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El Positivismo En La Historiografía Argentina.

cinemar13 de Agosto de 2012

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El positivismo en la historiografía argentina.

Introducción.

Con el objetivo de introducirnos en el estudio de la corriente de pensamiento denominada positivismo en la historiografía argentina (por medio de tres de sus exponentes), proponemos comenzar por situar su influencia dentro del complejo historiográfico nacional, tarea por la cual deberemos, al mismo tiempo, introducir las características generales que adoptó el positivismo en nuestras tierras.

El análisis crítico de tres autores de fines del siglo XIX y principios del XX: Ramos Mejía , J.A. García y José Ingenieros ; en lo relativo a sus consideraciones epistemológicas, nos permitirá profundizar en los aspectos práctico-metodológicos que adquirió dicha corriente en la historiografía argentina, constituyendo preocupaciones (y maneras de resolverlas) solidarias con una reacción general dentro de las ciencias sociales que hizo aportes novedosos respecto de entender (y explicar) lo social y lo histórico de una manera diferente de como lo venía sosteniendo el historicismo erudito.

La aparición de un sujeto colectivo que podía ser aprehensible a través de métodos objetivos adquirió la centralidad en los tipos de análisis que incluyeron, de manera heterogénea, factores explicativos y apoyatura conceptual en unas disciplinas que venían germinando: la clínica médica, la criminología y la neuropsiquiatría; en el contexto de una sociología dominada por el darwinismo social y la metáfora organicista, bajo el paradigma de las ciencias naturales como certificado de asepsia científica. Marco teórico que se completa con la introducción de una economía biológica, que combina aspectos centrales del marxismo vulgar, con un biologicismo pavoroso.

Antecedentes.

La historiografía nacional de la segunda mitad del siglo XIX había discurrido por dos tendencias, de un lado, el historicismo filosofante de V. F. Lopez; del otro, el historicismo erudito consagrado en B. Mitre como lo señalan F. Devoto y N. Pagano . La tarea que se había concentrado en la figura de Mitre era la de otorgar a la historia en tanto práctica específica unas características propias que lo alejaran del relato literario o periodístico, al mismo tiempo que renunciaba a la tradición oral; proceso que se combinó con la difusión del periódico especializado y del libro después, integrando redes privadas e instituciones públicas de difusión y que habían encontrado en la valoración intersubjetiva los cánones de aprobación. El paquete erudito combinaba una manera de narrar lo histórico que dependía de técnicas específicas que incluían una particular heurística con base en la crítica de fuentes, notas auxiliares, apéndice documental; en donde el objeto no se define por su contingencia (ser parte del pasado) sino por el método de conocimiento (la confrontación de fuentes como testimonio de ese pasado).

De la mano con la consolidación del estado nacional, y como arma legitimadora, el historicismo erudito nace con una conciencia histórica de su tarea, al identificar al pasado como su objeto, al presente como momento de intervención, y al futuro como destino de sus esfuerzos; operando de manera consiente en la tarea de construir tradiciones, a la luz de la vida de los hombres notables. De manera que proporcionó la primer versión organizada del “mito de los orígenes” con una clara intensión moralizante que diseccionaba la huella de los próceres en búsqueda del espíritu de época impuesto desde el presente: Así, Moreno representaba el espíritu revolucionario y San Martín su dimensión americana, Belgrano se había establecido como eslabón entre la tradición colonial y los principios revolucionarios, al tiempo que Rivadavia encarnaba los valores del sistema representativo y por intermedio de Artigas se explicaba la conflictividad interna.

Al estilo del historicismo rankeano, la historia erudita había asignado a las cuestiones relativas al Estado la representación de los problemas colectivos, al tiempo que los hombres de estado o personajes notables funcionaban como línea argumental moralizante, en tanto a través de sus acciones (reflejo de sus intensiones y fines últimos) podían ser interpretados como exponentes salientes o como elementos indeseables de la nacionalidad.

Aparición del positivismo y Presentación de los autores.

Oscar Terán señala que en la Argentina la ideología positivista desempeñó un considerable papel hegemónico, “tanto por su capacidad para plantear una interpretación verosímil de estas realidades nacionales cuanto por articularse con instituciones que -como las educativas, jurídicas, sanitarias o militares- tramaron un sólido tejido de prácticas sociales en el momento de la consolidación del Estado y de la nación a fines del siglo pasado y comienzos del actual” . Y si bien el positivismo configuró la matriz mental dominante durante el período 1880-1910 en la Argentina y en general en América Latina, en ese mismo período se asiste a una formidable superposición de ideologías en cuyo seno convivían tendencias tan variadas como el vitalismo, el decadentismo o el espiritualismo modernista. En definitiva, el ensayo positivista construyó su intervención discursiva más exitosa en la doble pretensión de explicar, por una parte, los efectos no deseados del proceso de modernización en curso o también de comprender los consistentes obstáculos para que dicho proyecto pudiera desplegarse con eficacia y, por la otra, hacerse cargo reflexivamente del problema de la invención de una nación.

El positivismo tuvo una gran influencia en la Argentina, ofreciéndose tanto como una filosofía de la historia que venía a servir de relevo a una religiosidad jaqueada, así como organizador fundamental de la problemática político-social de la elite entre el 90 y el Centenario.

Se llamó entonces, positivismo, a la actitud objetiva para abordar el conocimiento de los fenómenos biológicos y la transferencia de esa misma objetividad al estudio de los problemas sociales y a la orientación práctica de la vida. El positivismo argentino tuvo un amplio terreno para fructificar cuando la masa inmigratoria europea generó nuevas condiciones sociales. Por estos años, en Buenos Aires empezaba un proceso vertiginoso de urbanización y modernización. La elite criolla, los dueños de la tierra y el poder, confiaban fundamentalmente en el poder de sí misma, en su ciudad y en la patria. Pero ya para los ´80, atraídos por las políticas locales, comenzaron a concentrarse en la urbe inmigrantes europeos: italianos y españoles, sobre todo de los estratos sociales más bajos.

Con la autorización de la entrada de extranjeros en 1853, llegaron a Buenos Aires las primeras familias europeas, marcando el inicio de un proceso de ingreso masivo de inmigrantes, que trajo consigo un desmesurado aumento y una gran heterogeneización en la demografía. El porcentaje de éstos en la población urbana alcanzaba el 37 % en 1895 y el 53% en 1914. Todo este proceso generó, en ciertos sectores de las élites intelectuales, un punto de vista sobre el extranjero, considerándolo una amenaza.

El fundamento del estudio de la multitud, según Ramos Mejía, radica en su naturaleza. Ésta no tiene líderes, sino dominadores. Se representa discursivamente bajo un proceso de animalización: puro instinto, impulso vivo y agresivo (a veces generoso y heroico, pero más a menudo brutal y sensitivo). Sus emociones son vivas y no exhiben un proceso mental, sino que se desarrollan en un automatismo, que concluye en un simple reflejo.

El enunciador emerge en muchos momentos como un productor de imágenes de la otredad, contribuyendo a elaborar un saber sobre sus modos de vida y así aplacando su peligrosidad. Es significativo ese aspecto disciplinario, ordenador, que pasa a ser, luego, un mecanismo narrativo de cierta criminología finisecular.

El objeto de estudio de los ensayistas que en mayor o menor medida están ligados a la matriz positivista, es realizar un balance del progreso, tanto a la luz de las nuevas cuestiones que afronta el fin de siglo, como de los llamados viejos problemas, los vicios orgánicos, donde se entrecruzan el problema de la raza, de la formación de la nacionalidad y la cuestión del sujeto político. Por encima de las diferencias, los positivistas tienen por punto de partida una hipótesis común: la realidad político-social del país señala la persistencia del caudillismo, a través de nuevas formas y/o atenuadas formas respecto de sus manifestaciones pasadas. El estudio debe confirmar “científicamente” esta hipótesis y aportar las claves de este “mal americano”. Dos posiciones mayores parecen delinearse: por un lado, existe una visión casi generalizada entre aquellos representantes más típicos del positivismo acerca de que los problemas de nuestra configuración política-social son antes que nada de origen étnico; por otro, una segunda línea, representada por ensayistas liberales, cercanos al positivismo, que desarrollan una lectura social que desde diferentes perspectivas señalan las dificultades en el proceso de formación del sujeto político. Sin embargo, el tipo de explicación debe ser en puesto en relación con otros dos ejes igualmente articulatorios. El primero de ellos hace referencia a la perspectiva en la cual se inserta el caudillismo como avatar histórico, sea en términos de continuidad o de ruptura. El último eje se constituye alrededor de la relación líder-masas y apunta a centrar en uno y otro polo el análisis de los males latinoamericanos: malformaciones del régimen político, disposiciones irracionales de las multitudes, etc.

A medida que el concepto de constitucionalismo mostraba mayor

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