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Recuentos Históricos

guillermois12 de Julio de 2011

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Anécdotas de la Revolución

José Ramos

Anécdotas de la Revolución

José Ramos

Volvámonos liebres

La Crónica (San Francisco),

3 de diciembre de 1916, p. 15.

El general Quintanilla hace poco más de un año era jefe de la importante plaza de Toluca, Capital del Estado de México. Allí mandaba y dueño era de vidas y haciendas cuando le comunicaron que en El Oro, importante mineral que se encuentra a unas horas de Toluca, estaban los carrancistas.

Ordenó el general Quintanilla que sus huestes se alistaran para la lucha. Los cañones Saint Chaumont de que estaba provista su fuerza y que no servían sino para disparar cartuchos de salva, pues no conocían los zapatistas su manejo ni tenían proyectiles, se embarcaron y avanzó a recuperar la ciudad ocupada por los carrancistas.

Frente a la población, antes de estar a tiro, reunió a sus soldados y les lanzó una arenga en estos o parecidos términos:

-Muchachos: estamos en las afueras de El Oro y vamos a ocuparlo a sangre y «juego». Ya saben ustedes que en El Oro hay mucha plata y que las minas las vamos a trabajar nosotros para hacernos fondos para la revolución y mandarle dinero a mi general Zapata. Háganse leones muchachos, háganse leones. Es lo que pide su general. Háganse leones y... adentro...

Los soldados al escuchar esta arenga avanzaron; pero a unos cuantos metros empezaron a recibir el fuego del enemigo.

El general Quintanilla se volvió a su asistente y le dijo:

-Vamos a ver, muchacho; no nos engañen las apreciaciones distantes; dame los «brújulos» (así llamaba el general a los gemelos magníficos que su asistente había adquirido en la toma de cualquier plaza o ciudad).

Provisto de los anteojos de campaña, el general Quintanilla se detuvo a observar. Sus hombres lo observaban deseosos de que él les explicara a qué se debía que los recibieran a tiros. Después de unos diez minutos de estar observando el general creyó que la marca que tenían los anteojos en el aro que sostiene los cristales, era un apunte del número de hombres que estaban posesionados de la plaza. Alarmado, pues la marca era 14 007, se volvió a sus hombres y al tiempo que se lanzaba en veloz carrera para ausentarse del peligro, exclamó:

-Muchachos: son catorce mil siete los carranclanes; lo acabo de descubrir con mis «brújulos». Vámonos... vuélvanse liebres...

Flores zapatistas

La Crónica (San Francisco),

25 de noviembre de 1917, p. 16.

El general Francisco Pacheco, de las fuerzas zapatistas, ordenó, durante su estancia en Tenango, que el cura de la parroquia le «dijera una misa» para asistir a ella con algunos de sus oficiales, pues, como la mayoría de los zapatistas, el que nos ocupa era y más bien dicho es, todavía, católico.

El sacerdote, que estaba encantado con los zapatistas, pues los carrancistas sólo habían perpetrado atentados con los religiosos en su afán de atacar las creencias que no eran las suyas, se dispuso a «decir la misa».

Le comunicaron al general que ya iba a dar principio ésta, y Pacheco se dirigió a la parroquia, seguido de algunos de sus hombres. Cuando entró, el sacerdote estaba ya oficiando en el altar. Sin pronunciar palabra escuchó el zapatista la misa y al salir mandó llamar al cura y le dijo:

-«Siñor», permítame que lo mande «afusilar», pues no estoy conforme con su misa.

-¿Pero por qué señor general? -interrogó el pobre cura asustado.

-Porque yo quería la misa cantada y «usté» la ha «dicho» rezada.

***

Cuentan que el general Caballero, tamaulipeco o coahuilense, muy allegado por sus relaciones políticas con el señor Carranza, ordenó que se embarcaran sus hombres rápidamente en un tren para ir a atacar la columna del general don Antonio Rábago, aguerrido jefe federal que se encontraba defendiendo Ciudad Victoria.

Rábago, que tenía fama de ser el mejor general de caballería de sus tiempos, salió a batir a los revolucionarios y derrotó a las avanzadas de Caballero en forma terrible, no dejando vivo a uno solo de sus hombres.

En estas condiciones, Caballero quiso que retrocediera el tren en que iba a atacar a su adversario; por más que dictaba órdenes, la locomotora no se movía. Indignado por tal cosa, ordenó que trajeran a su presencia al maquinista y con él entabló este diálogo:

-¿Por qué no camina la máquina? Lo voy a mandar fusilar a usted.

-Señor -respondió el maquinista- yo no tengo la culpa. Los inyectores...

-Ah, son los inyectores. Pues que una escolta baje a ésos y los fusile inmediatamente.

***

De la falta de instrucción de un general carrancista, un tal W. González, se puede tener idea con la siguiente anécdota.

En una cantina dicho general hablaba de sus grandes viajes cuando uno de sus subordinados, con ánimos de hacerlos valer ante el concurso, le dijo:

-¿Usted, mi general, por tantos viajes, debe saber mucha geografía, verdad?

-Hombre, no -replicó W. González-, no la conozco porque [...]1 de noche.

Los bueyes y los yugos

La Crónica (San Francisco),

24 de diciembre de 1916, p. 16.

Cuentan que en el viaje de don Venustiano Carranza a través de algunos lugares de la República, ocurrió un suceso que hizo arrugar el entrecejo del jefe de la revolución y de sus acompañantes, pues se refirió, nada menos que a la opinión que el pueblo campesino tiene por el movimiento revolucionario que encabezaron algunos hombres rudos y que no ha llevado, hasta la fecha la prosperidad a los humildes en cuyo nombre se ha combatido.

El señor Carranza es tardo para hablar; de comprensión muy lenta; cada oración gramatical que sale de sus labios es precedida de una larga pausa. A esto se debió que un indígena, mal interpretando las palabras del jefe revolucionario...

Pero narremos en orden la singular anécdota.

Carranza había llegado a un humilde pueblo de la sierra de Coahuila cuando se detuvo el largo convoy en que viajaba y los indígenas de los alrededores salieron a ver quién con tanto boato venía a la región. Fueron reuniéndose los humildes, y cuando ya estaban congregados, el señor Carranza les lanzó la siguiente arenga:

-¡Pueblo, nosotros hemos venido luchando por la libertad en un largo período; nosotros estamos dispuestos a seguir luchando en pro de los ideales de la revolución los oprobiosos yugos...!

A estas palabras, el señor Carranza permaneció mudo, en espera de continuar su oración, pues no le acudían las palabras con la prontitud deseada. Entonces uno de los indígenas, con su espíritu práctico desarrollado por la guerra, exclamó humilde y resignado:

-No «señor»: los yugos «hay» los tenemos, lo que se llevaron fueron los bueyes...

Como se comprenderá la interrupción del indígena fue tan oportuna como molesta para los señores que rodeaban al jefe Carranza, pues entre ellos había muchos que habían sacrificado millares de bueyes para vender los cueros en los Estados Unidos, y con tal comercio dejaron en la miseria a los infelices indígenas.

***

El «radicalismo» de otro General carrancista, el señor Fortunato Maycote, se expresó en una ocasión cuando las turbas que mandaba arribaron a la ciudad de México. El general iba a la cabeza de sus fuerzas y al pasar por la avenida de Plateros vio que en la casa de Calpini había este anuncio en letras de oro:

«Lentes, teodolitos y toda clase de aparatos científicos».

Inmediatamente detuvo la marcha de su columna y entró con caballo y todo a la tienda de ópticos para reprochar al comerciante:

-Señor Calpini, o como se llame usted -le dijo- me va a quitar en estos momentos ese letrero que dice aparatos científicos. Ponga, si acaso quiere poner algo honrado y bueno, aparatos constitucionalistas y entonces hasta yo le compro.

Una «manita» al Kaiser

La Crónica (San Francisco),

31 de diciembre de 1916.

Cuando Álvaro Obregón, hoy secretario de la Guerra en el Gabinete de Carranza, era amigo de los zapatistas y su principal aliado, celebró una Junta de generales en el Palacio Nacional de México, a la que concurrió lo más grande de los revolucionarios.

Cada uno dio su opinión sobre los planes que tenían para destrozar a los 10.000 hombres de Villa si éste se «pronunciaba» contra el orden constituido.

Sabido es que el General Obregón adolece de ese mal que sufren la mayor parte de los militares, y muy especialmente los de Hispano América, donde el elogio más moderado que se le puede hacer a un militar es llamarle «Napoleón». Y bien, los zapatistas, que se creían como los carrancistas, generales invencibles y de las dimensiones del Corso, rivalizaban en la Junta a que nos referimos para, en simples palabras, hacerle comprender a Obregón que eran más capaces que él en un caso dado.

El general Quintanilla explicó un plan para aniquilar al guerrillero de Durango si se levantaba en armas. Dijo el zapatista así aproximadamente:

-Para darle su «agua» a Villa yo me cargo mis mañas y no cuento con ustedes los carrancistas, porque no los necesito para nada. Son muy «gallones» mis muchachos y se bastan y se sobran solos.

-Me parece -exclamó un coronel de calzón blanco y águila calada de moneda de oro en el sombrero de petate.

-«Pos» algo -añadió Quintanilla-. Mire

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