El Relato Policial Clasico
vickyorlando5 de Marzo de 2013
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El relato policial clásico
Los orígenes del relato policial pueden ubicarse en 1840, cuando el escritor estadounidense Edgar Allan Poe (1809-1849) publica sus cuentos "Los asesinatos de la calle Morgue", "La carta robada" y " El misterio de Marie Roget", que tienen como protagonista al detective Auguste Dupin. En estos relatos, Poe establece, sin saberlo, las reglas básicas de lo que luego se llamó "policial clásico o de "enigma". Los elementos infaltables en estos cuentos son:
a) Un crimen, del que se desconoce quién, cómo y por qué lo cometió, y que se presenta como un enigma irresoluble.
b) Un detective de inteligencia destacada, que investiga y resuelve el caso a pedido de la policía. Con este personaje colabora un fiel compañero, que escucha sus razonamientos y deducciones.
c) Una serie de pistas o indicios, aparentemente inconexos, que le sirven al detective para descubrir al delincuente.
d) La resolución del misterio, la identificación del culpable y la explicación, por parte del investigador, de cómo llegó a la verdad.
Casi cincuenta años después de Poe, el escocés Arthur Conan Doyle (1859-1930) crea la famosa dupla del detective Sherlock Holmes y su ayudante, el doctor Watson, que protagonizan Estudio en rojo (1887), la primera de una larga y exitosa serie de novelas aún vigentes entre los lectores del género.
Monsieur Poirot, interpretado
por el actor David Suchet
Los detectives Dupin y Holmes reúnen características que definen el estereotipo de investigador del policial clásico, que reaparece a lo largo del siglo XX (por ejemplo, con Monsieur Poirot, el personaje de la inglesa Agatha Christie). Estos persona/es suelen ser excéntricos, cultos y brillantes; se relacionan con la "alta sociedad"; y toman la investigación como un reto a su inteligencia. Son intelectuales que aplican métodos racionales, principios científicos y técnicas modernas basadas en variados conocimientos.
Después de acudir a la escena del crimen, observar los detalles, interrogar a los testigos y reunir evidencias, estos detectives se retiran a su hogar a pensar y a relacionar las piezas de información con que cuentan, o realizan diligencias incomprensibles para sus ayudantes y para los lectores, pero que cobrarán sentido cuando expliquen cómo resolvieron el caso. Ese aislamiento —y la omnipotencia intelectual que manifiestan— siempre les dan cierta inmunidad: el lector sabe que estos héroes nunca corren peligro.
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