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Enviado por   •  16 de Marzo de 2015  •  1.518 Palabras (7 Páginas)  •  276 Visitas

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Cipotes

Prólogo a la 1ª edición

Tegucigalpa, D. C., 12 de marzo de 1981

LONGINO BECERRA

Esta obra de Ramón Amaya‑Amador fue escrita, definitivamente en Praga durante el año 1963. Sin embargo, los materiales básicos de la misma fueron elaborados por el autor en el corto período que estuvo en Honduras después de su regreso del exilio, o sea en 1956‑1959. El tema le fue sugerido por las conversaciones que, a su paso por el Parque Central, rumbo a la redacción de El Cronista, tenía frecuentemente con los lustrabotas que permanecen en dicha plaza. La obra, por lo tanto, recoge la dolorosa y agitada vida de ese pequeño mundo que tiene como centro la estatua en bronce del mártir de la unidad de Centroamérica, y cuyos límites son la catedral metropolitana, dos agencias bancarias y varios comercios de algún talante. Por supuesto, en el libro también intervienen otros escenarios, como las calles de Comayagüela, el barrio Casamata, el Parque Herrera y el Parque La Libertad, pero ello solamente es en seguimiento de los Protagonistas en sus correrías de excomulgados sociales.

Inicialmente la obra fue escrita con el nombre de Cipotes, vocablo de indiscutible prosapia criolla, cuyo significado no es necesario recordar. Tal denominación responde, naturalmente, al hecho de que el libro describe los ires y venires de varios lustrabotas, compinches todos de uno de los personajes centrales de la novela: el pillastre Folofo Cueto, profesional también del betún y de la tira de franela. Pero Ramón Amaya‑Amador, considerando que dicha denominación restringía el ámbito geográfico de la obra, le cambió ese título y le puso Huellas Descalzas por las Aceras. Con tal nombre, un tanto descriptivo, envió el libro al Concurso Casa, en La Habana, el año 1964, sin que los doctos jurados repararan mucho en la historia de unos niños hondureños convertidos prematuramente en hombres. Por eso la presente edición se hace con el primer título, pues consideramos que esta obra no está dirigida a un público extranjero, sino a nuestro pueblo, lo que torna innecesario sacrificar los hondureñismos.

Esta novela, como todas las de Ramón Amaya‑Amador, no es un ensayo estetizante. En la misma no se encontraran esfuerzos por crear un lenguaje novedoso, al estilo del que emplea el cubano Carpentier o el peruano Salazar Bondy. Todo lo contrario. El autor trabaja aquí con un vocabulario coloquial: el que se escucha en los mercados, las calles y los hogares más humildes de Honduras. Pero Amaya‑Amador hace eso, no porque se proponga elevar a una jerarquía estética dicho lenguaje, sino simple y sencillamente porque cuenta los hechos tal como éstos se dieron en la realidad, con el objeto de que sean conocidos así y no de otra manera. Los hechos, por lo tanto, no son utilizados como pretextos para comunicar propósitos que son única y exclusivamente del autor. En esta novela, como en la mayor parte de las que escribió el célebre hijo de Olanchito, los hechos valen por sí mismos y no son llamados a desempeñar el modesto papel de sirvientes de la docta creación literaria.

Tampoco hay en la obra ninguna novedad en cuanto a forma y estructura, al estilo de Lezama Lima o Cortázar. Amaya‑Amador no era un académico de las letras. Los ejercicios formales no figuraron jamás en sus preocupaciones de escritor. Por eso, si bien se mira, sus obras son algo así como rápidos cronicones sobre los hechos vividos personalmente o los conocidos en el contacto estrecho con los hombres, las mujeres y los niños de nuestra Patria. Para él lo importante no era cómo relatar sucesos reales o verosímiles, sino los sucesos mismos. ¿Con qué propósito? Simple y sencillamente para fijarlos como vivencias del pueblo al que perteneció y de la época en que le tocó vivir. Si alguna definición literaria se puede formular acerca de Ramón Amaya‑Amador, ninguna quizá le corresponda mejor que la de "cronista literario del pueblo hondureño".

Como hemos dicho, Cipotes es la crónica de la vida azarosa de los lustrabotas del Parque Central, sin más pretensiones que dejar constancia de una realidad existente en Honduras a lo largo de un determinado período de su evolución histórica. De esa manera, en un porvenir no muy lejano, cuando, por el advenimiento de una verdadera revolución social, hechos como los descritos sólo sean un triste recuerdo, las nuevas generaciones podrán conocer el pasado doloroso de donde proceden. Se trata, pues, de algo así como de una fotografía o una pintura sobre

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