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Humanismo Del Che


Enviado por   •  26 de Marzo de 2015  •  2.838 Palabras (12 Páginas)  •  240 Visitas

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El humanismo revolucionario del Che.

Vivimos en una época de marcha triunfal de la mundialización neo-liberal, de hegemonía abrumadora del «pensamiento único». Para enfrentar el sistema capitalista, en su globalidad intrínsecamente perversa, necesitamos más que nunca de formas de pensamiento y de acción que sean universales, globales, planetarias. De ideas y de ejemplos que sean antagónicos, de la manera más radical, a la idolatría del mercado y del dinero, que se transformó en la religión dominante. Ernesto Che Guevara, como pocos otros dirigentes de la izquierda en el siglo XX, fue un espíritu universal, un internacionalista y un revolucionario consecuente.

Por estas razones, no es de sorprender el interés que suscita, en los últimos tiempos, la figura del Che Guevara. La cantidad de libros, conferencias, artículos, películas y discusiones sobre él no se explica solamente por el efecto conmemorativo del 30º aniversario. ¿Quién se interesaba, en 1983, por los 30 años de la muerte de Stalin?

Los años pasan, las modas cambian, a los modernismos suceden los post-modernismos, las dictaduras son reemplazadas por las democraduras, el keynesianismo por el neo-liberalismo, el muro de Berlín por el muro del dinero. Pero el mensaje del Che Guevara, treinta años después, es una antorcha que sigue quemando, en este oscuro y frío final de siglo.

En sus «Tesis sobre el concepto de historia», Walter Benjamín -el pensador marxista judío-alemán que se suicidó en 1940 para no caer en las manos de la Gestapo- escribía que la memoria de los antepasados vencidos y asesinados es una de las más profundas fuentes de inspiración de la acción revolucionaria de los oprimidos. Ernesto Guevara -junto con José Martí, Emiliano Zapata, Augusto Sandino, Farabundo Martí y Camilo Torres- es una de estas víctimas que cayeron de pie, peleando con las armas en la mano, y que se han vuelto para siempre semillas del futuro sembradas en la tierra latinoamericana, estrellas en el cielo de la esperanza popular, carbones ardientes bajo las cenizas del desencanto.

En todas las manifestaciones revolucionarias en América Latina de los últimos años, de Nicaragua a El Salvador, de Guatemala a México, se percibe la presencia, a veces invisible, del «guevarismo». Su herencia se manifiesta tanto en la imaginación colectiva de los combatientes, como en sus debates sobre los métodos, la estrategia y la naturaleza de la lucha. Se puede considerar el mensaje del Che como una semilla que germinó, durante estos treinta años, en la cultura política de la izquierda latinoamericana, produciendo ramas, hojas y frutos. O como uno de los hilos rojos con los cuales se tejen, de la Patagonia hasta el Río Grande, los sueños, las utopías y las acciones revolucionarias.

¿Estarían hoy en día superadas las ideas del Che? ¿Sería ahora posible cambiar las sociedades latinoamericanas, en las cuales una oligarquía atrincherada en el poder desde siglos monopoliza los recursos, las riquezas y las armas, explotando y oprimiendo al pueblo, sin revolución? Es la tesis que defienden en los últimos años algunos teóricos de la izquierda realista en América Latina, empezando por el talentoso escritor y periodista mexicano Jorge Castañeda, en su reciente libro La utopía desarmada (1993). Pero, a pocos meses de publicado el libro, se dio el levantamiento insu-rreccional de los indígenas de Chiapas, bajo el liderazgo de una organización de utopistas armados, el EZLN, cuyos principales dirigentes tienen sus orígenes en el guevarismo. Es verdad que los zapatistas, contrariamente a los grupos de guerrilla tradicionales, no tienen por objetivo «tomar el poder», sino suscitar la auto-organización de la sociedad civil mexicana en vista de una profunda transformación del sistema social y político del país. Pero sin el levantamiento de enero de 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional no se hubiera transformado en una referencia para las víctimas del neo-liberalismo, no sólo en México, sino en toda la América Latina y en el mundo.

Curiosamente, el mismo Jorge Castañeda, en un artículo reciente, publicado en la revista Newsweek, empieza a preguntarse si será realmente posible redistribuir, por métodos democráticos, la riqueza y el poder, concentrados en manos de la élites ricas y poderosas, transformando las estructuras sociales ancestrales de América Latina: si esto se revela, en finales del siglo, demasiado difícil, habrá que reconocer que «después de todo, Guevara no estaba tan equivocado».(1)

El Che no fue solamente un combatiente heroico, sino también un pensador revolucionario, el portador de un proyecto político y moral, de un conjunto de ideas y valores por las cuales luchó y murió. La filosofía que le da a sus opciones políticas e ideológicas su coherencia, su color, su temperatura, es un profundo y auténtico humanismo revolucionario.(2)

Para el Che, el verdadero comunista, el verdadero revolucionario es aquel que considera siempre los grandes problemas de la humanidad como sus problemas personales, aquel que es capaz de «sentirse angustiado cuando se asesina a un hombre en cualquier rincón del mundo y sentirse entusiasmado cuando en algún rincón del mundo se alza una nueva bandera de libertad». El internacionalismo del Che -a la vez modo de vida, fe secular, imperativo categórico y patria espiritual- fue la expresión más auténtica, más pura, más combativa y más concreta de este humanismo revolucionario.(3)

Hay una frase de Martí que el Che citaba con frecuencia en sus discursos y en la cual veía «la bandera de la dignidad humana»: «Todo hombre verdadero debe sentir en la mejilla el golpe dado a cualquier mejilla de hombre». La lucha por esta dignidad es el principio ético que va a inspirar a Ernesto Guevara en todas sus acciones, desde la batalla de Santa Clara hasta la última tentativa desesperada en las montañas de Bolivia. Tiene tal vez su origen en el Don Quijote, obra que el Che leía en la Sierra Maestra, en los «cursos de literatura» que daba a los reclutas campesinos de la guerrilla, y héroe con el cual se identificaba, irónicamente, en la última carta a sus padres. Pero no por eso es ajena al marxismo. ¿No ha escrito el propio Marx: «El proletariado necesita de su dignidad más todavía que de su pan?» («El comunismo del Observador Renano», septiembre del 1847).

El humanismo del Che era, sin duda ninguna, marxista -pero se trata de un marxismo «heterodoxo», muy distinto de los dogmas de los manuales soviéticos, o de las interpretaciones «estructuralistas» y «anti-humanistas» que se desarrollaron en Europa y América Latina a partir de mediados de los años ‘60. Si el joven Marx de los Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844 le interesa tanto, es porque plantea «concretamente

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