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El Análisis de la Apología de Sócrates

maria43141341Resumen22 de Mayo de 2013

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Platón

APOLOGÍA DE SÓCRATES

Ciudadanos de Atenas: Ignoro qué impresión habrán despertado en vosotros las palabras de mis

acusadores. Han hablado tan seductoramente que al escucharlas, casi han conseguido

deslumbrarme a mí mismo. Sin embargo, quiero demostraros que no han dicho ninguna cosa que

se ajuste a la realidad. Aunque de todas las falsedades que han urdido, hay una que me deja lleno

de asombro: aquella en que se decía que tenéis que precaveros de mí, y no dejaros embaucar

porque soy una persona muy hábil en el arte de hablar. Y ni siquiera la vergüenza les ha hecho

enrojecer al sospechar de que les voy a desenmascarar con hechos y no con unas simples

palabras. A no ser que ellos consideren orador habilidoso a aquel que sólo dice y se apoya en la

verdad. Si es eso lo que quieren decir, gustosamente he de reconocer que soy orador, pero jamás

en el sentido y en la manera usual entre ellos. Aunque vuelvo a insistir, que poco, por no decir

nada, an dicho que sea verdad.

Y, ¡por Zeus!,que no les seguiré el juego compitiendo con frases redondeadas, ni con bellos

discursos escrupulosamente estructurados como es propio de los de su calaña, sino que voy a

limitarme a decir llanamente lo que primero se me ocurra, sin rebuscar mis palabras, como si de

una improvisación se tratara, porque estoy tan seguro de la verdad de lo que digo, que tengo

bastante con decir lo justo, dígalo como lo diga. Por eso, que nadie de los aquí presentes, espere

de mí, hoy, otra cosa. Porque, además, a la edad que tengo sería ridículo que pretendiera

presentarme ante vosotros con rebuscados parlamentos, propios más bien de los jovenzuelos con

ilusas aspiraciones de medrar.

Tras este preámbulo, debo haceros, y muy en serio, una petición. Y es la de que no me exijáis

que use en mi defensa un tono y estilo diferente del que uso en el ágora, curioseando las mesas

de los cambistas o en cualquier sitio donde muchos de vosotros me habéis oído. Si estáis

advertidos, después no alborotéis por ello. Pues, ésta es mi situación: hoy es la primera vez que

en mi larga vida comparezco ante un tribunal de tanta categoría como éste. Así que, -y lo digo

sin rodeos-, soy un extraño a los usos de hablar que aquí se estilan. Y si en realidad fuera uno de

los tantos extranjeros que residen en Atenas, me consentiriais, e incluso excusaríais el que

hablara con aquella expresión y acento propios de donde me hubiera criado. Por eso, debo

rogaros (aunque creo tener el derecho a exigirlo) que no os fijéis ni os importen mis maneras de

hablar y de expresarme (que no dudo de que las habrá mejores y peores) y que por el contrario,

pongáis atención exclusivamente en si digo cosas justas o no. Pues, en esto, en el juzgar, consiste

la misión del juez, y en el decir la verdad, la del orador.

Así pues, lo correcto será que pase a defenderme.

En primer lugar de las que fueron las primeras acusaciones propaladas contra mí por mis

antiguos acusadores y después pase a contestar las más recientes.

Todos sabéis que, tiempo ha, surgieron detractores míos, que nunca dijeron nada cierto y es a

éstos a los que más temo, incluso más que al propio Anitos y a los de su comparsa, aunque

tambien esos sean de cuidado. Pero lo son más, atenienses, los que tomándoos a muchos de

vosotros desde niños os persuadían y me acusaban mentirosamente diciendo que hay un tal

Sócrates, sabio, que se ocupa de las cosas celestes, que investiga todo lo que hay bajo la tierra y

que hace más fuerte el argumento más débil. Estos, son, de entre mis acusadores, a los que más

temo por la mala fama que me han creado y porque los que les han oído están convencidos de

que quienes investigan tales asuntos tampoco creían que existan dioses. Y habría de añadir que

estos acusadores son muy numeroso y que me están acusando desde hace muchos años, con el

agravante de que se dirigieron a vosotros cuando erais niños o adolescentes y por ello más

fácilmente manipulables, iniciando un auténtico proceso contra mí, aprovechándose de que ni yo,

ni nadie de los que hubieran podido defenderme, estaban presentes. Y lo más desconcertante es,

que ni siquiera dieron la cara, por lo que es imposible conocer todos sus nombres, a excepción de

cierto autor de comedias. Esos, pues, movidos por envidias y jugando sucio, trataron de

convenceros para, que una vez convencidos, fuerais persuadiendo a otros. Son,

indiscutiblemente, difíciles de desenmascarar, pues ni tan solo es posible hacerles subir a este

estrado para que den la cara y puedan ser interrogados, por lo que me veo obligado, como

vulgarmente se dice, a batirme contra las sombras y a refutar sus argumentos sin que nadie me

replique.

Convenid, pues, conmigo, que dos son los tipos de acusadores con los que debo enfrentarme:

unos, los más antiguos, y otros, los que me han acusado recientemente. Por ello, permitidme que

empiece por desembarazarme primero de los más antiguos, pues fueron sus acusaciones las que

llegaron antes a vuestro conocimiento y durante mucho más tiempo que las recientes.

Aclarado esto, es preciso que pase a iniciar mi defensa para intentar extirpar de vuestras mentes

esa difamación que durante tanto tiempo os han alimentado y debo hacerlo en tan poco tiempo

como se me ha concedido. Esto es lo que pretendo con mi defensa, confiado en que redunde en

beneficio mio y en el vuestro, pero no se me escapa la dificultad de la tarea. Sin embargo, que la

causa tome los derroteros que sean gratos a los dioses. Lo mío es obedecer a la ley y abogar por

mi causa.

Remontémonos, pues, desde el principio para ver cual fue la acusación que dio origen a esta

mala fama de que gozo y que ha dado pie a Meletos para iniciar este proceso contra mí.

Imaginémonos que se tratara de una acusación formal y pública y oímos recitarla delante del

tribunal:

"Sócrates es culpable porque se mete donde no le importa, investigando en los cielos y bajo la

tierra. Practica hacer fuerte el argumento más debil e induce a muches otros para que actúen

como él."

Algo parecido encontraréis en la comedia de Aristófanes, donde un tal Sócrates se pasea por la

escena, vanagloriándose de que flotaba por los aires, soltando mil tonterias sobre asuntos de los

que yo no entiendo ni poco ni nada. Y no digo eso con ánimo de menosprecio, no sea que entre

los presentes haya algún aficionado hacia tales materias y lo aproveche Meletos para entablar

nuevo proceso contra mi, por tan grave crimen.

La verdad es, oh, atenienses, que no tengo nada que ver con tales cuestiones. Y reto a la inmensa

mayoría para que recordeis si en mis conversaciones me habéis oído discutir o examinar sobre

tales asuntos; incluso, que os informéis los unos de los otros, entre todos los que me hayan oído

alguna vez, publiquéis vuestras averiguaciones.

Y así podréis comprobar que el resto de las acusaciones que sobre mí se han propalado son de la

misma calaña. Pero nada de cierto hay en todo esto, ni tampoco si os han contado que yo soy de

los que intentan educar a las gentes y que cobran por ello y también puedo probar que esto no es

verdad y no es que no encuentre hermoso el que alguien sepa dar lecciones a los otros, si lo

hacen como Gorgias de Leontinos o Pródicos de Ceos o Hipias de Hélide, que van de ciudad en

ciudad, fascinando a la mayoría de los jóvenes y a muchos otros ciudadanos que podrían escoger

libremente y gratis, la compañía de muchos otros ciudadanos y que, sin embargo, prefieren

abandonarles para escogerles a ellos para recibir sus lecciones por las que deben pagar y, aún

más, restarles agradecidos.

Y me han contado, que corre por ahí uno de esos sabios, natural de Paros y que precisamenre

ahora está en nuestra ciudad. Coincidió que me encontré con el hombre que más dinero se ha

gastado con estos sofistas, incluso mucho más él solo que entre el resto juntos.

A éste, -que tiene dos hijos, como sabéis-, le pregunté:

"Calias, si en lugar de estar preocupado por dos hijos, lo estuvieras por el amaestramiento de

dos potrillos o dos novillos, nos sería fácil, mediante un un jornal, encontrar un buen cuidador:

éste debería hacerlos aptos y hermosos según posibilitara su naturaleza y seguro que escogerías

al más experto conocedor de caballos o a un buen labrador. Pero, puesto que son hombres, ¿a

quién has pensado confiarlos? ¿Quién es el experto en educación de las aptitudes propias del

hombre y del ciudadano? Pues me supongo que lo tienes todo bien estudiado, por mor de esos

dos hijos que tienes. ¿Hay alguien preparado para tal menester?".

"Claro que lo hay", respondió.

"¿Quién?, y ¿de dónde?, y ¿cuánto cobra?" -le acosé.

"¡Oh Sócrates! se llama Evenos, es de Paros y cobra cinco minas."

Y me pareció que este tal Evenos puede sentirse feliz si de verdad posee este arte y lo enseña tan

convincentemente. Pues si yo poseyera este don me satisfaría y orgullosamente lo proclamaría.

Pero, en

...

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