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Dante's Inferno

tomytaco7013 de Octubre de 2013

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PURGATORIO

CANTO I.

Por surcar mejor agua alza las velas ahora la navecilla de mi ingenio, que un mar tan cruel detrás de sí abandona; y cantaré de aquel segundo reino donde el humano espíritu se purga y de subir al cielo se hace digno.

Mas renazca la muerta poesía, oh, santas musas, pues que vuestro soy; y Calíope un poco se levante, mi canto acompañando con las voces que a las urracas míseras tal golpe dieron, Que del perdón desesperaron.

Dulce color de un oriental zafiro, que se expandía en el sereno aspecto del aire, puro hasta la prima esfera, reapareció a mi vista deleitoso, en cuanto que salí del aire muerto, que vista y pecho contristado había. El astro bello que al amor invita hacía sonreír todo el oriente, y los Peces velados lo escoltaban.

Me volví a la derecha atentamente, y vi en el otro polo cuatro estrellas que sólo vieron las primeras gentes. Parecía que el cielo se gozara con sus luces: ¡Oh viudo septentrión, ya que de su visión estás privado! Cuando por fin dejé de contemplarlos dirigiéndome un poco al otro polo, por donde el Carro desapareciera, vi junto a mí a un anciano solitario, digno al verle de tanta reverencia, que más no debe a un padre su criatura.

Larga la barba y blancos mechones llevaba, semejante a sus cabellos, que al pecho en dos mechones le caían.

Los rayos de las cuatro luces santas llenaban tanto su rostro de luz, que le veía como al Sol de frente.

¿Quién sois vosotros que del ciego río habéis huido la prisión eterna? -dijo moviendo sus honradas plumas.

¿Quién os condujo, o quién os alumbraba, al salir de esa noche tan profunda, que ennegrece los valles del infierno? ¿Se han quebrado las leyes del abismo? ¿O el designio del cielo se ha mudado y venís, condenados, a mis grutas?» Entonces mi maestro me empujó, y con palabras, señales y manos piernas y rostro me hizo reverentes.

Después le respondió: «Por mí no vengo.

Bajó del cielo una mujer rogando que, acompañando a éste, le ayudara.

Mas como tu deseo es que te explique más ampliamente nuestra condición, no puede ser el mío el ocultarlo.

Éste no ha visto aún la última noche; mas estuvo tan cerca en su locura, que le quedaba ya muy poco tiempo.

Y a él, como te he dicho, fui enviado para salvarle; y no había otra ruta más que esta por la cual le estoy llevando.

Le he mostrado la gente condenada; y ahora pretendo las almas mostrarle que están purgando bajo tu mandato.

Es largo de contar cómo lo traje; bajó del Alto virtud que me ayuda a conducirlo a que te escuche y vea.

Dígnate agradecer que haya venido: busca la libertad, que es tan preciada, cual sabe quién a cambio da la vida.

Lo sabes, pues por ella no fue amarga. en Utica tu muerte; allí dejaste la veste que radiante será un día.

No hemos quebrado las eternas leyes, pues éste vive y Minos no me ata; soy de la zona de los castos ojos de tu Marcia, que sigue suplicando que la tengas por tuya, oh santo pecho: en nombre de su amor, senos benignos.

Deja que andemos por tus siete reinos; le mostraré nuestro agradecimiento, si quieres que te nombre allí debajo. » «Tan placentera Marcia fue a mis ojos mientras que estuve allí -dijo él entonces- que cuanto me pidió le concedía.

Ahora que vive tras el río amargo, no puede ya moverme, por la ley que cuando me sacaron fue dispuesta.

Mas si te manda una mujer del cielo, como has dicho, lisonjas no precisas: basta en su nombre pedir lo que quieras. Puedes marchar, mas haz que éste se ciña con un delgado junco y lave el rostro, y que se limpie toda la inmundicia; porque no es conveniente que cubierto de niebla alguna, vaya hasta el primero de los ministros ya del Paraíso. En todo el derredor de aquella islita, allí donde las olas la combaten, crecen los juncos sobre el blanco limo: ninguna planta que tuviera fronda o que dura se hiciera, viviría, pues no soportaría sus embates. Luego no regreséis por este sitio; el sol os mostrará, que surge ahora, del monte la subida más sencilla. » Él desapareció; y me levanté sin hablar, acercándome a mi guía, dirigiéndole entonces la mirada. Él comenzó: «Sigue mis pasos, hijo: volvamos hacia atrás, que esta llanura va declinando hasta su último margen. » Vencía el alba ya a la madrugada que escapaba delante, y a lo lejos divisé el tremolar de la marina. Por la llanura sola caminábamos como quien vuelve a la perdida senda, y hasta encontrarla piensa que anda en vano. Cuando llegamos ya donde el rocío resiste al sol, por estar en un sitio donde, a la sombra, poco se evapora, ambas manos abiertas en la hierba suavemente puso mi maestro: y yo, que de su intento me di cuenta, volví hacia él mi rostro enlagrimado; y aquí me descubrió completamente aquel color que me escondió el infierno. Llegamos luego a la desierta playa, que nadie ha visto navegar sus aguas, que conserve experiencias del regreso. Me ciñó como el otro había dicho: ¡oh maravilla! pues cuando él cortó la humilde planta, volvió a nacer otra de donde la arrancó, súbitamente

CANTO II.

Ya había el sol llegado al horizonte que cubre con su cerco meridiano Jerusalén en su más alto punto; y la noche, que a él opuesta gira, del Ganges se salía con aquellas balanzas, que le caen cuando ha triunfado; tal que la blanca y sonrosada cara, donde yo estaba, de la bella Aurora mientras crecía se tornaba de oro.

A la orilla del mar nos encontrábamos, como aquel que pensara su camino, que va en corazón y en cuerpo se queda.

Y entonces, cuál del alba sorprendido, por el denso vapor Marte enrojece sobre el lecho del mar por el poniente, tal se me apareció, y así aún la viera, una luz que en el mar tan rauda iba, que al suyo ningún vuelo se parece.

Y separando de ella unos instantes los ojos, a mi guía preguntando, la vi de nuevo más luciente y grande. Apareció después a cada lado un no sabía qué blanco, y debajo poco a poco otra cosa también blanca.

Nada el maestro aún había dicho, cuando vi que eran alas lo primero; y cuando supo quién era el piloto, me gritó: « Dobla, dobla las rodillas. Mira el ángel de Dios: junta las manos, verás a muchos de estos oficiales.

Ve que desdeña los humanos medios, y no quiere más remo ni más velas entre orillas remotas, que sus alas.

Mira cómo las alza hacia los cielos moviendo el aire con eternas plumas, que cual mortal cabello no se mudan. » Después al acercarse más y más el pájaro divino, era más claro: y pues de cerca no lo soportaban los ojos, me incliné, y llegó a la orilla con una barca tan ligera y ágil, que parecía no cortar el agua.

A popa estaba el celestial barquero, cual si la beatitud llevara escrita; y dentro había más de cien espíritus.

«In Exitu Israel de Aegipto» cantaban todos juntos a una voz, y todo lo que sigue de aquel salmo.

Después les hizo el signo de la cruz; y todos se lanzaron a la playa: y él se marchó tan veloz como vino. La turba que quedó, muy sorprendida pareció del lugar, mirando en torno como aquel que contempla cosas nuevas.

De todas partes asaeteaba al día el sol, que había echado con sus flechas de la mitad del cielo a Capricornio, cuando la nueva gente alzó la cara a nosotros, diciendo: «Si sabéis, mostradnos el camino que va al monte. » Y respondió Virgilio: « Estáis pensando que este sitio nosotros conocemos; mas peregrinos somos de igual forma.

Llegamos poco antes que vosotros, por camino tan áspero y tan fuerte, que ahora el subir parece un simple juego. » Las almas que se dieron cuenta entonces por mi respiración, de que vivía, maravilladas, empalidecieron.

Y como al mensajero que el olivo trae, va la gente para oír noticias, y de apretarse esquivos no se muestran, así a mi vista se agolparon todas aquellas almas apesadumbradas, casi olvidando el ir a hacerse bellas.

Y yo vi que una de ellas se acercaba para abrazarme, con tan grande afecto, que me movió a que hiciese yo lo mismo. ¡Ah vanas sombras, salvo la apariencia! tres veces por detrás pasé mis brazos, y tantas otras los volví a mi pecho.

Creo que enrojecí, maravillado, y sonrió la sombra y se alejaba, y yo me fui detrás para seguirla.

Suavemente me dijo que parase; supe entonces quién era, y le rogué que, para hablarme, allí se detuviera.

«Así - me respondió- como te amaba en el cuerpo mortal, libre te amo: por eso me detengo; y tú ¿qué haces?» «Por volver otra vez, Cassella mío, adonde estoy, viajo; mas ¿por qué -le dije- tantas horas te han quitado?» Y él a mí: «No me hicieron injusticia, si aquel que lleva cuándo y a quien quiere, me ha negado el pasaje muchas veces; de justa voluntad sale la suya: mas desde hace tres meses ha traído a quien quisiera entrar, sin oponerse.

Por lo que yo, que estaba en la marina donde el agua del Tíber sal se hace, benignamente fui por él llevado.

El vuelo a aquella desembocadura dirigió, pues que siempre se congregan allí los que a Aqueronte no descienden. » Y yo: «Si no te quitan nuevas leyes la memoria o el uso de los cantos de amor, que mis deseos aquietaban, con ellos té suplico que consueles mi alma que, viniendo con mi cuerpo a este lugar, se encuentra muy angustiada. » El amor que en la mente me razona entonces comenzó tan dulcemente, que en mis adentros oigo aún la dulzura.

Mi maestro y yo y aquellas gentes que estaban junto a él, tan complacidas parecían, que en nada más pensaban.

Todos pendientes y fijos estábamos de sus notas; y el viejo

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