuestionada por continuas revueltas campesinas y conflictos con la burguesía. Desde el punto de vista económico estamos en el momento en el que el capitalismo naciente trata de abrirse paso en una estructura aún feudal, decididamente anticuada pero que aún se resiste a dejar paso a nuevas formas de organización económica. El hambre resulta una amenaza permanente; las continuas guerras exigen el continuo aumento de los impuestos, que el pueblo no puede soportar. Los comerciantes y fabricantes ven aumentar su poder real pero aún este poder no está reconocido políticamente. Es decir, en el siglo XVII se asiste al esfuerzo por encontrar nuevos métodos políticos, económicos y culturales que sean capaces de reemplazar a la estructura medieval que, a pesar de estar realmente superada, se aferra al poder. Como toda crisis prolongada resulta insoportable para los ciudadanos, surgen en muchas naciones europeas (como Francia, Inglaterra, España) las monarquías absolutas, consideradas como el único medio de unificar un poder cada vez más disperso y cuestionado. Culturalmente hablando, es la época del Barroco, en el que predomina una actitud pesimista: el hombre percibe la realidad y su vida como movimiento, mudanza y fugacidad. El tiempo pasa a convertirse en una obsesión, todo es 3 contingente y azaroso, no parece haber en el mundo humano ningún tipo de orden. Todo es percibido como apariencia y la esencia de las cosas parece permanecer oculta. Así, la búsqueda de Descartes de la certeza en medio de las dudas y de los engaños no parece una mera actitud retórica, más bien parece constituir la máscara que adopta Descartes para desenmascarar las contradicciones de su tiempo. El apogeo de la literatura, y en especial del teatro, también parece ser un claro síntoma de esa actitud del hombre barroco por disimular sus auténticos sentimientos e inquietudes: frente al reconocimiento del miedo, la hipérbole; frente a la vida, el sueño (piénsese en los casos de Calderón y Shakespeare). Filosóficamente hablando, las ideas sufren una crisis tan profunda como todos los demás aspectos de la cultura. La filosofía “oficial” de la época seguía siendo la Escolástica medieval; pero estaba claro que esa filosofía dogmática y que rechazaba la crítica no podía satisfacer la inquietud de los intelectuales de la época, marcados por las novedades que había traído el Renacimiento y, sobre todo, el nuevo enfoque de la ciencia, representando por personajes de la talla de Copérnico y Galileo, que revolucionaron la manera de entender no sólo el mundo, sino también el Universo. Sin embargo, también en este aspecto el pasado se resiste a morir: la Inquisición se muestra muy activa y a Galileo casi le cuestan la vida sus descubrimientos científicos. El mismo Descartes, pese a su prudencia, no se salva de persecuciones y conflictos con el poder (no es anecdótico que Descartes publicara el Discurso de forma anónima). En Francia la figura de Montaigne representa la revitalización del escepticismo antiguo. Este autor, tan hijo de su época como Descartes, concluye, ante las contradicciones en el campo del conocimiento y de la religión, que no nos es posible conocer la verdad y que, por tanto, debemos atenernos a la duda. La filosofía de Descartes se constituirá en franca oposición a esta postura e, incluso, el recurso a la duda por parte de Descartes no representa sino el mismo intento de combatirla y desarmarla en su propia raíz. En el campo de la física, destaca la figura de Gassendi, revitalizador a su vez del antiguo atomismo griego. Para Gassendi, la naturaleza se compone de átomos y, por tanto, no hay en ella ninguna necesidad, siendo la materia finitamente divisible. Frente a estas tesis, Descartes planteará un modelo de naturaleza mecanicista, en el que todo es explicado recurriendo sólo a la materia y a su carácter extenso, siendo ésta infinitamente divisible. La polémica entre Descartes y Gassendi marcará gran parte del desarrollo de la Física durante este siglo. Además, Gassendi se erigió en uno de los críticos más mordaces de la concepción de la sustancia de Descartes. Tampoco podemos entender cabalmente el pensamiento cartesiano sin entroncarlo en la tradición escolástica, de la que, en un principio partió, y de la que se presenta como su alternativa más completa. La relación de Descartes con la escolástica es ciertamente ambigua: toma de ella alguno de sus conceptos claves (por ejemplo, las nociones de Dios y de sustancia), pero, al mismo tiempo, reniega firmemente de la validez de sus métodos. 4 Pero la influencia más constructiva que se aprecia en Descartes es la de la nueva ciencia, es decir, aquella que se ha ido configurando en torno a la revolución en el campo de la astronomía y que se fue extrapolando a otros ámbitos del saber. Especialmente interesantes resultan en este contexto las reflexiones sobre el método de autores como Bacon y Galileo, de las que Descartes parte para formular el suyo propio. Y en este método cartesiano también podemos apreciar la gran influencia ejercida en él del método geométrico: para Descartes, esa combinación de la intuición y la deducción suponen hasta ese momento el mejor exponente del buen uso de la razón y, a partir de aquí, Descartes se preocupó por dotar a otros campos del conocimiento de ese mismo rigor en el proceso de razonamiento. La importancia de Descartes consiste, además, en que él inicia la corriente del racionalismo, caracterizada básicamente por la afirmación de la existencia de ideas innatas y por concebir a la razón de modo autónomo, es decir, como un instrumento capaz de conocer toda la estructura de la realidad partiendo desde sus propios fundamentos. También es sumamente significativo Descartes por haber hecho depender el conocimiento del sujeto y no de la realidad, es decir, a partir de Descartes, la relación sujeto-objeto que implica todo acto de conocimiento, se explicará a partir del sujeto, del yo, y no ya de las cosas. En definitiva, la importancia de Descartes consiste en que él inicia la filosofía moderna, al poner en duda los cimientos de la filosofía medieval e inaugurando un nuevo camino que será proseguido por filósofos como Spinoza, Leibniz, Locke, Hume y Kant. Descartes es el último pensador medieval a la vez que el primer pensador moderno; y es precisamente esta ambigüedad la que va a caracterizar gran parte de la herencia cartesiana. 2ª/ Comentario del texto. 2. a. Explicación de los términos subrayados en el texto. Sustancia: en el fragmento que comentamos, el término “sustancia” aparece explicado como aquello que “para existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de cosa alguna material y cuya esencia o naturaleza no reside sino en pensar”. Para Descartes, “sustancia” es todo aquello que existe de tal manera que no necesita de ninguna otra cosa para existir. Entendida de manera literal, esta definición sólo es aplicable a Dios, puesto que el resto de los seres necesitan de Dios para existir. Pero, en un sentido derivado, Descartes también aplicó esta definición para designar a aquellos otros ámbitos de la existencia, que, siendo radicalmente diferentes entre sí, sólo necesitan del concurso divino para existir. De este modo, también son sustancias el pensamiento o res cogitans y los cuerpos o res extensa. Como resultado de esta distinción, la realidad queda dividida, según Descartes, en dos ámbitos totalmente distintos: el ámbito puramente mental y el ámbito material; separación que se conoce con la denominación de “dualismo ontológico”. 5 La sustancia sólo puede ser conocida a través de un rasgo fundamental o esencial que Descartes llamó “atributo”, y del cual dependen, a su vez, una serie de propiedades que lo modifican y caracterizan, llamadas por Descartes “modos”. Así, en el caso de la sustancia pensante, su atributo es el pensamiento y constituyen sus modos, entre otros, la voluntad y la memoria. En el caso de la sustancia material, la extensión es su atributo y sus modos son, entre otros, la figura y el tamaño. Alma: en el fragmento que comentamos, el término

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