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El Ángel de Francfort: vestigios históricos

Alejandro PerillaEnsayo16 de Octubre de 2020

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VESTIGIOS HISTÓRICOS: EL ÁNGEL DE FRÁNCFORT

Bryan Alejandro Perilla Cortés

Universidad del Rosario

El ser humano se ha ingeniado diversas formas de inmortalizar eventos pretéritos mediante la memoria, por más alejado que esté un acontecimiento social de la actualidad. Un ejemplo de ello es la escritura, donde el individuo transforma sus ideas, efímeras, volátiles y etéreas, plasmándolas en una dimensión física. Así, los pensamientos quedan estampados, por ejemplo, en un papel, lo cual podría subsistir muchísimo más tiempo que la duración de la existencia del redactor. Algo semejante ocurre con los monumentos, considerando que Pablo Sztulwark sostiene que “los monumentos públicos son lugares donde se tramita simbólicamente, donde se produce sentido, donde se procesa colectivamente lo pasado” (Sztulwark, 2005). Así pues, los monumentos podrían rendir algún homenaje o representar determinado acontecimiento del pasado.

Teniendo en cuenta lo anterior, he propuesto un vestigio histórico con el propósito de analizar las realidades que componen al mismo y de los procesos históricos que posiblemente se conectan en él. Se trata del monumento del Ángel de Frankfurt que, basándome en López (2012), es una escultura elaborada por Rosemarie Trockel en el año 1994, y situada en la ciudad de Fráncfort del Meno, Alemania. Esta estatua, fue “Erigida en homenaje a los homosexuales perseguidos por el nazismo, fue el primer monumento que apareció para ello” (López, 2012) y las posteriores víctimas del artículo 175 del Código Penal alemán. Además, este monumento posee una descripción que expone, de cierta manera, el sentido del homenaje:

«Los hombres y mujeres homosexuales fueron perseguidos y asesinados durante el régimen nacionalsocialista. La matanza fue ocultada y negada, despreciando y condenando a los supervivientes. Por ello los recordamos y a los hombres que aman a otros hombres y las mujeres que aman a otras mujeres que frecuentemente todavía siguen siendo perseguidos. Frankfurt del Meno. Diciembre 1994.»

En consecuencia, pretendo basarme en el vestigio que expuse previamente con el fin de rastrear algunas realidades probablemente conectadas, de las que se sirven del monumento del Ángel de Fráncfort como un empalme entre acontecimientos históricos diferentes, y tratando de examinar sus posibles fundamentos. Es importante, entonces, tener en cuenta el instante en el que este monumento se inauguró, qué motivo a la artista a elaborarlo y, lo más importante, cómo una serie de acontecimientos de un pasado poco distante transformaron la perspectiva moral e incluso ontológica de una sociedad. Se supone que el monumento del Ángel de Frankfurt, siendo objeto de simbolismo y producción de un sentido pretérito, se desarrolla y es consecuencia de una sucesión de hechos que están estrechamente vinculados.

Basándonos en la contextualización que se hizo sobre la estatua del Ángel de Fráncfort, impredeciblemente esta misma nos dirige unas décadas atrás en una coyuntura que marcó extraordinariamente la historia de la humanidad: la segunda Guerra Mundial. Es sabido que este acontecimiento fue un periodo muy complejo, con múltiples elementos que son casi imposibles de abarcar en un sólo estudio. Por ello, hago una limitación a mi investigación, pues mi interés recae en el contexto específico de lo vivido por los homosexuales en Alemania durante este régimen extremista liderado por Adolf Hitler y los posteriores corolarios en esta misma sociedad.

Si bien el genocidio derivado del antisemitismo y supuesto determinismo biológico durante el régimen nazi no tiene justificación válida en la actualidad, bajo ningún caso, y son fuertemente rechazados estos asesinatos masivos, me intereso por la pretensión que en este entonces se tuvo de exterminar con los homosexuales. Esto, sin trivializar las muertes de los demás grupos de personas. En este periodo, “cientos de miles de personas fueron torturadas con sadismo hasta la muerte por el mero hecho de tener sentimientos homosexuales”, pues “estaban eludiendo su deber nacional al objeto de formar familias… dirigiéndose hacia la pérdida de descendencia que se necesitaba urgentemente” (Sáez, 2017). Toda esta inhumana situación estaba respaldada y acreditada por el artículo 175 del Código Penal alemán, que tuvo validez hasta muchos años después del desenlace de la segunda Guerra Mundial y que condenaba la homosexualidad masculina. Situación que le da una peculiaridad al papel de los homosexuales durante y después de aquella época, pues este grupo de personas fue el único que no se reconoció como víctimas del Holocausto nazi hasta posteriormente casi finalizando el siglo XX.

La situación en la que se encontraba Alemania, bajo el yugo absoluto del nazismo, desfavorecía por completo y se oponía con más vigor a la comunidad homosexual. Con esto, “Nadie pone en tela de juicio el que fuera la obsesión racial de la cosmovisión nazi la que condujo al Holocausto” (Stallaert, 2006), pues procuraban clarificar su raza aria, retirando definitivamente de su territorio al que no estuviera dentro de los parámetros biológicos, políticos e ideológicos. La homosexualidad, suprimiendo la procreación, siendo incapaces de reproducirse, claramente fueron un blanco esencial para la exterminación de colectividades impuras e inútiles para el régimen nazi.

Hechos como este penetran en lo más profundo de la compasión humana, pero es un proceso que ha costado mucho trabajo. La evolución de empezar a abolir por completo situaciones como la que se presentó en la Alemania de los años treinta y cuarenta fue algo lenta. Sólo después de varias generaciones empezaron a desaparecer los últimos rastros adversos del despiadado régimen nazi. Es más, es preciso añadir que “las construcciones subjetivas de la identidad sexual socavaron y reforzaron los ideales hegemónicos masculinos”. (Crouthamel, 2018). Pese a las proporciones de la segunda Guerra Mundial, el nazismo en Alemania necesitaba reclutar a los hombres con mejores características físicas que les permitiera resisitir más a la contienda. Por consiguiente, sospecho que el hombre ideal sería quien contara con una fuerza física descomunal o una resistencia corporal mayor.

En efecto, tratando de aludir a esas construcciones subjetivas de la identidad sexual, según Esther Cuerda (2017), los prisioneros homosexuales “fueron identificados en los campos de concentración con un triángulo rosa y fueron tratados, junto con prisioneros judíos, como el más bajo de los grupos”. Detalles que a simple vista podrían ser triviales, como el hecho de que los homosexuales hayan sido identificados con un triangulo de color rosado, podría no ser gratuito. Según un artículo publicado por Expansión en el año 2016, el color rosa “está asociado de forma abrumadora con la delicadeza y la feminidad”, respondiendo a una construcción social que databa desde inicios del siglo XX. Según esta misma fuente, esta dicotomía de tonalidades no tiene una expliación definitiva, pero que probablemente pudo haber sido una implementación en tendencia dentro del auge capitalista norteamericano de las primeras décadas del siglo XX. En este punto, es posible observar cómo cualquier acontecimiento responde a unas realidades cronológicamente conectadas, incluso los que podrían parecer más insignificantes.

Desde luego, el rechazo hacia los individuos homosexuales, “representa un problema que reencarna y ejemplifica el predominio del poder masculino así como los arraigados valores heterosexistas en nuestra sociedad, representa la transgresión de la visión binaria masculino-femenino” (Sierra, 2002) y esto perfectamente podemos evidenciarlo en el intento de exterminio de homosexuales en los campos de concentración nazi. Esta situación no sólo atenta contra la integridad moral —y en muchos casos, físicas—, sino que viola un sinnumero de derechos fundamentales de cualquier ser humano, pero que lastimosamente no estaban en funcionamiento durante el despiadado periodo del Holocausto nazi.

Lo más probable es que todas las atrocidades cometidas en el marco de la segunda Guerra Mundial, no solamente hayan dejado devastada y decaída la estructura física de las ciudades y poblados de ciertas naciones, sino que también el tejido social sufrió daños intensamente desgarradores. A continuación, expondré un acontecimiento que, de igual manera, fue un hito en la historia de la humanidad, y que probablemente es la causa de que un periodo tan sanguinario como el régimen nazi no se haya vuelto a repetir. Este punto se refiere a la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH), que fue “proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, el 10 de diciembre de 1948, como un ideal común para todos los pueblos y naciones”, como bien lo proclamó la Comisión de Derechos Humanos (1948). No pudo haber sido coincidencia que, casi subsiguientemente de semejante situación tan desenfrenada como la segunda Guerra Mundial, se haya salvaguardado a la humanidad entera mediante el documento que se mencionó previamente. Así, se pueden seguir los rastros de estas realidades que hasta el momento se han descrito y que están íntimamente relacionadas.

En las décadas posteriores de la DUDH, parece que la tensión empezó a aliviarse en países como Alemania, y en general, actos de violencia, guerra y hostilidades tuvieron una mejoría notoria. Aunque, “a diferencia del pueblo judío que observó el fin de su sufrimiento con la caída del nazismo, el colectivo homosexual, minoritario en números, siguió padeciendo su persecución y el castigo debido a la vigencia del parágrafo 175 del Código Penal Alemán” (Sáez, 2017).

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