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Correo y franqueo


Enviado por   •  26 de Agosto de 2013  •  Informes  •  1.140 Palabras (5 Páginas)  •  255 Visitas

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Por esta razón, al crecer el ímpetu de la segunda ola, todos los países se apresuraron a crear un

servicio postal. La oficina de Correos fue un invento tan imaginativo y socialmente útil como lo fueron

la desmotadora de algodón o la máquina de hilar, y, en un grado hoy olvidado, despertó un arrebatado

entusiasmo. El orador norteamericano Edward Everett declaró: “No puedo por menos de considerar la

oficina de Correos, junta al cristianismo, como el brazo derecho de nuestra moderna civilización.”

Pues la oficina de Correos proporcionaba el primer canal enteramente abierto para las

comunicaciones de la Era industrial. Hacia 1837, la Administración de Correos británica transportaba

no simplemente mensajes para una élite, sino unos 88 millones de objetos postales al año... un

verdadero alud de comunicaciones para la época. Para 1960, aproximadamente en el momento en que

la tercera ola comenzó su movimiento, ese número había aumentado ya a diez mil millones. Ese

mismo año, los servicios postales de los Estados Unidos distribuían 355 objetos de correo interior por

cada hombre, mujer y niño de la nación1.

Pero el incremento en el número de mensajes postales que acompañó a la revolución industrial no

hace sino insinuar el auténtico volumen de información que empezó a fluir tras la segunda ola. Un

número mayor aún de mensajes circuló a través de lo que cabría denominar “sistemas micropostales”

existentes en el seno de grandes organizaciones. Los memorándums son cartas que nunca llegan a los

canales públicos de comunicaciones. En 1955, mientras la segunda ola se encrespaba en los Estados

Unidos, la Comisión Hoover investigó los archivos de tres grandes corporaciones. Descubrió,

respectivamente, ¡34.000, 56.000 y 64.000 documentos y memorándums archivados por cada

empleado en nómina!

Y las crecientes necesidades de información que asediaban a las sociedades industriales tampoco

podían ser satisfechas solamente por medios escritos. Así, el teléfono y el telégrafo fueron inventados

en el siglo XIX para llevar su parte de la carga —en constante aumento— de comunicaciones. En

1960, los norteamericanos celebraron unos 256 millones de conversaciones telefónicas por día —más

de 93.000 millones al año—, y aun los sistemas y redes telefónicas más avanzados del mundo se veían

con frecuencia sobrecargados.

Todos éstos eran esencialmente sistemas para la transmisión de mensajes de un remitente a un solo

destinatario. Pero una sociedad que desarrollaba sistemas de producción y consumo en masa

necesitaba también medios para enviar mensajes en masa, comunicaciones de un solo remitente a

muchos destinatarios a la vez. A diferencia del patrono preindustrial, que podía visitar personalmente a

su puñado de empleados en sus propias casas si era preciso, el patrono industrial no podía comunicarse

con sus miles de obreros individualmente. Menos aún podía el vendedor o distribuidor en masa

comunicarse con sus clientes uno a uno. La sociedad de la segunda ola necesitaba —y, nada

sorprendentemente, inventó— poderosos medios para enviar el mismo mensaje a muchas personas a la

vez, de una manera barata, rápida y segura.

Los servicios postales podían llevar el mismo mensaje a millones de personas, pero no rápidamente.

Los teléfonos podían transmitir mensajes rápidamente, pero no a millones de personas al mismo

tiempo. Este vacío hubo de ser llenado con los medios de comunicación de masas.

Naturalmente, en la actualidad el periódico y la revista de circulación masiva constituyen una parte

tan habitual de la vida cotidiana de todos, que no se les concede mayor importancia. Sin embargo, el

aumento de estas publicaciones a nivel nacional reflejaba el convergente desarrollo de muchas nuevas

tecnologías industriales y formas sociales. Así —escribe Jean-Jacques Servan-Schreiber— fueron

hechas posibles por la combinación de “trenes para transportar en un solo día las publicaciones a tra-

1 La cantidad de correo constituye un buen índice instantáneo para apreciar el nivel de industrialización tradicional

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