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Depresion de 1939.


Enviado por   •  11 de Marzo de 2016  •  Resúmenes  •  3.764 Palabras (16 Páginas)  •  201 Visitas

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CAPITULO III

CRISIS ECONOMICA DE 1929

EL MUNDO ENTRE GUERRAS

 

El tratado de Versalles había creado en 1919 la Sociedad de las Naciones, que estableció su sede en la Haya. Tenía encomendadas dos tareas fundamentales: el desarme y la seguridad.

          

Durante los primeros años se intentó resolver  la difícil cuestión de conciliar ambas cuestiones; con este fin se estableció en 1923 un tratado de seguridad mutua. En 1925 se firmó el tratado de Locamo, por el cual los países efectuaban una renuncia solemne a recurrir a la guerra para resolver los conflictos, aceptando para el caso convenios de arbitraje y comprometiéndose a proporcionar ayuda al país que fuese agredido. Sin embargo, la primera conferencia internacional de desarme tardo diez años en poderse llevar  a cabo, se celebró en Ginebra en 1932 y se prolongó durante dos años con largos y estériles debates.

Estados Unidos había sido el país menos afectado durante la primera guerra mundial: su economía no se había resentido y además había adquirido prestigio como primera potencia mundial. Sin embargo, el partido demócrata, liderado por el carismático Woodrow Wilson, perdió las elecciones en 1920. La administración republicana puso fin, durante los siguientes doce años, al intervencionismo en Europa y centró la atención en América del Sur y Asia.

Las economías más fuertes, Estados Unidos y Gran Bretaña, de acuerdo con la conferencia de Génova (1922), estabilizaron las monedas (el dólar y la libra esterlina) adoptando el sistema de patrón oro que ya había regido en años anteriores y que garantizaba una sólida reserva, no solamente para los países emisores sino para otros con economías más débiles o inestables. Paralelamente a esta actuación exterior, en política interna, el partido republicano practicó el conservadurismo social, fuerte control de la inmigración, represión de los movimientos sociales y sindicales liberales, y prohibición de bebidas alcohólicas o “Ley seca”.

En cuanto a la economía, Estados Unidos había experimentado a partir de 1925 una gran prosperidad económica; se desarrollaron los grandes negocios e industrias, entre ellas el sector del automóvil.

No obstante, la eufórica forma de vida americana no tenía una base suficientemente sólida puesto que en 1929, repentinamente, acaeció una crisis sin precedentes bautizada como: “el Crac del 29”: el 24 de octubre de 1929, conocido como el “jueves negro”, se produjo el hundimiento de la bolsa de valores de Nueva York. La caída arrastró consigo a numerosos bancos, que quebraron; a particulares, que perdieron sus ahorros y a empresas, que hicieron quiebra y suspensión de pagos.

La crisis o la “Gran Depresión”  de 1929

   El 1 de enero de 1929 el mercado alcista de “Coolidge” tenía al menos cuatro años de edad, el promedio de precios que publicaba el New York Times, de veinticinco acciones industriales escogidas entre Ias más representativas, fijado en 110 a comienzos de 1924, había subido a 135 al empezar el año siguiente. Al cierre de las transacciones, el 2 de enero de 1929, estaba a 338,35. Aparte de unos leves retrocesos, especialmente a principios de 1926 y de 1928, la escalada había sido casi ininterrumpida. Hubo muy pocos meses en que los promedios no mostrasen un aumento con relación al mes anterior. En pocas palabras, había habido una inflación especulativa de magnitud y duración sin paralelos.

   En un mercado como el de 1929 el público adquiría títulos movidos posiblemente por tres razones. Una era la tradicional: participar en los beneficios de una empresa. Tal motivación era la que indudablemente guiaba a algunos inversores de aquellos días, aunque en el caso de ciertas acciones predilectas de la especulación como la Radio, que alcanzaron los 505 puntos el 3 de septiembre de 1929, contra los 94 ½  de dieciocho meses antes, el deseo de un dividendo inmediato debió contar muy poco. Los accionistas no habían llegado todavía a cobrar dividendo alguno. Un segundo y mucho más numeroso grupo de personas compraban acciones porque habían oído que el mercado de valores era un lugar donde la gente podía hacerse rica, y estaban persuadidos de que su derecho a ser ricos era tan legítimo como el de su vecino. Estos eran los ingenuos, aunque su desgracia fue considerarse —quizá bajo la influencia de algún empleado de tal o cual agente de Bolsa— realmente entendidos. Tales compradores hablaban de las perspectivas de “Steel”, “GM”, “United Corporation” y “Blue Ridge”, como si se tratase de un viejo amigo y con la firmísima certidumbre que es propia no del que sabe, sino del que no sabe que no sabe.

   Como lo que interesaba eran las ganancias debidas a una plusvalía sobre el capital, representado por las acciones adquiridas, éstas casi siempre se compraban a cuenta o en depósito. Eso significaba que alguien tenía que depositar, a título de préstamo, la parte del precio que el comprador no pagaba. Como las acciones mismas respondían del préstamo, si el valor de las acciones bajaba los acreedores pedían un aumento del depósito establecido como garantía de Ia operación: si no era posible un pago al contado, se exigían otras garantías adecuadas. Si el deudor no podía pagar, se le forzaba a vender. Ventas forzadas de ese tipo podían acelerar mucho cualquier tendencia a la baja del mercado.

   No todo el mundo jugaba a la Bolsa como dice la leyenda. La gran mayoría de los norteamericanos eran entonces tan ignorantes del arte de comprar acciones como lo son hoy. Pero posteriores estimaciones han sugerido que llegó a haber un millón de personas implicadas en la especulación. Durante aquel verano, casi todas hicieron dinero. Nunca, antes ni después, tantas personas se habían hecho ricas tan aprisa ni tan fácilmente.

   El 24 de octubre de 1929 (jueves negro) se produjo una quiebra del mercado de valores de Nueva York, que provocó un prolongado período de deflación. La crisis se trasladó rápidamente al conjunto de la economía estadounidense, europea y de otras áreas del mundo. Una de sus consecuencias más inmediatas fue el colapso del sistema de pagos internacionales.

   La debacle económica de 1929 ha concitado la atención de historiadores y economistas como no lo ha hecho ningún otro momento de la historia económica del capitalismo. El debate en torno a los orígenes de la crisis se prolonga, de hecho, hasta los años ochenta, reactivado por la necesidad de dar una explicación fundada a la crisis de las últimas décadas. Marxistas, monetaristas y keynesianos han intentado dar una explicación de este episodio que, en realidad, se correspondió con un largo período, que va desde 1929 hasta 1939.

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