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Hedonismo


Enviado por   •  29 de Abril de 2013  •  1.743 Palabras (7 Páginas)  •  567 Visitas

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Hedonismo

Nombre con que se conoce a una determinada corriente de pensamiento que identificaba el bien con el

placer, con un estado de suprema felicidad ("hedoné", del griego placer).

Epicuro de Samos (341-270 AC) es aclamado universalmente como el filósofo campeón del hedonismo,

abogaba por una vida de continuo placer como clave para conseguir la felicidad, punto este que fue el

objetivo de sus enseñanzas morales y doctrina que enseñó hace su jardín en Atenas. Para Epicuro la

presencia del placer es sinónimo de ausencia de dolor, o de cualquier tipo de aflicción.

El hedonismo, como sucede con cualquier otra corriente de pensamiento, en el transcurso del tiempo,

ha posicionado al individuo en partidario o detractor del mismo, originando razonamientos, supuestos,

discusiones y/o enfrentamientos.

Las primeras formas de hedonismo sostenían que el bien era el placer y que el dolor era el mal. El

placer material -el placer de los sentidos- se consideraba indispensable par alcanzar el Placer espiritual,

el hombre debía acercarse al placer como camino para alejarse del dolor y, por lo tanto, conseguir la

felicidad. Estos planteamientos fueron tildados de incoherentes y egoistas, porque en ocasiones, la

búsqueda del placer individual puede desencadenar otros conflictos que causen dolor. Frente a estos

planteamientos, los "hedonistas levantaron la teoría de los "placeres moderados" y el de la

"particpación de los placeres, como medios para alejar los dolores y hacer partícipe de ellos a la

sociedad.

El hedonismo radical sostiene que todos los placeres físicos deben ser satisfechos sin que se les ponga

ninguna restricción, mientras que el hedonismo moderado afirma que la actividad de placeres debe ser

moderada, para que así aumente el placer. En ambos casos el placer es la principal motivación. El

hedonismo psicológico del futuro, sostiene que el placer personal es el único fin último de una persona.

La fe católica se opone al hedonismo porque mina los valores espirituales de caridad, fe, justicia,

autosacrificio y las virtudes morales necesarias para el crecimiento de la persona en relación con Dios y

el prójimo.

El hedonismo es una actitud carente de moral, no porque aprecie algún placer, sino porque lo pone por

encima de las exigencias del amor a Dios y al prójimo. Es una actitud egocéntrica que incapacita al

sujeto para relacionarse con otros sino es para explotarlos con miras a satisfacer su afán de placer

Epicuro de Samos (341-270 AC) es aclamado universalmente como el filósofo campeón del

hedonismo, pero su real visión sobre el tema del placer no es comúnmente comprendida. Muchos

historiadores medievales lo representan como un glotón licencioso, mientras que muchos de los

modernos lo describen como un predicador de "placeres con moderación", o incluso como un

asceta. Ninguna de estas representaciones es correcta. Sin embargo, la doctrina que él enseñó

hace largo tiempo en su jardín en Atenas es igualmente inspiradora y convincente aún en nuestros

días y, por tanto, digna de nuestra investigación.

Epicuro abogaba por una vida de continuo placer como clave para la felicidad—el objetivo de sus

enseñanzas morales. Su gran perspicacia para satisfacer este fin consistía en identificar el límite

de nuestra habilidad para experimentar el placer en cualquier momento. Él estipuló que a partir de

un determinado nivel máximo no es posible que el placer tenga un incremento de intensidad,

aunque es probable que las sensaciones que sostienen este dichoso pináculo del placer varíen

continuamente. Él denominó a esta experiencia punta como ataraxia—palabra griega que significa

"imperturbabilidad".

Esta es una importante definición, toda vez que la noción de placer es comúnmente concebida

como la de algo que excita los sentidos—pero este no es siempre el caso. Epicuro clasificó a los

placeres sensuales como placeres en movimiento; ellos nos mueven a su vez hacia otro tipo de

placer: el estado de ataraxia, que es placentero por sí mismo. Él no urgió a sus estudiantes a

embarcarse precipitadamente en una persecución interminable de la estimulación transitoria, sino

más bien en la búsqueda de una saciedad perdurable. Esta propuesta no significaba desestimar la

sensualidad como vicio, sino establecer, más bien, la relación adecuada entre los tipos de placer.

Para Epicuro la presencia del placer es sinónimo de ausencia de dolor, o de cualquier tipo de

aflicción: el hambre, la tensión sexual, el aburrimiento, etc. El proceso de eliminar estos problemas

ciertamente conlleva placeres sensuales, Epicuro una vez escribió: "Yo no sé cómo puedo concebir

lo bueno, si elimino los placeres del gusto, y elimino los placeres del amor, y elimino los placeres

del oído, y elimino las emociones placenteras causadas por la visión de una hermosa forma". Sin

embargo, por más estimulante que sea este proceso, se trata sólo de un medio para perseguir un

fin: la satisfacción. Considerar esta persecución como un fin en sí mismo, por contraste,

inevitablemente nos conduciría a las ansiedades de la adicción.

"Ningún placer es algo malo en sí", Epicuro continua diciéndonos en sus Doctrinas Principales, "pero

los medios que producen algunos placeres conllevan alteraciones que muchas veces son mayores

que los mismos placeres". Para ayudar a la especie humana a escoger sabiamente sus placeres,

sabemos que Epicuro escribió un libro titulado "Sobre opción y abstinencia", pero este manuscrito

no ha llegado a nosotros. Afortunadamente, sí contamos con otros trabajos suyos (junto con los

comentarios de otros seguidores del epicureísmo a través de la historia), suficientes para

capacitarnos en la reconstrucción de sus buenos consejos. Una máxima que ha llegado hasta

nosotros, tomada de las Doctrinas Principales, sirve como buen punto de partida: "Entre los

deseos, algunos son naturales y necesarios, algunos naturales y no necesarios, y otros ni

naturales ni necesarios, sólo consagrados a la opinión vana". Nuestra disposición hacia cada uno

de estos casos determina si estamos aptos para intensificar o minar nuestra felicidad a través del

tiempo.

La clase de los deseos "naturales y necesarios" es la de aquellas ansias que necesariamente

conducen a mayores penas si no son satisfechas; sin embargo, en circunstancias normales, ellas

pueden ser satisfechas de manera más bien fácil. Estas incluyen nuestras necesidades físicas

básicas—principal entre ellas está la alimentación (con respecto a esto, Epicuro escribió su

epigrama de mayor notoriedad: "la felicidad comienza en el estómago", un dicho que originó la

imagen de Epicuro, históricamente imprecisa, como conocedor culinario y dio origen a que en el

idioma Inglés se acuñase la palabra "epicure" para referirse a una persona de gustos refinados,

especialmente en el comer y el beber). La salud, el abrigo y el sentido de seguridad también

pertenecen a esta categoría.

La clase de deseos "naturales e innecesarios" son aquellas ansias que no necesariamente

conducen a mayor sufrimiento si no son satisfechas, aunque, una vez más, su satisfacción pudiera

obtenerse fácilmente. Estos apetitos son aquellos de naturaleza recreativa: la gratificación sexual,

la conversación placentera, las artes, los deportes, los viajes, etc.

Finalmente, la clase de deseos "innaturales e innecesarios" corresponden a aquellas ansias que no02/04/13 El HedonismoylaVidaFeliz: Lateoríaepicúreadel placer

www.atomic-swerve.net/jardin/hedonismo.html 2/2

necesariamente conducen a un mayor sufrimiento de no ser satisfechas, antes bien se

materializan al precio de una carga permanente, tal es el caso de la fama, el poder político, la

riqueza extraordinaria y otras ambiciones que conllevan los atavíos del prestigio.

Al tratar con cada una de las clases de deseos, Epicuro recomienda las siguientes estrategias: [1]

Deberíamos intentar satisfacer los deseos necesarios de la forma más económica posible. Así, una

dieta predominantemente simple y nutritiva satisfará el hambre y la salud, una morada modesta

puede adecuadamente proveer bienestar físico, y las buenas amistades mucho servirán para

ayudarse mutuamente en tiempos de infortunio. El estudio de la naturaleza del universo, de forma

tal que podamos confiadamente rechazar los absurdos de las supersticiones, es también esencial

para mejorar nuestro sentido de seguridad. [2] Nuestra eficiencia al enfrentar lo anterior nos da

más libertad y recursos para explorar la gran variedad de deseos "naturales e innecesarios".

Podemos perseguir esto hasta la satisfacción de nuestro corazón, es decir, hasta el punto del

placer máximo — pero no más allá, no sea que interferamos con nuestros objetivos establecidos

en [1]. Por ejemplo, nunca deberíamos arriesgar nuestra salud, nuestras amistades, nuestras

finanzas o nuestra condición legal por perseguir un deseo innecesario. Ante tal coyuntura lo mejor

es desviar nuestra atención hacia algún otro deseo en esta abundante categoría a fin de no

admitir que nuestros placeres se mezclen con las perspectivas de un sufrimiento futuro. [3]

Finalmente, llegamos a los deseos "innaturales e innecesarios", para los cuales el consejo de

Epicuro es inequívoco : deberíamos evitarlos por completo. El placer producido por la satisfacción

de deseos innaturales es demasiado efímero para ser digno de nuestra persecución cuando se les

compara con el largo alcance de los respectivos costos. Podemos, por ejemplo, paladear los logros

de la fama; sin embargo, en nuestro siglo ya lo sabemos, aunque duren sólo quince minutos luego

puede que tengamos que soportar a los cazadores de noticias por un larguísimo tiempo. El poder

político atrae a usurpadores y asesinos; la riqueza opulenta atrae a ladrones y políticos (o a los

recolectores de impuestos). No es novedad alguna que una máxima epicúrea sentencie: "¡Vive en

el anonimato!".

Aunque buena cuantía de este consejo parezca del más mínimo sentido común, ¿cuántos de

nosotros hemos tratado muy a menudo de vivir fuera del sentido común: conduciéndonos más allá

de nuestros medios, actuando en contra de nuestro buen juicio para cubrir las apariencias,

convirtiéndonos en alcohólicos, trabajólicos, adictos a la comida chatarra — aunque lo "sabemos

bien"? Hay una gran cantidad de moralistas que nos imploran que conduzcamos nuestros asuntos

más sabiamente, pero somos propensos a rechazar sus métodos: ellos condenan nuestro deseo

natural por el placer como pecaminoso, y luego continúan encasillando la moralidad en términos de

intereses abstractos de la "sociedad", o por los obscuros edictos de una deidad invisible. Cuando

nos ajustamos a este camino, ¿estamos más inclinados a someternos o a rebelarnos a ese

consejo, ante la exasperación del momento?

El mensaje epicúreo, sin embargo, con su enfoque sobre el placer como base natural de la

moralidad, tiene más fuerza para resistir. Cuando un epicúreo contempla el placer lo hace

ponderando más ampliamente el cómo lograr que éste se maximice. Él puede abstenerse de ciertos

placeres, pero actúa así para ganar aún más placer en el futuro, de manera alguna para desechar

el placer en sí mismo. Es más, cualquiera de nosotros puede entrar en contacto con nuestros

sentimientos en cualquier situación, si nos molestamos en hacer una pausa en busca de un

momento de introspección — todos estamos calificados para convertirnos en nuestros propios

intérpretes morales.

En el antiguo mundo del Mediterráneo, la filosofía epicúrea ganó un sinnúmero de adherentes. Fue

una escuela de pensamiento muy prominente por un lapso de siete siglos después de la muerte de

Epicuro, pero, subsiguientemente, fue forzada a una virtual inexistencia ante la violenta embestida

de la Edad Media. Fue durante ese sombrío período de la historia cuando la especie humana

desacreditó, perdió y destruyó la mayor parte de los escritos de Epicuro. Hoy, contrariamente, al

rayar el alba de la era de la información, las remanentes doctrinas epicúreas están disponibles en

todo el mundo a través de Internet, en documentos interconectados con el nuevo formato de

hipertexto. El ideal de felicidad en virtud de los placeres perpetuos puede nuevamente llegar a ser

prominente.

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