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Arquitectura en la Atenas de Pericles


Enviado por   •  27 de Agosto de 2015  •  Informes  •  2.842 Palabras (12 Páginas)  •  374 Visitas

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Desarrollo arquitectónico en la Atenas de Pericles

El llamado período clásico griego abarca los siglos V y IV a.C. Se toman como fechas límites las correspondientes a dos sucesos de especial significado. La primera, la del 480 a.C., fue la del incendio de la Acrópolis por las tropas de Jerjes en el transcurso de las guerras médicas.[1] La segunda, la de 323, a.C., corresponde a la muerte de Alejandro Magno, lo que supuso la fragmentación de su efímero Imperio en los suntuosos y conflictivos reinos helenísticos que, después, fueron absorbidos por Roma.
Durante ambos siglos Atenas conoció su época de mayor esplendor: en el siglo V a.C., el llamado  ¨siglo de Pericles¨, porque fue cuando alcanzó la primacía política y cultural; en el siglo IV a.C. porque, a pesar de haber sido derrotada militarmente por Esparta, conservo su prestigio como el más brillante foco cultural del mundo griego.
Tras la victoria sobre los persas, obtenida con la colaboración de Esparta, la vieja Atenas se erigió en la ciudad gestora de la comunidad de Delos, nacida en el año 478 a.C. para garantizar la seguridad de las ciudades costeras e insulares ante un hipotético ataque persa.
Pocos años después, en el 454 a.C., el tesoro de la Confederación de Delos pasó de la isla Delos a Atenas, empleándose para el embellecimiento de la ciudad parte de los fondos comunitarios. Artistas, artesanos y obreros de todo el mundo griego acudieron a ella para trabajar en obras de reconstrucción y embellecimiento de la Acrópolis.  
Firmada la paz de Calias en el 449 a.C.
[2], el poderío ateniense avivó la siempre latente rivalidad de Esparta. A ella se unieron, en la Liga de Peloponeso, las ciudades más pobres y desasistidas, cuyos recursos económicos no les habían permitido cumplir con las exigencias impuestas para su integración en la Confederación de Delos.
A mediados del siglo V a.C., Atenas, gobernada por Pericles, alcanzó sus momentos de mayor auge y prestigio. Ese gran político y estratega, que estuvo al frente de la ciudad durante quince años (443 a.C.-429 a.C.), tuvo el acierto de rodearse de los intelectuales y artistas más destacados de le época: Anaxágoras de Clazomene, Zenón de Elea, Protágoras, Heródoto, Fidias, etc. Supo, además, conseguir una plena confianza de la
ecclesia o asamblea popular, por lo que llegó a ostentar un poder casi ilimitado como autokrator strategós. (Es un epíteto griego aplicado a una persona que ejerce el poder absoluto, sin restricciones por sus superiores).
Sin embargo, la expansión industrial y comercial de la que disfrutó Atenas fue, en definitiva, la causa de que otras ciudades, sin armas ante el poderío económico ateniense apoyaran a Esparta en sus continuos enfrentamientos con Atenas. Ejemplos de estas ciudades son Megara y Corinto.
Las llamadas guerras del Peloponeso se escalonaron sin tregua desde el 431 a.C. hasta la derrota total de Atenas en el 404 a.C. en la batalla naval de Egospótamos. No obstante, el trágico final de Atenas se había pactado años atrás, cuando a raíz de la Paz de Nicias (421 a.C.), que había puesto fin a la primera guerra del Peloponeso conocida como
Guerra Arquidámica, dándole un respiro de seis años a ambos bandos, los espartanos aceptaron de los persas la ayuda financiera necesaria para preparar la flota de la que hasta entonces había carecido.
Atenas, vencida, hubo de aceptar un gobierno impuesto por Esparta, el llamado de los ¨treinta tiranos¨. Gracias a Trasíbulo se restauró la constitución democrática, aunque siempre mediatizada por la sombra de Esparta. En el 386 a.C., la Paz del Rey, negociada por el espartano Antálcidas, sirvió para delimitar los campos de acción e influencias de los atenienses y los persas, y para evitar, además, las posibles ligas o confederaciones entre ciudades que pudieran romper el equilibrio impuesto. El poder de Esparta se mantuvo hasta el 371 a.C., fecha en la que sus ejércitos fueron derrotados por los tebanos en la batalla de Leuktra. Se inició así la supremacía de Tebas, una época confusa, caracterizada por una continua tensión y desgaste entre las ciudades-estado que pugnaban por mantener su autonomía y conseguir un puesto importante en el ámbito comercial.
Este estado de cosas se mantuvo hasta que Filipo II de Macedonia se hizo el demonio de toda Grecia, tras vencer ejércitos aliados de Tebas y Atenas en Queronea (338 a.C.), obligando a sí mismo a la Liga de Corinto, formada por las principales ciudades-estado del momento a reconocer al vencedor como señor absoluto.

Como ya fue mencionado con anterioridad, las tres décadas transcurridas entre la aparición de Pericles y el comienzo de la guerra del Peloponeso constituyen la etapa en que Atenas alcanzó su plenitud, tanto política como cultural. En opinión de muchos autores, el siglo de Pericles fue uno de los períodos más fecundos en la historia de la humanidad. Todos los templos que habían sido incendiados y saqueados por los persas ahora serían reconstruidos, pero está vez, con un esplendor y una nobleza nunca antes vistos. ¨[…] De estas ciudades-estado griegas, Atenas, en Ática, llegó a ser la más famosa y la más importante, con mucho en la historia del arte. Fue en ella, sobre todo, donde se produjo la mayor y más sorprendente revolución en toda la historia del arte¨ (Gombrich, 2005, p.77).
El concepto de la arquitectura griega es indisociable de la religión, en consecuencia, el templo es el edificio representativo por excelencia. Sus construcciones fueron inigualables por la exacta proporción reciproca de sus partes, la belleza de la ornamentación y los distintos tipos de columnas y capitales. No utilizaron el arco, ni la bóveda, los techos, puertas y ventanas presentan siempre líneas rectas. Los griegos encontraban la belleza en todo aquello que era simétrico y equilibrado: ¨Casi todo el mundo considera que lo que se reconoce visualmente como bello es la simetría del todo y de las partes entre sí, así como una vierta armonía cromática, y que en los objetos visibles, como en todo, lo bello es esencialmente simétrico, ordenado¨ (Plotino, 205-270).
La arquitectura del siglo V se inicia con el estilo conocido como ¨estilo severo¨, ¨estilo clásico temprano¨ o ¨estilo arcaico final¨,  caracterizado esencialmente por un decidido intento de acentuar los rasgos dóricos frente a los jónicos (estos segundos se encontraban asociados a los pueblos del oriente). Este estilo impuso la sobriedad de líneas y volúmenes, tanto en la arquitectura como en la escultura. El resultado final fue la construcción de templos y la aparición de estatuas que aún sorprenden por su austera grandiosidad y su severa belleza. Esta corriente se mantuvo firme hasta mediados del siglo, cuando la sociedad ateniense, siempre permeable a los influjos procedentes de sus ciudades de Asia Menor, volvió a absorber, poco a poco, sus tendencias. Como representantes de este período podemos mencionar, entre otros, a tres monumentos: El templo de Aphaia, en la isla de Egina, el templo de Zeuz, en Olimpia, y el tesoro de los Atenienses, en Delfos.
La Acrópolis de Atenas, la roca consagrada de la diosa Atenea, es la más célebre de ocho colinas que configuran la peculiar topografía de Atenas y fue el mítico escenario de las leyendas más veneradas por todos los habitantes de Ática. Se yergue como una fortaleza natural a 156 metros sobre el nivel del mar y cuenta con la fortuna de conservar en pie, tras múltiples avatares, remodelaciones y reconstrucciones, el más famoso conjunto de monumentos de la época clásica.
Para el embellecimiento de la Acrópolis Pericles contó con el talento de Fidias, el escultor de la Grecia clásica por excelencia, y además con la colaboración de los dos mejores arquitectos de la época, Ictino y Calícrates, quienes fueron los autores de la construcción del templo de mayores proporciones hasta entonces conocido en el occidente griego, El
Partenón (Anexo, Imagen 2), dedicado a la diosa Atenea, símbolo inequívoco de la Grecia eterna.  
El Partenón se alzó como símbolo de la nueva ciudad entre los años 447 y 432 a.C. Primitivamente, con ese nombre sólo se designó a una de sus dependencias, llamada cámara de las vírgenes o doncellas consagradas al servicio de la diosa. Por razones que no se conocen, a partir del siglo IV a.C. dicho nombre se adueñó del edificio entero, y así, figura, por primera vez, en uno de los discursos pronunciados por Demóstenes en el 335 a.C.
Luego de la caída del imperio, el Partenón fue iglesia cristiana, mezquita y fortaleza durante la ocupación turca, es por esto que los daños sufridos a través del tiempo, sobre todo aquellos sufridos en el transcurso del bombardeo de los venecianos en 1687, han dejado en él imborrables cicatrices.
Como ya fue mencionado, sus arquitectos fueron Ictino y Calícrates, bajo la dirección de Fidias, que se hizo cargo de su decoración escultórica. Construido enteramente de mármol pentélico, estucado y policromado, es un templo dórico octásilo (ocho por diecisiete columnas) de 69.5 metros de longitud y 31 de anchura, con pronaos
(el espacio arquitectónico situado delante del naos o la cella del templo) y opistodomos ( espacio situado en la parte posterior de los templos). Tanto en su estructura como en sus detalles ornamentales se aprecian ya las influencias de las nuevas corrientes jónicas, emanadas de los grandes y fastuosos templos de la Magna Grecia y Sicilia, así como una constante preocupación por los efectos ópticos y de perspectiva que se plasmaron en la curvatura de los elementos horizontales, en la conveniente inclinación de los verticales y en el aumento de volumen de la columnas de esquina.
Su naos (cámara interior del templo), cuya anchura alcanzó los 19 metros, se vio dividido en tres naves por dos filas de columnas dóricas que servían de soporte a un arquitrabe sobre el que se erguían otras más pequeñas, también dóricas, destinadas a sostener el techo de casetones de madera policromada. En su fondo se alzó la colosal imagen de la diosa Atenea, una de las obras más famosas de Fidias, una gigante imagen de madera con armadura de oro y piel de marfil. ¨ […] Palas Atenea, tal como la vio Fidias, y tal como la representó en su estatua, era más que un simple ídolo o demonio. […] esta escultura tuvo una dignidad que proporcionaba a la gente una idea distinta del carácter y de la significación de los dioses. […] fue como un gran ser humano. Su poder residía, no en su mágica fascinación, sino en su belleza. […] Fidias había dado al pueblo griego una nueva concepción de la divinidad ¨ (Gombrich, 2005, p.87).
La columna exterior del Partenón soportaba un entablamento compuesto de un arquitrabe decorado con apliques de bronce (guirnaldas o coronas) y, más tarde, con los escudos de bronce dorado ofrecidos al templo por Alejandro Magno tras la batalla de Gránico, en el año 334 a.C., y un friso
[3] en el que se alternaban los triglifos[4] y las metopas[5]: catorce en cada lado menor y 32 en cada uno de los largos. Los temas elegidos para la decoración de estas últimas fueron: la gigantomaquia, en la occidental; la Iliupersis (guerra de Troya), en las del septentrional, y la centauromaquia, en la del meridional.
El friso que cierra los muros del naos, rasgo de inspiración jónica, se decoró con la procesión de las
Panateneas, las fiestas quinquenales celebradas en honor a la diosa Atenea, a la que se le ofrecía un bello peplo bordado. Esta magnífica cabalgata que se inicia en ángulo suroeste y marcha en dos direcciones para confluir en el lado oriental, donde se encuentras las peplóforas, los magistrados, los arcontes y los dioses olímpicos, es una de las obras de Fidias más rítmicas e inspiradas, aunque haya tramos en los que se observan ciertos fallos debidos a los escultores encargados de su ejecución material y a la participación de manos y estilos distintos.
Para los frontones se eligieron don de los temas más significativos en la vida de la diosa. En el oriental, su nacimiento del cerebro de Zeus, a quien ayudo en tan singular parto Hefesto. En el occidental, su disputa con Poseidón por el dominio de Ática. En todas las figuras, muy mutiladas, se percibe el genio de Fidias, el gran creador de dioses, vestidos con bellos ropajes, cuyos pliegues y tratamientos los convierten en creaciones de un estilo magistral e inconfundible.
Atenas no sólo es sede del Partenón, sino que también lo es de muchas otras construcciones monumentales, representativas de la aquel período de la historia. El Erectheion (Anexo, Imagen 3) se alzó en la zona septentrional de la Acrópolis, lugar de confluencia de sus más ancestrales mitos. A lo largo de la historia, al igual que el Partenón y la mayoría de las edificaciones, el templo fue ocupado y utilizado con diversos fines para los que la construcción original sufrió modificaciones. De todas maneras, una reconstrucción relativamente reciente ha dignificado su vieja estructura, liberándola de añadidos y postizos de épocas posteriores a la Grecia clásica. No se sabe quién fue el autor del edificio, aunque su cuidado estilo apunta hacia la figura de Mnesiclés, otro de los grandes arquitectos que trabajó para Pericles en el último cuarto del siglo V a.C. y autor de los Propileos. Tan singular conjunto fue concebido como un templo-tumba para venerar a las divinidades y héroes de la Acrópolis: Atenea, Poseidón, Cécrope, Ericthonio, Boutes, Pandrosos, etc.
El lugar elegido fue el solar donde se debió alzar el templo más antigua consagrado a Atenea Polias. Al hacerse el nuevo templo se procuró respetar todos los pintos venerados: el
bothros o mundus, altar ctónico[6], de comunicación con las divinidades infernales, que aún hoy se encuentra bajo el porche de la entrada norte, a cielo abierto.
Fue construido entre los años 421 y 406 a.C., y la disposición de su interior aún sigue siendo motivo de dudas, aunque se suele aceptar la propuesta que lo concibe como un templo tradicional de planta rectangular, orientado de Este a Oeste, aunque con tres pórticos, cada uno situado a distinto nivel, por exigencias del terreno y por respeto a los puntos que eran motivo de veneración. El orden jónico alcanzó en este edificio su más bella expresión. En él hicieron ya su aparición los capitales de esquina, y su exquisita decoración se caracterizó por su delicadeza y esmerada ejecución. En el friso exterior, cuyo fondo era de mármol azul, se recortaban las figuras, esta vez de mármol blanco, que relataban las hazañas de Teseo.

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