ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Recuentos Históricos


Enviado por   •  12 de Julio de 2011  •  10.633 Palabras (43 Páginas)  •  1.358 Visitas

Página 1 de 43

publicidad

Anécdotas de la Revolución

José Ramos

Anécdotas de la Revolución

José Ramos

Volvámonos liebres

La Crónica (San Francisco),

3 de diciembre de 1916, p. 15.

El general Quintanilla hace poco más de un año era jefe de la importante plaza de Toluca, Capital del Estado de México. Allí mandaba y dueño era de vidas y haciendas cuando le comunicaron que en El Oro, importante mineral que se encuentra a unas horas de Toluca, estaban los carrancistas.

Ordenó el general Quintanilla que sus huestes se alistaran para la lucha. Los cañones Saint Chaumont de que estaba provista su fuerza y que no servían sino para disparar cartuchos de salva, pues no conocían los zapatistas su manejo ni tenían proyectiles, se embarcaron y avanzó a recuperar la ciudad ocupada por los carrancistas.

Frente a la población, antes de estar a tiro, reunió a sus soldados y les lanzó una arenga en estos o parecidos términos:

-Muchachos: estamos en las afueras de El Oro y vamos a ocuparlo a sangre y «juego». Ya saben ustedes que en El Oro hay mucha plata y que las minas las vamos a trabajar nosotros para hacernos fondos para la revolución y mandarle dinero a mi general Zapata. Háganse leones muchachos, háganse leones. Es lo que pide su general. Háganse leones y... adentro...

Los soldados al escuchar esta arenga avanzaron; pero a unos cuantos metros empezaron a recibir el fuego del enemigo.

El general Quintanilla se volvió a su asistente y le dijo:

-Vamos a ver, muchacho; no nos engañen las apreciaciones distantes; dame los «brújulos» (así llamaba el general a los gemelos magníficos que su asistente había adquirido en la toma de cualquier plaza o ciudad).

Provisto de los anteojos de campaña, el general Quintanilla se detuvo a observar. Sus hombres lo observaban deseosos de que él les explicara a qué se debía que los recibieran a tiros. Después de unos diez minutos de estar observando el general creyó que la marca que tenían los anteojos en el aro que sostiene los cristales, era un apunte del número de hombres que estaban posesionados de la plaza. Alarmado, pues la marca era 14 007, se volvió a sus hombres y al tiempo que se lanzaba en veloz carrera para ausentarse del peligro, exclamó:

-Muchachos: son catorce mil siete los carranclanes; lo acabo de descubrir con mis «brújulos». Vámonos... vuélvanse liebres...

Flores zapatistas

La Crónica (San Francisco),

25 de noviembre de 1917, p. 16.

El general Francisco Pacheco, de las fuerzas zapatistas, ordenó, durante su estancia en Tenango, que el cura de la parroquia le «dijera una misa» para asistir a ella con algunos de sus oficiales, pues, como la mayoría de los zapatistas, el que nos ocupa era y más bien dicho es, todavía, católico.

El sacerdote, que estaba encantado con los zapatistas, pues los carrancistas sólo habían perpetrado atentados con los religiosos en su afán de atacar las creencias que no eran las suyas, se dispuso a «decir la misa».

Le comunicaron al general que ya iba a dar principio ésta, y Pacheco se dirigió a la parroquia, seguido de algunos de sus hombres. Cuando entró, el sacerdote estaba ya oficiando en el altar. Sin pronunciar palabra escuchó el zapatista la misa y al salir mandó llamar al cura y le dijo:

-«Siñor», permítame que lo mande «afusilar», pues no estoy conforme con su misa.

-¿Pero por qué señor general? -interrogó el pobre cura asustado.

-Porque yo quería la misa cantada y «usté» la ha «dicho» rezada.

***

Cuentan que el general Caballero, tamaulipeco o coahuilense, muy allegado por sus relaciones políticas con el señor Carranza, ordenó que se embarcaran sus hombres rápidamente en un tren para ir a atacar la columna del general don Antonio Rábago, aguerrido jefe federal que se encontraba defendiendo Ciudad Victoria.

Rábago, que tenía fama de ser el mejor general de caballería de sus tiempos, salió a batir a los revolucionarios y derrotó a las avanzadas de Caballero en forma terrible, no dejando vivo a uno solo de sus hombres.

En estas condiciones, Caballero quiso que retrocediera el tren en que iba a atacar a su adversario; por más que dictaba órdenes, la locomotora no se movía. Indignado por tal cosa, ordenó que trajeran a su presencia al maquinista y con él entabló este diálogo:

-¿Por qué no camina la máquina? Lo voy a mandar fusilar a usted.

-Señor -respondió el maquinista- yo no tengo la culpa. Los inyectores...

-Ah, son los inyectores. Pues que una escolta baje a ésos y los fusile inmediatamente.

***

De la falta de instrucción de un general carrancista, un tal W. González, se puede tener idea con la siguiente anécdota.

En una cantina dicho general hablaba de sus grandes viajes cuando uno de sus subordinados, con ánimos de hacerlos valer ante el concurso, le dijo:

-¿Usted, mi general, por tantos viajes, debe saber mucha geografía, verdad?

-Hombre, no -replicó W. González-, no la conozco porque [...]1 de noche.

Los bueyes y los yugos

La Crónica (San Francisco),

24 de diciembre de 1916, p. 16.

Cuentan que en el viaje de don Venustiano Carranza a través de algunos lugares de la República, ocurrió un suceso que hizo arrugar el entrecejo del jefe de la revolución y de sus acompañantes, pues se refirió, nada menos que a la opinión que el pueblo campesino tiene por el movimiento revolucionario que encabezaron algunos hombres rudos y que no ha llevado, hasta la fecha la prosperidad a los humildes en cuyo nombre se ha combatido.

El señor Carranza es tardo para hablar;

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (64 Kb)   pdf (375.3 Kb)   docx (44.4 Kb)  
Leer 42 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com