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LA FILOSOFIA EN SANTO TOMÁS DE AQUINO


Enviado por   •  8 de Abril de 2014  •  9.973 Palabras (40 Páginas)  •  172 Visitas

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La persona en Santo Tomás de Aquino

Abelardo Lobato, OP

El ser humano es por naturaleza un ser familiar. En la familia tiene su principio, su desarrollo y su término. De la familia viene y a la familia va. A su vez la familia es el lugar natural de las personas, donde la vida es comunión, las relaciones son interpersonales, el amor es el lazo de unión del hombre y la mujer, de los padres y los hijos y por todo ello es el espacio en el cual el hombre puede lograr la felicidad a su alcance.

Más aún, la familia tiene una cierta sacralidad, pues Dios mismo ha querido habitar con el hombre y compartir con él el milagro de la trasmisión de la vida por la colaboración de la persona y la naturaleza. En la familia, de modo invisible pero real, Dios sigue pronunciando su palabra creadora «Hagamos al hombre! (Gen, 1,26), y con la paciencia de quien mora en la eternidad, acepta, tolera, y acoge las respuestas inciertas de la libertad humana, y por esa vía comparte la suerte del hombre, que es su imagen. Podemos afirmar con verdad que «en el principio era la familia», cuya experiencia, por lo que todo individuo puede recibir y por lo que debería aportar, conforma la trayectoria humana.

De ese punto de partida brotan las diversas dimensiones de lo humano, como las vias consulares de Roma o como las ramas del tronco del árbol, tanto las que originan y mantienen la sociedad, como las que propician o entorpecen el despliegue de las dotes personales. Las dos caras de lo humano, la personal y la comunitaria, brotan de ese principio originante que es la familia. Donde no hay familia, no hay hombre en plenitud, ni podrá formarse una sociedad a la medida de lo humano. Dime cómo ha sido y cómo es tu vida de familia y te diré en qué medida has respondido a tu vocación de hacerte nada menos que todo un hombre. En la familia se juega el destino del homo viator, mientras es un peregrino del Absoluto. No es una cuestión banal, ni coyuntural, la cuestión de la familia, es radical y decisiva para todo lo humano.

Si tal es la relación entre la familia y la persona, que afecta a las raíces de lo humano, era de esperar que el giro antropológico de la hora moderna, prestase gran atención a los dos polos de la relación, tanto a la familia, cuanto a la persona. Pero esta esperanza ha sido vana.

Porque la triste realidad, que cualquiera puede comprobar en su entorno, es que ha ocurrido lo contrario, y por ello ha ocurrido algo fatal: la familia ha sido marginada, y la persona ha perdido su dignidad. El hombre soñado y en buena medida fabricado e implantado por la modernidad es un hombre sin familia, sin genealogia como Melquisedec, un ser solitario, como Ibn Yaqqzan, o Robinson Crusoe. No es un hombre de carne y hueso. Se puede sospechar que el hombre moderno se orienta hacia el laboratorio y la manipulación más que hacia la naturaleza y la familia, y corre ya el peligro de ser un producto de la ciencia y de la técnica, un objeto manipulado, pues si todavía no es manufactura, ya está siendo «mentefactura».

Está bien comprobado que la modernidad ha intentado una fuga violenta de la naturaleza, cosa que no ha ocurrido por azar. Era algo programado en la mentalidad iluminista. Puede constatarse que este proceso de alejamiento de la familia, quedaba implícito en el proyecto kantiano de la nueva antropología en sentido pragmático. El filósofo de Königsberg, en su revolución copernicana, no solo intenta situar al hombre en el puesto del ser, haciendo de la pregunta sobre el hombre el punto de partida de todo filosofar, sino que renunciando a saber lo que la naturaleza ha hecho con el hombre, se proponía desarrollar lo que podía hacer con su libertad. En alas de la libertad, vistos los efectos y la situación, se diría que el hombre moderno, imitando al joven de la parábola de Lucas, ha exigido al padre la parte de su herencia, y con ella a cuestas, ha vuelto las espaldas a la casa paterna y ha caminado hacia una región lejana. El resultado de esta huída de la naturaleza hacia el horizonte de la libertad no se ha hecho esperar. La familia ya no es sino un vago recuerdo de la hora patriarcal.

¿Qué ha ocurrido con la persona? Una cierta paradoja. En apariencias la persona ha cobrado actualidad, ha vuelto a la escena del gran teatro del mundo y ocupa el primer plano. Los individuos se sienten halagados al ser tratados como personas, y mejor aún como personalidades. Ha sido también Kant el que ha puesto en circulación la distinción radical entre cosa y persona. Aquella es siempre un medio que admite cambio y sustitución, por el contrario ésta es siempre un fin, un absoluto al que nada puede sustituir. Será la mayor ofensa para el individuo ser tratado como no-persona, como mero objeto. Una de las conquistas de la modernidad ha sido la proclamación de los derechos humanos, que son como las columnas de la sociedad y la cultura actual. Pues tales derechos encuentran su fundamento en la persona. Podríamos continuar estas apariencias halagadoras y concluir que la cultura moderna ha vuelto a descubrir la persona. Pero, por desgracia, todavía no es así. El que escruta un poco más allá de las palabras está obligado a reconocer que, también en este caso, las apariencias engañan y que no es oro todo lo que reluce. Los vocablos son signos de los conceptos, como estos lo son de las realidades. Es cierto el uso cada vez más extendido del vocablo persona, pero ya es ambiguo su significado conceptual, y es muy tenue su realidad.

Topamos con la persona en todos los recodos del camino, pero esa persona que nos sale al paso es solo una máscara. Hay que decir que en la hora moderna el vocablo persona ha desandado su camino, ha vuelto a su origen. Ha perdido la densidad ontológica y por ello resulta un vocablo vacío.

En definitiva, tal es nuestra empobrecida situación en la modernidad: perdida la familia nos encontramos en la escena del gran teatro del mundo entretenidos con un juego de máscaras, sin familia y sin persona. El despertar de la conciencia actual ya había advertido que nos encontramos en una sociedad sin padres y sin maestros, ahora lentamente cae en la cuenta de que es también una sociedad de máscaras, de individuos despersonalizados. El hombre de hoy produce robots que imitan al cerebro humano, y al mismo tiempo forja hombres que imitan a los robots. En su origen la palabra robot significa esclavo. Es triste pero es real el hecho.

Esta constatación pide una reacción apropiada. Es urgente recuperar la familia y devolver su dignidad a la persona. El problema es cómo hacerlo, cómo encontrar el remedio para este mal que tiene los efectos de la peste. San Agustín advertía que a veces el hombre da grandes pasos, pero fuera del camino, extra viam. En esta situación es necesario

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