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El Espectador Emancipado


Enviado por   •  24 de Abril de 2014  •  406 Palabras (2 Páginas)  •  194 Visitas

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performance y el espectador. Pero, para hacer emerger esta relación

y darle un sentido, había que reconstituir la red de presupuestos

que sitúan la cuestión del espectador en el centro del

debate sobre las relaciones entre arte y política. Había que trazar

el modelo global de racionalidad sobre cuyo fondo nos hemos

acostumbrado a juzgar las implicaciones políticas del espectáculo

teatral. Empleo aquí esta expresión para incluir todas las formas

de espectáculo –acción dramática, danza, performance, mimo u

otras– que ponen cuerpos en acción ante un público reunido.

Las numerosas críticas que ha ocasionado el teatro a lo largo

de toda su historia pueden ser concentradas en una afirmación

esencial. La llamaré la paradoja del espectador, una paradoja quizás

más fundamental que la célebre paradoja del comediante.

Esta paradoja se puede formular simplemente así: no hay teatro

sin espectador (aunque se trate de un espectador único y oculto,

como en la representación ficcional de El hijo natural que da lugar

a las Conversaciones de Diderot). Ahora bien, dicen los acusadores,

ser espectador es un mal, y ello por dos razones. En primer

lugar, mirar es lo contrario de conocer. El espectador permanece

ante una apariencia, ignorando el proceso de producción de esa

apariencia o la realidad que ella recubre. En segundo lugar, es

lo contrario de actuar. La espectadora permanece inmóvil en su

sitio, pasiva. Ser espectador es estar separado al mismo tiempo de

la capacidad de conocer y del poder de actuar.

Este diagnóstico conduce a dos conclusiones diferentes. La

primera es que el teatro es una cosa absolutamente mala, una escena

de ilusión y de pasividad que es preciso suprimir en beneficio

de lo que ella impide: el conocimiento y la acción, la acción de

conocer y la acción conducida por el saber. Ésta es la conclusión

ya formulada por Platón: el teatro es el lugar en el que se invita a

unos ignorantes para que vean sufrir a unos hombres. Lo que la

escena teatral les ofrece es el espectáculo de un pathos, la manifestación

de una enfermedad, la del deseo y del sufrimiento, es decir,

de la división de sí que resulta de la ignorancia. El efecto propio

del teatro es el de transmitir esa enfermedad por medio de otra: la

enfermedad de la mirada subyugada por las sombras. Transmite

la enfermedad de la ignorancia que hace sufrir a los personajes

mediante una máquina de ignorancia, la máquina óptica que forma

las miradas en la ilusión y en la pasividad. Así pues, la comunidad

justa es aquélla que no tolera la mediación teatral, aquélla

en la que la medida que gobierna

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