Guy Debord
uvilla22 de Septiembre de 2013
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Nacido en París el 28 de diciembre de 1931, Debord obtuvo una educación marginal, fuera de los ámbitos académicos, lo que no le impidió convertirse en cineasta, escritor y teórico revolucionario. En 1957 fue uno de los fundadores de la Internacional Situacionista, que publicaría la revista del mismo nombre hasta su autodisolución en 1972. Debord murió voluntariamente en Champot, el 30 de noviembre de 1994. Su libro más conocido es "La Société du spectacle" (Buchet-chastel, 1967), del cual publica veintiún años después una suerte de continuación con el nombre "Commentaires sur la société du spectacle" (Gérard Lebovici, 1988). Los fragmentos que aquí ofrecemos son extraídos de la edición en castellano publicadapor Anagrama (Barcelona, 1990) con traducción de Carme López y J.R. Capella.
En 1967, con el libro La sociedad del espectáculo puse de relieve lo que el espectáculo moderno era ya en esencia: el reinado autocrático de la economía mercantil, que ha conseguido un estatuto de soberanía irresponsable, y el conjunto de las nuevas técnicas de gobierno que corresponden a ese reinado. Tras los disturbios de 1968, que se prolongaron durante los años siguientes en diversos países sin conseguir derrocar en ninguna parte el orden establecido, del que el espectáculo surge espontáneamente, éste ha seguido reforzándose en todas partes (...). Incluso ha aprendido nuevos procedimientos defensivos, como suele ocurrir con todo poder amenazado. (...)
Puesto que, con toda seguridad, el espectáculo es hoy más poderoso de lo que era antes, ¿qué hace con ese poder suplementario? ¿Hasta dónde ha llegado que no hubiera llegado antes? ¿Cuáles son, en suma, sus líneas de actuación en este momento? La vaga impresión de que se trata de una especie de invasión rápida que obliga a la gente a llevar una vida completamente distinta, está ampliamente extendida; con todo y con eso, el hecho se vive más bien a la manera en que se experimenta una modificación inexplicable del clima o de cualquier otro equilibrio natural, modificación ante la cual la ignorancia sólo sabe que no tiene nada que decir. Además, muchos admiten que se trata de una invasión civilizadora, al parecer inevitable, e incluso desean colaborar con ella. Quienes así se sitúan prefieren ignorar para qué sirve en concreto esa conquista y también cómo procede.
Expondré ahora algunas consecuencias prácticas, poco conocidas aún, que se derivan de ese despliegue rápido del espectáculo durante los últimos veinte años. No me propongo entrar en polémicas -demasiado fáciles e inútiles- sobre ningún aspecto de la cuestión; tampoco intento convencer. Estos comentarios no pretenden moralizar. No contemplan lo que es deseable o simplemente preferible. Se limitarán a señalar lo que ocurre. (...)
La discusión vacía sobre el espectáculo, es decir, sobre lo que hacen los propietarios del mundo, está pues organizada por el espectáculo mismo: se insiste sobre los grandes medios del espectáculo para no decir nada sobre su amplia utilización. Con frecuencia se prefiere llamarlo mediático más que espectáculo. Con ello se quiere designar un simple instrumento, una especie de servicio público que administraría con imparcial «profesionalidad» la nueva riqueza de la comunicación a través de los mass-media, comunicación finalmente asimilada a la pureza unilateral en la que la decisión ya tomada se deja admirar apaciblemente. Lo que se comunica son las órdenes; y, muy armoniosamente, aquellos que las han dado son también los que dirán lo que piensan de ellas.
El poder del espectáculo, tan esencialmente unitario, centralizador por la fuerza misma de las cosas y perfectamente despótico en su espíritu, se indigna con frecuencia al ver constituirse bajo su reinado una política-espectáculo, una justicia-espectáculo, una medicina-espectáculo o tantos otros sorprendentes «excesos mediáticos». De este modo, el espectáculo no sería más que exceso de lo mediático, y su naturaleza indiscutiblemente buena, puesto que sirve para comunicar, es en ocasiones llevada al extremo. Los amos de la sociedad se declaran con bastante frecuencia mal servidos por sus empleados mediáticos; más a menudo reprochan a la masa espectadora su tendencia a entregarse sin moderación y casi bestialmente a los placeres mediáticos. Así, y tras una multitud virtualmente infinita de pretendidas divergencias mediáticas, se disimulará lo que, por el contrario, es resultado de una espectacular convergencia perseguida con destacable tenacidad. Al igual que la lógica de la mercancía prima sobre las diversas ambiciones competitivas de los comerciantes, o que la lógica de la guerra domina siempre las frecuentes modificaciones del armamento, la severa lógica del espectáculo domina en todas partes la diversidad de las extravagancias mediáticas.
El cambio de mayor importancia en todo lo que ha sucedido en los últimos veinte años reside en la continuidad misma del espectáculo. Esta importancia no se refiere al perfeccionamiento de su instrumentación por los media, que ya anteriormente había alcanzado un estadio de desarrollo muy avanzado: se trata simplemente de que la dominación espectacular ha educado a una generación sometida a sus leyes. Las condiciones extraordinariamente nuevas en las que esta generación ha vivido, constituyen un resumen exacto y suficiente de todo lo que el espectáculo impedirá de ahora en adelante; y también de todo lo que permitirá. (...)
En el plano simplemente teórico no tengo que añadir más que un detalle, aunque de importancia, a lo que ya había formulado anteriormente. En 1967 yo distinguía dos formas sucesivas y rivales, del poder espectacular: la concentrada y la difusa. Una y otra planeaban sobre la sociedad real como su meta y su falacia. La primera, es decir, la concentrada, dando prioridad a la ideología que se aglutina en torno a una personalidad dictatorial, había acompañado la contrarrevolución totalitaria, tanto la nazi como la estalinista. La forma difusa, incitando a los asalariados a escoger libremente entre una gran variedad de nuevas mercancías, había representado esa americanización del mundo que, en algunos aspectos asustaba, pero que, al mismo tiempo, seducía a los países donde durante más tiempo se habían podido mantener las condiciones de las democracias burguesas de tipo tradicional. Con posterioridad ha aparecido una nueva forma, fruto de la combinación razonada de las dos anteriores, sobre la base general de una victoria de la que se había manifestado como la más fuerte, la forma difusa. Se trata de lo espectacular integrado, que a partir de entonces tiende a imponerse mundialmente. (...)
Lo espectacular integrado se manifiesta a la vez como concentrado y como difuso y a partir de esta fructífera unificación ha sabido emplear más ampliamente una y otra cualidad. Su forma de aplicación anterior ha cambiado. Por lo que respecta al aspecto concentrado, el centro director se ha convertido en oculto: ya nunca se coloca en él a un jefe conocido o una ideología clara. En cuanto al lado difuso, la influencia espectacular no había marcado jamás hasta ese punto la práctica totalidad de las conductas y de los objetos que se producen socialmente, ya que el sentido final de lo espectacular integrado es que se ha incorporado a la realidad a la vez que hablaba de ella; y que la reconstruye como la habla. Así pues, esa realidad no se mantiene ahora enfrente suyo como algo ajeno. Cuando lo espectacular era concentrado se le escapaba la mayor parte de la sociedad periférica; cuando era difuso se le escapaba una mínima parte; hoy no se le escapa nada. El espectáculo se ha mezclado con la realidad irradiándola. Como se podía prever fácilmente en teoría, la experiencia práctica de la realización sin freno de la voluntad de la razón mercantil, habrá demostrado de forma rápida y sin excepciones, que el devenir-mundo de la falsificación era también el devenir-falsificación del mundo. Exceptuando una herencia aún importante pero destinada a disminuir, constituida por libros y construcciones antiguos, que por otra parte son cada vez más a menudo seleccionados y relativizados según la conveniencia del espectáculo, no existe nada -en la cultura, en la naturaleza- que no haya sido transformado y polucionado, según los medios y los intereses de la industria moderna. Incluso la genética ha llegado a ser plenamente accesible para las fuerzas dominantes de la sociedad.
El gobierno del espectáculo, que actualmente detenta todos los medios de falsificación del conjunto de la producción así como de la percepción, es amo absoluto de los recuerdos, al igual que es dueño incontrolado de los proyectos que conforman el más lejano futuro. Reina en solitario en todas partes y ejecuta sus juicios sumarios. (...)
La sociedad modernizada hasta el estadio de lo espectacular integrado se caracteriza por el efecto combinado de cinco rasgos principales que son: la incesante renovación tecnológica, la fusión económico-estatal, el secreto generalizado, la falsedad sin réplica y un perpetuo presente.
El movimiento de innovación tecnológica se inició hace mucho tiempo y es constitutivo de la sociedad capitalista, a veces llamada industrial o postindustrial. Pero, desde que ha alcanzado su más reciente aceleración (al día siguiente de la Segunda Guerra Mundial) refuerza tanto mejor la autoridad espectacular puesto que, por él, todo el mundo se descubre totalmente entregado al conjunto de los especialistas, a sus cálculos y a sus juicios siempre satisfechos sobre esos cálculos. La fusión económico-estatal es la tendencia más acusada de este siglo y se ha convertido, como mínimo, en el motor
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