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Nueva Escuela Historia Argentina trabajo historiografia.


Enviado por   •  18 de Agosto de 2016  •  Apuntes  •  4.309 Palabras (18 Páginas)  •  331 Visitas

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La nueva Escuela Histórica y el Revisionismo en la Historiografía Argentina

Gabriel Jansen

Javier Villanueva

Universidad Nacional de Salta

En el siguiente informe de lectura se  conocen los principales puntos e historia de lo que fue la Nueva Escuela Histórica y el Revisionismo en la historiografía argentina. Dicho análisis se realizara en base a los capítulos tercero y cuarto del libro Historia de la historiografía argentina de Fernando Devoto y Nora Pagano donde se dejan en claro cuáles han sido los logros, los límites y los alcances de dichas corrientes historiográficas en el siglo XX.

En el cambio de siglo la producción de obras en torno al pasado es intensa, y muchos intelectuales, adscriptos a otras tradiciones, se sienten llamados a ofrecer su interpretación. De este modo, una celebridad como Paul Groussac así como los ensayos generados a partir de reflexiones emanadas de una matriz positivista coexisten y protagonizan este período de transición hacia la institucionalización de la práctica histórica.

Intelectuales diversos como los hermanos Ramos Mejía, Juan A. García, Ernesto Quesada, Rodolfo Rivarola, José Ingenieros y Juan Álvarez, entre otros, se encuentran  agrupados bajo el amplio paraguas del positivismo - Carbia, Ricardo Rojas y Halperín, los denominaron más genéricamente “ensayistas”- conformando un heterogéneo conjunto de investigaciones históricas y científicas. Aquí se produce una de las primeras manifestaciones de  la disyuntiva que enfrentan los historiadores del período: ¿la ciencia o la pedagogía nacionalizante? ¿El mito nacional o la objetividad desapasionada?. Las diferentes respuestas hacen que este capítulo se detenga en las trayectorias individuales y en las obras de cada autor para dar cuenta del espectro de inquietudes de este grupo homogéneo y heterogéneo a la vez que produjo ensayos integrando elementos de psicología social y temprana sociología, todo ello en el contexto de optimismo e incertidumbres sobre el futuro característicos del período.

De acuerdo al planteo de Devoto, es fundamentalmente ese amplio consenso liberal el  que permitía la emergencia de estas variadas reflexiones en torno al pasado, escenario que se iba a modificar sustancialmente en la década del ’30. Mucho antes de ello -y como mencionamos más arriba- lenta pero firmemente se estaba consolidando un grupo de jóvenes que advirtió la necesidad de ajustar la práctica histórica a parámetros mucho más estrictos derivados de un método específico y con una base institucional firme. Una metodología propiciada y exhibida por los miembros de la NEH como piedra de toque de la tradición y cuya adopción contribuyo decididamente a modificar el estatuto disciplinar[1].

De este modo, el grupo que luego dará en llamarse “Nueva Escuela Histórica” apostará a reservarse los lugares que lentamente irán dejando sus maestros para iniciar desde allí la reestructuración y la reorganización de los archivos, herramienta principal del historiador. La estrategia elegida será, además, la de apropiarse de uno de los recursos fundamentales de la naciente profesión, la crítica documental -para lo que fue necesario enfrentar a un intelectual del prestigio de Paul Groussac- a través de la cual se señala una instancia técnica que delimitaría el campo y el oficio del historiador.

A comienzos del siglo XX, en las primeras tres décadas lo que se buscaba era crear o reescribir una historia, si bien, manteniendo algún tipo de relación con la metodología de Mitre, a la misma vez, escribir una historia patria, alejada de aquella historia positivista y facciosa del siglo XX, y lograr dotar a la historia de  un poder cohesionador[2].

Por eso, son las décadas del ’20 y del ’30 las de mayor densidad institucional ya que aparecen actores nuevos en el escenario intelectual: al ya existente ámbito académico universitario (fundamentalmente Filosofía y Letras de la UBA y Humanidades de UNLP), se suman la Junta de Historia y Numismática (que se transforma en Academia Nacional de la Historia en 1938) y el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, creado en el mismo año.  A diferencia de la historiografía decimonónica, los espacios institucionales desempeñaron un papel decisivo en tanto sede de producción, gestión y reproducción de saberes y ejercicio regulado del oficio.[3]

Orientados a diferentes públicos y con distintos objetivos dentro de su labor  historiográfica, estas instituciones concentrarán el debate histórico en las décadas subsiguientes, si bien compartiendo el espacio con otras de diverso tipo que reunían a estudiosos inquietos por el pasado.

Como se señaló más arriba, tanto Romulo Carbia, Emilio Ravignani, Luis Molinari, en sus primeras críticas hacia construcción de la historia Argentina, daban cuenta de una historiografía precedente a la de ellos, con una falta de conceptos y técnicas para el estudio de la historia, por ellos, estos consideraban que era necesario llevar a cabo una renovación de conceptos y metodologías para la creación de una historia del pasado nacional.

A finales de la década del `20 los dos posibles núcleos fueron en la revolución de Mayo y otro en relación a la estructura del Estado federal, de los cuales en el primer caso quien estaba presente fue Levene y Ravignani en el segundo caso, de la vertiente constitucionalista “prerrevisionista”[4].

Sin embargo todos ellos, con sus discrepancias  incluidas, buscaban hacer, de las redes de la crítica, un saber objetivo o científico, de allí que toda esta nueva forma de analizar se gestara particularmente en el ámbito académico, punto este que será luego debatido y criticado por parte del revisionismo.

Durante los años `30 hubo una gran homogeneidad con intelectuales de distinta extracción ideológica en el marco de ausencia de correlaciones coherentes y precisas entre tradiciones intelectuales, visiones del pasado y formaciones diferentes políticas  que acercándose a la década del `40 se estabilizaron, aunque generados por la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, los cuales agrietaron aquel consenso de tradición liberal.

Y es justamente a partir de la década del ’30 cuando se quiebra ese consenso liberal que mencionamos más arriba como consecuencia de las tensiones político ideológicas internacionales, lo que lleva a una polarización de las posiciones que pronto se volverán irreconciliables. El avance de los discursos cercanos tanto al nacionalismo como a las izquierdas internacionalistas dejaban entrever los límites de la historia liberal tradicional, a la que progresivamente se definirá como la “historia oficial” que debe desenmascararse.

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