Los Hijos De La Malinche
pat45526 de Septiembre de 2012
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Los hijos de la Malinche.
El Laberinto de la Soledad. Octavio Paz.
“El verbo chingar implica el triunfo de lo cerrado,
del macho, del fuerte, sobre lo abierto”
El mexicano, gracias a su cerrado ser, se ha convertido en una gran interrogante, no sólo para el extranjero, sino también para él mismo. Como imán, según sea el polo de donde se tome, atraemos y repelemos. Y es esa aura misteriosa que nos envuelve, la que nos hace interesantes ante el ojo ajeno, interés que se hace intenso al chocar contra las murallas que arduamente construimos.
Sin embargo, en la mujer mexicana se manifiesta un misterio aún mayor, la mujer es el enigma mismo, nos es inconcebible que sea imagen de vida y muerte, de inicio y fin, la mujer es el misterio supremo, indescifrable ante todos, impenetrable ante nadie.
Ahora bien, no sólo somos un misterio para el extraño, lo somos también para nosotros mismos; somos problema, enigma sin resolver. Son muchas las actitudes que asume el mexicano en las que podemos descubrir que seguimos con las cadenas de esclavos colonizados, gente dominada que se agacha que se somete al amo, al señor, la sombra del español –a estas alturas- nos recubre de miedo y recelo.
Triste y sorprendente es que el mexicano sólo se quita la careta en la soledad o cuando el alcohol y la fiesta han inundado su realidad. Pero, ¿de dónde surgieron los fantasmas que siguen al pueblo mexicano? La respuesta, la encontramos en la historia, y dentro de la historia, en la época Colonial, donde el indio debía ser servil, sumiso, cerrado, impasible, fuerte. A eso, debemos agregarle lo violento que es el mexicano, la resignación que le caracteriza ante el autoritarismo de sus gobernantes, está formula ha arrogado una sociedad cerrada, un pueblo que ni quiere ni se atreve a ser él mismo.
Más sorprendente es que a pesar de que ya van más de dos siglos de verse extinguida esta etapa de nuestra historia sigamos con las mismas actitudes subordinadas, con el mismo miedo a prosperar, sólo en el mexicano se encuentra la solución a su cruda realidad.
Un medio de escape, una válvula que el mexicano ha creado para no reventar de su mundo opaco son las groserías, las malas palabras y en la cúspide de ellas encontramos al verbo: Chingar.
Chingar es una palabra llena de polisemia, significa todo y nada; hace referencia al alcohol, al fracaso, sirve para herir, molestar, inclusive para desgarrar, violar o matar. Es aquí, con esta sublime y mágica palabra que el sadismo del mexicano cobra su más real presencia, el verbo chingar está lleno de violencia, implica violar, abrir, penetrar al otro.
El chingón, dice Paz, es el macho, el que abre, la chingada es la hembra, la pasiva mujer, la despreciada malinche.
Chingar pasa a ser una filosofía para el mexicano, una doctrina que enmarca la manera en la que tiene que ser su vida y las relaciones con los demás, “estamos aquí para chingar o ser chingados”.
Ahora bien, existe otra figura de gran relevancia, la chingada: la madre abierta, la mujer violada. De aquí es de donde surge el desprecio hacia la mexicana, ya que aunque su entrega haya sido voluntaria, ella ya ha sido abierta, se ha rajado, ha perdido su valor.
Contrario a ella es la admiración que le tenemos al padre, y la frase que lo denota es “Soy tu padre”, que dicho de otra forma es “soy superior a ti” el macho mexicano es el gran chingón, ser impenetrable, inquebrantable.
La gran chinga que sufrimos los mexicanos ocurrió en la conquista, y no sólo haciendo referencia a lo histórico a la rajada de nuestra cultura, sino también, se tradujo en la violación hacia las indígenas, raíz del mestizaje mexicano.
El ser más despreciable,
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