Discurso De Porfirio Muñoz Ledo El 20 De Noviembre De 1969_EDITADO PARA ESTUDIANTES QUE LES URJA UN DISCURSO
Enviado por • 19 de Noviembre de 2013 • 2.934 Palabras (12 Páginas) • 774 Visitas
Discurso de Porfirio Muñoz Ledo el 20 de noviembre de 1969
El gobierno de la República, representado por los tres poderes de la Unión, honró la memoria del creador de nuestras Instituciones políticas general Plutarco Elías Calles, y al depositar sus restos junto a los de Madero y Carranza,dio testimonio de la unidad que vincula a pueblo y gobierno con las corrientes políticas que se entrelazaron en la edificación del México moderno.
Bajo el marco majestuoso del Monumento a la Revolución, y en ocasión del quincuagésimonono aniversario del principio de nuestro movimiento armado, se afirmó que México ha sabido mantener y remodelar el rumbo de una Revolución inconclusa, y que el 20 de noviembre es ahora algo másque el aniversario de una revuelta precursora o el recuerdo de nuestro irrenunciable punto de partida.
El acto se inició en punto de las 10:00. En el presidium, bajo el lema “Revolución Actuante, con la Ley y con la Paz”, el jefe de la nación estuvo acompañado por los representantes del Poder Legislativo, diputado Fernando Súarez del Solar, presidente de la Cámara de Diputados; del representante del Poder Judicial, licenciado Alfonso Guzmán Neyra, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; y por los miembros del gabinete. En la ceremonia estuvieron familiares del general Calles funcionarios gubernamentales, miembros del Ejército Nacional y numeroso público.
Los restos del General Calles, que en ceremonia previa habían sido exhumados en el Panteón Jardín, acto al que asistió el licenciado Mario Moya Palencia con la representación personal del presidente Díaz Ordaz, fueron trasladados escoltados por cadetes del Heroico Colegio Militar, hasta quedar bajo la bóveda del Monumento a la Revolución.
El único orador, licenciado Porfirio Muñoz Ledo, señaló que el homenaje a Calles se justifica sobradamente a la luz de la historia y en función de nuestro presente, y es digno de unirse a las figuras de Madero y Carranza por el limpio servicio que prestó en todas sus etapas a la causa revolucionaria: como soldado, como gobernante y como estadista que fundó nuestra paz social y que puso en marcha la era constructiva de nuestro tránsito hacia la modernidad.
Expresó que no se pretende establecer entre ellos alianzas póstumas, sino que el gobierno ha querido subrayar hoy la armonía profunda de nuestro ciclo revolucionario al reiterar, simultáneamente, su admiración reverente a Carranza y al recoger la voz del pueblo que señala a Villa como un vengador auténtico de los agravios y de las servidumbres a que había sido sometido. Apuntó que con orígenes distintos, todos pertenecen a la tradición liberal. “Todos ellos —añadió— habrían combatido al lado de Morelos o Juárez si el tiempo se los hubiese permitido”.
A los acordes de una marcha fúnebre, los cadetes depositaron la urna con los restos de Calles en la cripta ubicada en la columna noreste del Monumento a la Revolución. Los representantes de los tres poderes, acompañados por los familiares del general Calles depositaron una ofrenda floral y montaron guardia. Enseguida, el presidente y sus acompañantes hicieron lo mismo en las criptas de Carranza y Madero.
El acto central terminó cuando el presidente y la comitiva se trasladaron al templete instalado al lado sur del monumento para presenciar el paso del desfile deportivo que se inició a las 11:00 y terminó a las 13:00.
TEXTO DEL DISCURSO DE MUÑOZ LEDO
Pertenezco a una generación de mexicanos que ha reconocido la obra de sus antepasados, que ha aprendido a respetar la severidad del escenario republicano y que aspira a honrar la memoria de los hechos cuyo aniversario hoy nos congrega.
Este día no es sólo ocasión para reverenciar hombres y principios a los que debemos nuestro ser nacional; es también elocuente testimonio de la unidad que vincula con su gobierno, a las corrientes políticas que se entrelazaron en la edificación del México moderno y a las generaciones que han tenido y que tendrán que asumir la continuidad; de nuestro proceso revolucionario.
Hoy la historia ha vuelto a adquirir los contornos de nuestro presente y a señalarnos líneas del porvenir, porque merced a una obra memorable de gobierno. México ha mantenido y remodelado el rumbo de una Revolución inconclusa.
De esta manera, el veinte de noviembre es ahora algo más que el aniversario de una revuelta precursora, algo más que el recuerdo de nuestro irrenunciable punto de partida, algo más que el homenaje a la iluminada vocación democrática de Madero.
En nuestros días esta fecha incorpora a su ámbito evocador el régimen constitucional y el régimen político de la República, para convertirse en el símbolo de todo un siglo del acontecer nacional. Desde la perspectiva de nuestro tiempo la Revolución compendia la lucha que el pueblo mexicano ha empeñado durante este siglo en favor de su libertad y la estrategia que ha diseñado para acrecentar su independencia.
Al definir nuestra revolución como una larga sucesión de momentos estelares, como un proceso vivo que solicita el recurso de nuevas reformas y de nuevos esfuerzos, ennoblecemos el quehacer políticoy otorgamos al trabajo de los mexicanos la relevancia de una obra histórica. De ahí que una vigorosa concepción de nuestra vida pública se haya preocupado celosamente por ubicar a la política en el plano de la historia y haya decidido abrir nuevamente el panteón n el que moran los grandes conductores de nuestro movimiento social.
En México los héroes del estado lo son también de la nación por que el avance de la comunidad mexicana, e incluso nuestra idea de patria, son consecuencia de la obra política del pueblo y de los poderes que éste ha constituido. Contra quienes sostienen que nuestra evolución política va a la zaga de nuestro desarrollo, el gobierno de la República honra en este acto al creador de nuestras instituciones políticas y reafirma que estas constituyen la síntesis y el instrumento más eficiente de nuestro progreso histórico.
El homenaje que rendimos esta mañana a la memoria del general Plutarco Elías Calles se justifica sobradamente a la luz de la historia y en función de nuestro presente. El decreto que dispuso el traslado de sus restos bajo esta bóveda lo estimó digno de unirse, en la posteridad, a las figuras de Francisco IMadero y de Venustiano Carranza por el limpio servicio que prestó en todas sus etapas a la causa revolucionaria: como soldado, como gobernante, y como estadista que fundó nuestra paz social y que puso en marcha la era constructiva de nuestro tránsito hacia la modernidad.
El gobierno de la República ha querido subrayar hoy la armonía profunda de nuestro ciclo revolucionario al reiterar simultáneamente, en el homenaje al Plan de Guadalupe, su admiración reverente hacia el jefe del Ejército Constitucionalista y al recoger una vez más la voz del pueblo que señala a Francisco Villa como un vengador auténtico de los agravios y de las servidumbres a que había sido sometido.
Respetamos tanto a nuestros muertos que no pretendemos celebrar entre ellos alianzas póstumas. Nuestra conciencia histórica es lo bastante sólida para no necesitar engañarnos, borrando piadosamente los rastros sombríos de nuestro pasado. Sabemos que las relaciones entre los personajes que hoy honra la República transcurrieron frecuentemente en la discordia.
Poco importan, sin embargo, extraviarse en el anecdotario de las pasiones, por más violentas que hayan sido para sus protagonistas o por más doloroso que haya sido su desenlace. Sabemos que siglos de represiones y decenios de corrupción habían ocultado o desfigurado la naturaleza profunda de los mexicanos; la misma que habría de revelarse brutalmente y de afirmar, en un enorme holocausto, su derecho a la dignidad ciudadana.
Sabemos también que los revolucionarios a quienes honramos pertenecen, con orígenes distintos y con acentos propios, a la tradición liberal y social que informa la historia de la República. Todos ellos habrían combatido al lado de Morelos o de Juárez si el tiempo se los hubiese permitido. Todos ellos lucharon, a su manera, por una nación independiente, libre, participante y justa. Todos ellos encarnaron, hasta el límite del sacrificio o del martirio, los ideales que animan hoy el impulso ascendente del pueblo mexicano.
La democracia se funda constitucionalmente en la representatividad jurídica de los gobiernos, pero sólo adquiere fuerza y eficacia en la medida que ensancha su representatividad política. Las revoluciones, si lo son en verdad, añaden a esos atributos la imagen igualitaria de su representatividad popular.
El pueblo, el derecho y el poder: He ahí los elementos constitutivos y los factores dinámicos de nuestro proceso revolucionario. De ahí el legado que finalmente nos dejaron —sin contradicción alguna— la presencia y la obra de Francisco Villa, de Venustiano Carranza y de Plutarco Elías Calles.
Nuestra vida como nación es “la hazaña de un gran pueblo mestizo” que —gestado y negado a la vez por la colonia— al cabo de un inmenso y prolongado esfuerzo, ha venido a incorporar su fisonomía y su personalidad al inventario de los pueblos libres.
Para ello ha debido transformarse con el ritmo de profundas convulsiones y darse caudillos extraídos de la gran masa popular. Desde la Independencia, nuestros guías no fueron miembros de una sola clase social que estuviese destinada, por el desarrollo de las ideas y de las fuerzas productivas, a ocupar su turno dentro de la cronología política.
Nuestra Revolución fue el agitado escenario donde aparecieron, irreverentes, los rostros más típicos del cuerpo social; aquellos que no encontraban sitio, sino disimulados, en los daguerrotipos de la dictadura, aquellos que ahora transcurren creadoramente —sin que nos demos cuenta— por el marco de la sociedad civil. Aquellos que otorgan a nuestro estilo comunitario, a nuestra cultura, a nuestro régimen constitucional y a nuestra política, modos de ser cuya esencia es incanjeable, a pesar de los nostálgicos y a pesar de los imitadores.
Dotar a nuestros caudillos de biografías artificiales en las que se reflejara una conducta inmaculada, sería insensato. Primero, porque es propio de los débiles atentar contra su historia y segundo; porque de nada valdría desnaturalizarlos: acabaríamos despojándolos de los atributos que son su fuerza y que constituyen a la postre el elemento más significativo de su obra pública.
Francisco Villa emerge de las rutas perdidas de la exclusión social hasta tomar los perfiles del centauro de la leyenda. Leal, agresivamente leal al dulce recuerdo de Francisco I. Madero, recorre en fuego un territorio agreste y crea, por las simbiosis del hombre y del pueblo, del combatiente y la naturaleza, la primera imagen contemporánea del guerrillero.
Nada más natural que el pueblo se viera reflejado en sus hazañas y que su figura viniese a simbolizar, junto con la del gestor sin tacha de las causas permanentes de México —Emiliano Zapata— el anuncio y el símbolo de lo que sería durante este siglo la sublevación de todos los pueblos humillados, la gran revancha contra la opresión que ha transformado el concepto de humanidad y habrá de alterar el curso dxe la historia.
Todas las revoluciones llevan dentro de sí el germen de su propia síntesis. Entre nosotros el Plan de Guadalupe es avanzada contra la dictadura, vértice moderador de la violencia e hilo conductor de la causa del pueblo. Enriquecido por el tiempo, por las ideas y aun por las pasiones, terminó resumiendo —como se lo propuso— la soberanía de la República y dando origen a la carta que convierte la fuerza de la Revolución en un nuevo derecho: la Constitución de 1917.
Venustiano Carranza acaudilla la segunda fase de nuestra lucha armada, salvaguarda nuestra tradición liberal y evita, con decisión intransigente, que el desbordamiento anticipado de las reivindicaciones y la acechanza de los intereses, pongan en peligro la independencia de la nación.
Nuestra norma suprema es el compendio, ideológico y político, de las mejores herencias de nuestro pasado y de las aspiraciones de nuestro presente. Contiene la más amplia carta de garantías individuales porque sabe que el respeto a los derechos del hombre es el ideal más alto de toda civilización y establece los mecanismos de la equidad y del progreso social, sin los cuales la libertad es fórmula vacía. Pero armoniza también las exigencias de la sociedad democrática dentro de un régimen presidencialista que confiere al jefe del Estado la responsabilidad de obedecer el mandato del pueblo y de cumplir los propósitos de la Revolución.
La Constitución es el marco de nuestro desarrollo porque crea los instrumentos políticos para transformar la sociedad en un ámbito de libertad. Carranza es fundador y es vigía.
Nos advierte que nuestra vida está inmersa en la realidad del mundo, que no hay historia sin geografía y que ninguno de nuestros proyectos —por más noble que sea— sirve a la patria si pone en peligro la integridad territorial, la independencia cultural y la soberanía política de la República. Con Juárez, con Hidalgo, es defensor esclarecido de la existencia autónoma de México.
Las grandes revoluciones contemporáneas se caracterizan por haber concretado su ideología y su derecho en sistemas políticos que desbordan los esquemas formales de la democracia. Apresuradas por alcanzar la modernidad en un solo impulso o por fundar estructuras económicas radicalmente novedosas, todas sin excepción han elegido su propia identidad política antes que la copia servil e imposible de los modelos que postularon las sociedades industriales surgidas en el siglo XVIII.
Plutarco Elías Calles comprendió que era preciso crear las instituciones políticas que aseguraran a nuestro movimiento revolucionario su continuidad histórica a fin de no reiniciar el ciclo trágico cuyos extremos son la dictadura y la anarquía; a fin de que el antiguo régimen no renaciera entre las fisuras provocadas por las facciones, por la resaca de los intereses afectados, por las ambiciones del exterior y por el escepticismo de las nuevas generaciones.
El general Calles fue un gobernante atento a los fenómenos históricos que vinieron a precisar —entre dos guerras mundiales— las ideas de nuestro siglo. Sabía que nuestros gobiernos —desde sus más remotos orígenes— reposaron en la dominación de las armas sobre su territorio. Su experiencia y su agudeza le indicaron que los hábitos políticos de la eclosión revolucionaria deberían modificarse para conducirnos al advenimiento definitivo de la sociedad civil.
Emprende y consuma la tarea de resolver las contradicciones del grupo revolucionario y de proteger a la Constitución y al régimen contra la subversión de las corporaciones que aquella había desaforado. Bosqueja e inaugura el Estado moderno mexicano con las instituciones básicas para su desarrollo, a las que da sentido e impulso con un gran Partido Nacional que rescata todas las corrientes del progreso y a las que sostiene con un ejército que reafirma la conciencia de su origen popular y de su destino republicano.
Es, en suma, el hombre que establece la paz entre los mexicanos, aquel a quien la nación debe que se hayan terminado para siempre sus luchas fratricidas. Aun en el extremo de la soledad, antepuso a toda consideración personal la imagen que se había forjado de una patria estable, vigorosa y próspera.
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Hace nueve años, en esta misma tribuna, el ciudadano Gustavo Díaz Ordaz afirmó que a su generación correspondía buscar la concordia entre quienes pudieran hallarse todavía separados por el recuerdo de la lucha, con el fin de conjugar todos los esfuerzos en torno a las grandes metas nacionales.
Este propósito, unido a la idea de que ahora la Revolución Mexicana es, más que un simple hecho histórico, norma que inspira la conducta y actitud conciente ante los problemas de México, nos permite comprender cabalmente la actividad nacional de los años más recientes.
La Revolución ha fomentado en una misma etapa, enérgica y reflexiva, la unidad y la vigencia que se manifiestan en esta ceremonia, porque el régimen político de la República ha inspirado sus actos en los valores que hoy reverenciamos. Ha obedecido y hecho obedecer los mandatos de la voluntad popular, ha conservado intacta la autoridad del Estado y ha defendido, con el derecho, la soberanía de la nación.
Hemos vivido una de las coyunturas más cargadas de sentido dentro de nuestra historia contemporánea: momento que separaba y que ha vinculado finalmente tres decenios de desarrollo con los tres que le faltan a la revolución para cumplir su obra durante este siglo.
Al cabo de un prolongado periodo de crecimiento fuerzas e intereses ajenos a la voluntad del pueblo pretendieron divorciarlo de las instituciones de la República y los más antiguos trasfondos reaccionarios vinieron a condensarse en la idea de que el deber más imperioso para los mexicanos es disminuir la autoridad del Estado e inventar un nuevo régimen constitucional.
La sabiduría de nuestro sistema de gobierno consiste en mantener y reiniciar todas sus reformas por una estrategia de sucesivas consolidaciones políticas. De esta manera nuestro progreso se ha vuelto a la postre irreversible, porque ha cerrado el camino a todo retroceso. Hemos llegado así a un punto sin retorno de la historia mexicana que me atreveré a llamar el momento de nuestra madurez revolucionaria.
Hoy, en pocos países como el nuestro los jóvenes encuentran mejores posibilidades de identificación y de servicio dentro de la sociedad civil. En muy pocos podría escucharse verazmente la promesa que formuló aquí, hace casi dos lustros, el actual jefe de nuestra nación cuando afirmó que a sus contemporáneos correspondía ser el macizo puente por el que habrían de pasar las nuevas generaciones para hacerse cargo'de sus responsabilidades con la patria.
A los jóvenes que acepten este legado toca entender que la verdadera fidelidad a los principios de nuestra Constitución es el ejercicio conciente del talento y de la virtud porque sus mandatos contienen todas las expectativas de nuestra transformación social.
La tarea más fecunda de nuestro presente es depositar en las conciencias que nacen las razones de nuestro pasado y las proporciones de nuestro tiempo.
La historia ha de ser el alma de una educación para el porvenir. La imaginación política el mejor reducto de nuestra lealtad.
Así podremos afirmar los perfiles de nuestro ser nacional y avanzar, en la justicia y en la unidad, el tramo que nos aguarda de nuestro largo itinerario hacia la libertad
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