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Vissarión Bielinski. Carta A Gógol


Enviado por   •  1 de Octubre de 2013  •  5.073 Palabras (21 Páginas)  •  349 Visitas

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Vissarión Bielinski. Carta a Gógol

CARTA A GÓGOL[1]

Usted tiene razón solamente en parte, al ver en mi artículo a una persona enojada: este epíteto es demasiado débil y tierno para expresar el estado al que me llevó la lectura de Su libro.[2]Pero no tiene razón del todo, al adscribir esto a Sus, realmente no del todo halagüeños, pareceres sobre los admiradores de Su talento. No, en esto hubo una razón más importante. El sentimiento del amor propio ofendido se puede incluso sobrellevar, y yo hubiera conseguido hacer callar mi razón sobre este punto, si el asunto residiera solo en eso. Pero no se puede sobrellevar el sentimiento ofendido de la verdad, la dignidad humana; no es posible quedarse callado cuando bajo la protección de la religión y el amparo del látigo se predican la mentira y la inmoralidad como verdad y virtud.

Sí, yo lo quería a Usted con toda la pasión con la cual el hombre sanguíneamente ligado a su país puede amar a su esperanza, honor, gloria, a uno de sus grandes conductores en el camino del conocimiento, el desarrollo, el progreso. Y Usted tenía una razón fundamental para al menos por un minuto salir de un tranquilo estado anímico, tras perder el derecho a ese amor. Le digo esto no porque yo considere mi amor como una recompensa al gran talento, sino porque en este sentido represento no uno, sino una multitud de personajes, de los cuales ni Usted ni yo hemos visto el mayor número y que, a su vez, tampoco lo han visto nunca a Usted.

No estoy en condiciones de darle ni la más mínima noción de la indignación que despertó Su libro en todos los corazones nobles, ni el chillido de salvaje alegría que soltaron con su aparición todos Sus enemigos –literarios (los Chíchikov, los Nozdriov, los Alcaldes y otros) y no literarios, cuyos nombres Le son conocidos–. Usted mismo ve bien que de Su libro se ha apartado incluso gente del mismo espíritu que el Suyo.[3] Si hubiera sido escrito a consecuencia de una convicción profundamente sincera, aun entonces hubiera debido causar en el público la misma impresión. Y si todos lo han tomado (salvo algunas pocas personas, a las que hay que ver y conocer para no alegrarse de su aprobación) por una astuta pero demasiado enmascarada travesura para lograr puramente por medios celestiales objetivos terrenos, de esto sólo Usted es culpable. Y esto no es asombroso en lo más mínimo, sino que lo asombroso es que Usted encuentre esto asombroso. Yo creo que es porque conoce profundamente Rusia solo como artista, y no como un pensador,[4] rol que asumió tan malogradamente en Su fantástico libro. Y no porque no sea una persona pensante, sino porque ya hace tantos años que está acostumbrado a mirar a Rusia desde Su maravillosa lejanía,[5] y ya se sabe que nada es más fácil que, desde lejos, ver las cosas tal como nosotros queremos verlas; porque Usted en esta maravillosa lejanía vive completamente ajeno a ella, dentro de sí mismo o de un círculo uniforme, construido igual que Usted y sin fuerzas para oponerse a Su influencia sobre él.

Por eso Usted no ha advertido que Rusia ve su salvación no en el misticismo, no en el ascetismo, no en el pietismo, sino en los logros de la civilización, la instrucción, el humanitarismo. Ella no necesita sermones (¡bastantes ha oído!), no oraciones (¡bastantes las ha machacado!), sino el despertar en el pueblo del sentimiento de la dignidad humana, tantos siglos perdido en el barro y en el estiércol; derechos y leyes, configurados no con la enseñanza de la Iglesia sino con la del sentido común de justicia, y un severo –en lo posible– cumplimiento. Pero en lugar de esto ella presenta el horroroso espectáculo de un país donde los hombres comercian a los hombres –sin tener en esto ni aquella justificación que con picardía aprovechan los plantadores americanos, asegurando que el negro no es un hombre–, donde los hombres mismos no se llaman con nombres, sino con apodos: Vañkas, Stiéshkas, Vaskas, Palashkas; un país donde, finalmente, no solamente no hay ninguna garantía para la persona, el honor y la propiedad, sino que ni siquiera hay un orden policial, sino inmensas corporaciones de diversos ladrones de servicio. Las más vivas y contemporáneas cuestiones nacionales en Rusia son ahora: la aniquilación del derecho de servidumbre, la supresión del castigo corporal, introducir en lo posible un severo cumplimiento al menos de aquellas leyes que ya existen. Esto lo siente incluso el mismo gobierno (que sabe muy bien lo que hacen los terratenientes con sus campesinos y cuántos de los primeros matan los últimos cada año), lo que se demuestra con sus tímidas e infructuosas semi-medidas en provecho de los negros blancos y el cómico reemplazo del látigo de una punta por el de tres puntas.

¡Estas son las cuestiones en las que está inquietamente ocupada Rusia en su apático semi-sueño! Y en este momento un gran escritor, que con sus admirablemente artísticas, profundamente verdaderas creaciones tan poderosamente cooperó a la autoconciencia de Rusia, al darle la posibilidad de echar una mirada a sí misma como si fuera en un espejo, aparece con un libro en el cual, en nombre de Cristo y de la Iglesia, enseña al bárbaro-terrateniente a obtener más dinero de los campesinos, ¡injuriando sus “jetas sin lavar”!... ¿Y esto no debía llevarme a la indignación? Pero es que si Usted hubiera revelado un atentado contra mi vida, aun entonces no lo odiaría más que por estos vergonzosos renglones… ¿Y después de esto quiere que creamos en la sinceridad del tono de su libro?...

¡No! Si Usted efectivamente hubiera estado lleno de la verdad de Cristo, y no de la enseñanza del diablo, de ningún modo hubiera escrito aquello a Sus adeptos entre los terratenientes. Usted les hubiera escrito que así como sus campesinos son sus hermanos en Cristo, y el hermano no puede ser el esclavo de su hermano, ellos debían o darles la libertad, o al menos usufructuar sus esfuerzos del modo más benéfico para aquellos que fuera posible, reconociéndose, en el fondo de sus conciencias, en una situación mentirosa en relación con aquellos… Y la expresión: “¡ah, tú, jeta sin lavar!” ¿De qué Nozdriov, de qué Sobakiévich oyó Usted esto, para entregar al mundo como un gran descubrimiento en provecho y buen ejemplo de los muyiks rusos, que aun sin eso, porque no se lavan, habiendo creído a sus señores ellos mismos no se consideran personas? ¿Y su noción sobre el juicio nacional ruso y la condena, ideal que Usted encuentra en las palabras de una estúpida mujer, del relato de Pushkin, y según cuyo razonamiento se debe azotar al justo y al culpable?[6] Pero es que entre nosotros eso sucede con frecuencia, aunque más bien azotan solamente al justo, ¡si no tiene modo de emanciparse del delito de ser culpable sin

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