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50 Sombras


Enviado por   •  6 de Marzo de 2014  •  4.074 Palabras (17 Páginas)  •  219 Visitas

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50 sombras (adaptación)

Capítulo 3/segunda parte

–Lo estoy deseando, señorita Chávez.

Veo el destello malévolo de sus ojos marrón. ¿Cómo consigue que tan solo cinco palabras encierren una promesa tan tentadora?

Cuelgo. Borre está en la concina, observándome con una mirada de total y absoluta consternación.

–Abigail Chávez Estrada. ¡Te gusta! Nunca te había visto ni te había oído tan… tan… alterada por nadie. Te has puesto roja.

–Borre, ya sabes que me pongo roja por nada. Lo hago por deporte. No seas ridícula –le contesto enfadada.

Borre parpadea sorprendida. Es muy raro que yo me enoje, y si lo hago, se me pasa enseguida.

–Me intimida… Eso es todo.

–En el Quinta Real, nada menos –murmura Borre–, Voy a llamar al gerente para negociar con él un lugar para la sesión.

–Yo voy a hacer la cena. Luego tengo que estudiar.

Abro la despensa para empezar a preparar la cena, sin poder disimular que estoy molesta con ella.

….

Esa noche estoy intranquila, no paro de moverme y dar vueltas en la cama. Sueño con ojos marrón, overoles de trabajo, piernas largas, dedos largos y lugares muy oscuros e inexplorados. Me despierto dos veces con el corazón latiéndome a toda velocidad. Si no pego el ojo, mañana voy a tener una pinta estupenda, me regaño a mí misma. Doy un golpe sobre la almohada e intento calmarme.

…..

El Quinta Real está en el centro de Sinaloa. Terminaron el impresionante edificio de piedra marrón justo a tiempo para el crack de finales de los años veinte. Víctor, Oscar y yo nos vamos en mi Escarabajo, y Borre, en su CLK, porque en mi coche no cabemos todos. Oscar es amigo y ayudante de Víctor, y ha venido a echarle una mano con la iluminación, Borre ha conseguido que nos dejen utilizar un habitación del Quinta Real a cambo de mencionar el hotel en el artículo. Cuando explica en la recepción que hemos venido a fotografiar al empresario José Madero, nos suben de inmediato a una suite. Pero a una normal, porque al parecer el señor Madero está alojado en la suite más grande del edificio. Un responsable de marketing demasiado entusiasta nos muestra la suite. Es joven y por alguna razón está muy nervioso. Sospecho que la belleza de Borre y su aire autoritario lo desarma. Porque hace con él lo que quiere. Las habitaciones son elegantes, sobrias y con muebles de calidad.

Son las nueve. Tenemos media hora para prepararlo todo. Borre va de un lado a otro.

–Víctor, creo que lo colocaremos delante de esta pared. ¿Estás de acuerdo? –No espera a que le responda– Oscar, retira las sillas, Abi ¿Puedes pedir que nos traigan unos refrescos? Y dile a Madero que estamos aquí.

Sí, ama. Es tan dominante… Pongo los ojos en blanco, pero hago lo que me pide.

Media hora después José Madero entra en nuestra suite.

¡Madre mía! Lleva una camisa blanca con el cuello abierto y unos pantalones grises de franela que le caen de forma muy seductora sobre las caderas. Todavía lleva el pelo mojado. Al mirarlo se me seca la boca… Está alucinantemente bueno. Entra en la suite acompañado de un hombre de treinta y pico años, con el pelo alborotado, un elegante traje negro y corbata, que se queda en silencio en una esquina. Sus ojos castaños nos miran impasibles.

–Señorita Abigail, volvemos a vernos.

Madero me tiende la mano, que estrecho mientras parpadeo rápidamente. ¡Dios mío!... Está realmente… Cuando lo toco la mano, siento esa agradable corriente que me recorre el cuerpo entero, me enciende y hace que me ruborice. Estoy convencida de que todo el mundo puede oír mi respiración irregular.

–Señor Madero, le presente a Magaly Treviño –susurro señalando a Borre, que se acerca y lo mira directamente a los ojos.

–La tenaz señorita Treviño. ¿Qué tal está? –Sonríe ligeramente y parece realmente divertido-, Espero que se encuentre mejor. Abigail me dijo que la semana pasada estuvo enferma.

–Estoy bien, gracias, señor Madero.

Le estrecha la mano con fuerza sin pestañear. Me recuerdo a mí misma que Borre ha ido a las mejores escuelas privadas de Washington. Su familia tiene dinero, así que ha crecido segura de sí misma y de su lugar en el mundo. No se anda con tonterías. A mí me impresiona.

–Gracias por haber encontrado un momento para la sesión –le dice con una sonrisa educada y profesional.

–Es un placer –le contesta Madero lanzándome una mirada. Vuelvo a ruborizarme, maldita sea.

–Este es Víctor Vázquez, nuestro fotógrafo –le digo.

Y sonrío a Víctor, que me devuelve la sonrisa cariñosa y luego mira a Madero con frialdad.

–Madero –lo saluda con un movimiento de cabeza.

–Señor Vázquez.

La expresión de Madero también cambia mientras observa a Víctor.

– ¿Dónde quiere que me coloque? –le pregunta Madero en tono ligeramente amenazador.

Pero Magaly no está dispuesta a dejar que Víctor lleve la voz cantante.

–Señor Madero, ¿puede sentarse aquí, por favor? Tenga cuidado con los cables. Y luego haremos también unas cuantas de pie.

Le indica una silla colocada contra una pared.

Oscar enciende las luces, que por un momento ciegan a Madero, y susurra una disculpa. Luego él y yo nos quedamos atrás y observamos a Víctor mientras toma las fotografías. Hace varias con la cámara en la mano, pidiéndole a Madero que se gire a un lado, al otro, que mueva un brazo y que vuelva a bajarlo. Luego coloca la cámara en el trípode y sigue haciendo fotos de Madero sentado, posado pacientemente y con naturalidad, durante vente minutos. Mi deseo de ha hecho realidad: admiro a Madero desde una distancia no tan larga. En dos ocasiones nuestros ojos se encuentran y tengo que apartar la mirada de la suya, tan inextricable.

–Ya tenemos

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