Novela Rendision De G
MarianaS98s14 de Agosto de 2013
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Julia se despertó sobresaltada a la mañana siguiente, todavía inmersa en la pesadilla que le robaba el aire. Todavía no había amanecido y el dormitorio estaba a oscuras. Sólo la rítmica respiración de Gabriel rompía el silencio.
Cubriéndose el pecho con la sábana cerró los ojos tratando de relajarse, pero lo único que consiguió fue que las escenas de la pesadilla le volvieran con más fuerza.
Estaba en Harvard, corriendo por el campus porque no encontraba el lugar donde tenía que hacer la prueba final de doctorado. Pedía ayuda a todas las personas con las que se encontraba, pero nadie sabía dónde se hacía el examen.
Bajó la cabeza al oír un llanto y descubrió sorprendida que tenía un bebé en brazos. El bebé tenía hambre, pero ella no podía alimentarlo porque no tenía biberón. Lo abrazó contra su pecho tratando de calmarlo, pero no sirvió de nada.
De repente se encontró ante el profesor Matthews, el catedrático de su departamento. Sabía dónde se celebraba el examen, pero le dijo que no se lo dejarían hacer. Señalando al bebé, le explicó que los niños no podían entrar en la sala de exámenes. Con esas palabras, se volvió y se alejó pasillo abajo.
Julia salió corriendo tras él. Le prometió que el niño no lloraría. Le rogó que le diera una oportunidad. Todas sus esperanzas y sueños de acabar el doctorado y convertirse en una especialista en Dante dependían de ese examen. Si no podía hacerlo, la expulsarían del programa.
Abrazó al niño, pidiéndole que se callara, pero lo único que logró fue que llorara con más fuerza.
Julia se rodeó el pecho con los brazos. Incluso ahora, el sueño le parecía muy real. Estaba temblando, al borde de sufrir un ataque de ansiedad.
Sin saber cómo, logró llegar al cuarto de baño y abrió el agua de la ducha. El agua caliente la calmaría. De momento, las luces del baño ayudaron a que se desvanecieran las sombras.
Mientras permanecía bajo el chorro de agua, trató de olvidar la pesadilla y las preocupaciones que luchaban por abrirse camino desde su subconsciente: la conferencia, la próxima visita de la familia, las súbitas ganas de Gabriel de tener un bebé…
Al acordarse del collar que llevaba al cuello, acarició los tres amuletos. Sabía que Gabriel quería tener hijos. Lo habían hablado antes de casarse el año anterior. Pero habían acordado que esperarían a que ella obtuviera el doctorado antes de ampliar la familia. Y eso no pasaría hasta dentro de cinco o seis años.
«¿Por qué vuelve a sacar el tema de los niños ahora?»
Bastantes preocupaciones tenía ya con sus estudios. En septiembre, tendría que haber acabado el trabajo de curso para poder examinarse al año siguiente. Era un examen difícil, necesitaría meses para prepararlo.
Más urgente era el tema de la conferencia que daría en Oxford dentro de escasas semanas. Julia había hecho un trabajo sobre Guido da Montefeltro para la asignatura de la profesora Marinelli. A la profesora le había gustado tanto que se lo había comentado a la profesora Picton. Ésta, a su vez, había animado a Julia a enviar un resumen del trabajo al organizador de la conferencia.
Julia se había sentido muy feliz cuando le llegó la notificación de que habían aceptado su propuesta, pero la idea de dar una conferencia sobre Dante delante de expertos con mucha más experiencia que ella le resultaba cada vez más aterradora.
Y ahora a Gabriel le había dado por sacar el tema de revertir la vasectomía que se había hecho años atrás en cuanto volvieran de Europa en agosto.
«¿Y si la operación tiene éxito?»
Se sintió culpable en cuanto la frase se formó en su cabeza. Por supuesto que quería tener un hijo con él. Y era consciente de que revertir la vasectomía era mucho más que un simple acto físico. Era también un gesto simbólico, la señal de que por fin se había perdonado por lo que había pasado con Paulina y Maia. Que finalmente empezaba a creer que era digno de engendrar y de criar hijos.
Habían rezado para poder tenerlos. Tras su boda, se habían acercado a la tumba de san Francisco y habían elevado oraciones espontáneas y privadas, pidiéndole a Dios que bendijera su matrimonio con el don de los hijos.
«Si Dios quiere responder a nuestras plegarias, ¿quién soy yo para decirle que se espere?»
¿Estaría siendo demasiado egoísta? Tal vez debería anteponer la maternidad a sus estudios y aspiraciones. Harvard no se movería de sitio. Y mucha gente volvía a la universidad después de haber fundado una familia.
«¿Y si Gabriel no quiere esperar?»
No le faltaba razón cuando decía que la vida era corta. La muerte de Grace era testimonio de ello. En cuanto Gabriel estuviera seguro de que podían tener un hijo, querría ponerse a ello inmediatamente. ¿Cómo iba a negárselo?
Gabriel era como un fuego que lo devoraba todo a su paso. Su pasión, sus deseos, parecían sobrepasar a los de la gente que lo rodeaba. Una vez le había confesado que había sido la única mujer que le había dicho que no. Ni se le ocurrió dudar de su sinceridad.
Le preocupaba ser incapaz de decirle que no en algo tan importante. La paternidad era el deseo más profundo de Gabriel. Sin duda el deseo de hacerle feliz sería demasiado fuerte para resistirse, pero al rendirse a él estaría renunciando a su propia felicidad.
Julia no había tenido muchas cosas durante su infancia. De hecho, cuando vivía con Sharon en St. Louis habían sido pobres. Pero en el colegio había trabajado duro y había destacado. Su inteligencia y disciplina habían hecho que superara con éxito los exámenes en Saint Joseph y en la universidad de Toronto. No le parecía un buen momento para dejar de lado su formación después de tantos esfuerzos. No, no era un buen momento para tener un hijo.
Cubriéndose la cara con las manos, rezó pidiendo fuerzas.
Unas horas más tarde, Gabriel entró en la cocina con las zapatillas de deporte y los calcetines en la mano. Llevaba una camiseta de Harvard y unos pantalones cortos, y estaba a punto de coger una botella de agua de la nevera cuando vio a Julia sentada a la mesa que ocupaba el centro de la cocina, con la cabeza entre las manos.
—Ah, aquí estás. —Soltando las zapatillas y los calcetines, la saludó con un beso apasionado—. Me preguntaba adónde habrías ido.
En ese momento, se dio cuenta de que tenía los ojos rojos y ojeras pronunciadas. Parecía preocupada.
—¿Qué pasa?
—Nada. Acabo de limpiar la cocina y la nevera y estaba haciendo una lista de cosas que necesitamos —respondió, señalando una hoja de papel cubierta con su elegante caligrafía. Estaba al lado de una taza de café, ya frío, a medio beber y de otra lista igual de larga de cosas pendientes de hacer.
Gabriel miró a su alrededor. La cocina estaba limpia y reluciente. Incluso los suelos estaban inmaculados.
—Son las siete de la mañana. ¿No es un poco temprano para limpiar la casa?
—Tengo muchas cosas que hacer —replicó ella, sin entusiasmo.
Gabriel le tomó la mano y le acarició la palma con el pulgar.
—Se te ve cansada. ¿No has dormido bien?
—Me desperté temprano y ya no pude volver a dormirme. Tengo que preparar las habitaciones y limpiar los baños. Luego tengo que ir a comprar y planificar qué comeremos. Y… —Se interrumpió con un suspiro entrecortado. Sabía que había algo más, pero en ese momento no podía recordarlo.
—¿Y…? —la animó Gabriel, bajando la cabeza para mirarla a los ojos, pero ella los apartó para leer la lista de cosas por hacer.
—No puedo parar. Ni siquiera estoy vestida. —Cerrándose más el albornoz, empezó a levantarse.
Gabriel se lo impidió.
—No tienes que hacer nada. Te dije que buscaría a alguien que se ocupara de la limpieza y pienso hacerlo. —Señalando la lista de la compra, añadió—: Iré a comprar cuando vuelva de correr.
Apoyándole la mano en la mejilla, le dijo:
—Vuelve a la cama. Estás exhausta.
—Tengo que hacer muchas cosas —susurró.
—Yo me ocuparé de todo, cariño. Pensaba que ibas a dedicarte a preparar la conferencia, y me parece bien, pero antes duerme un poco —le aconsejó—. Una mente cansada no funciona demasiado bien.
Volvió a besarla y la acompañó al piso de arriba. Cuando ella se hubo tumbado, la tapó cariñosamente.
—Sé que es la primera vez que tienes invitados desde que estamos casados, pero nadie espera que te conviertas en la criada. Y no pienso permitir que las visitas impidan que acabes tu trabajo a tiempo.
»Cuando te levantes, puedes encerrarte en el despacho y pasar todo el día allí si quieres. Olvídate del resto. —Con un beso de despedida en la frente, apagó la luz y la dejó dormir.
Gabriel solía escuchar música mientras corría, pero esa mañana ya estaba bastante distraído. Era obvio que Julianne estaba agobiada. No solía levantarse tan temprano. Por su aspecto de hacía un rato, llevaba horas levantada.
Probablemente no deberían haber invitado a la familia, pero ya que iban a pasar buena parte del verano en Italia, no volverían a tener la oportunidad de reunirse en unos meses.
Ya no se acordaba del esfuerzo que suponía tener visitas. Hasta ese momento, sólo había tenido en casa a uno o dos invitados como mucho. Y, por supuesto, siempre contando con la ayuda de personal de servicio y de una cuenta corriente desahogada que le permitía llevar a sus invitados a comer fuera.
Pobre Julianne. Gabriel recordó sus años en Harvard. Las
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