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Las Reglas Sociologicas


Enviado por   •  1 de Junio de 2014  •  1.104 Palabras (5 Páginas)  •  223 Visitas

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Estamos tan poco habituados a tratar los hechos sociales de una manera científica que corremos el riesgo

de que algunas afirmaciones contenidas en este libro

sorprendan al lector. Sin embargo, si bien existe una

ciencia de las sociedades, no hay que esperar que

consista en una simple paráfrasis de los prejuicios

tradicionales, sino que nos haga ver las cosas de un

modo distinto a como aparecen al vulgo; pues todas

las ciencias tienen por objeto hacer descubrimientos,

y todo descubrimiento desconcierta en mayor o

menor grado las opiniones recibidas. Así pues, en lo

que respecta a la sociología, a menos que se preste al

sentido común una autoridad que ya hace tiempo

dejó de tener en las otras ciencias —y que no se ve de

dónde podría llegarle—, es preciso que el estudioso se

decida resueltamente a no dejarse intimidar por los

resultados a que le lleven sus investigaciones, si fueron conducidas de acuerdo con un método. Si buscar

la paradoja es propio de un sofista, esquivarla

cuando los hechos la imponen es propio de un espíritu sin coraje o sin fe en la ciencia.

Por desgracia, es más fácil admitir esta regla en

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principio y téoricamente que aplicarla con perseverancia. Todavía estamos demasiado acostumbrados a

zanjar estas cuestiones según lo que nos sugiere el

sentido común, para poder mantenerlo fácilmente a

distancia de las discusiones sociológicas. Cuando

más liberados de él creemos estar, nos impone sus

juicios sin que nos demos cuenta. No hay más que un

procedimiento largo y especial para prever tales

situaciones de debilidad. Es lo que pedimos al lector

que no pierda de vista: que tenga siempre presente

en su cabeza que las formas de pensar a las que está

más hecho son contrarias, antes que favorables al

estudio científico de los fenómenos sociales, y, en

consecuencia, que se ponga en guardia contra sus

primeras impresiones. Si nos dejamos llevar por ellas

sin oponer resistencia, corremos el riesgo de que nos

juzgue sin habernos comprendido. Así, podría suceder que nos acusara de haber querido absolver todos

los actos de delincuencia, valiéndose para ello como

pretexto de que nosotros lo convertimos en un fenómeno más de los que se ocupa la sociología. La

objeción, no obstante, sería pueril, porque, si es normal que en todas las sociedades se cometan delitos,

no lo es menos que se castigue por ellos. La institución de un sistema represivo no es un hecho menos

universal que la existencia de la criminalidad ni

menos indispensable para la salud colectiva. Para

que no hubiera delitos sería preciso un nivelamiento

de las conciencias individuales que, por razones que

luego veremos, no es ni posible ni deseable; en cambio, para que no hubiera represión no tendría que

haber homogeneidad moral, lo que es inconciliable

con la existencia de una sociedad. Pero el sentido

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común, partiendo del hecho de que el delito es detestado y detestable, concluyó, sin razón, que éste

nunca podría desaparecer por completo. Con el

simplismo que lo caracteriza, no concibe que una

cosa que repugna pueda tener una razón de ser útil, y,

sin embargo, no hay en ello ninguna contradicción.

¿No hay, acaso, en el organismo funciones repugnantes cuyo ejercicio regular es necesario para la

salud del individuo? ¿No detestamos el sufrimiento?

Y, sin embargo, un ser que no lo conociera sería un

monstruo. Hasta puede suceder que el carácter natural de una cosa y los deseos de alejamiento que inspira sean solidarios. Si el dolor es un hecho natural,

lo es a condición de que no se le ame. Si el delito es

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