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LA REVOLUCIÓN MEXICANA


Enviado por   •  14 de Abril de 2013  •  10.313 Palabras (42 Páginas)  •  392 Visitas

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ORÍGENES, ESTALLIDO Y FASE INICIAL DE LA REVOLUCIÓN DE 1910

Luis XV, el último rey francés que terminara pacíficamente su reinado antes de la revolución francesa de 1789, tenía claros presentimientos de la tormenta que se avecinaba. La famosa frase, “après moi le déluge”, con la que transmitió tal legado a su sucesor, expresa un cierto malicioso regocijo.

Pero en México muy pocos miembros del gobierno de Porfirio Díaz, y él mismo menos aún, tenía algún presentimiento sobre la revolución mexicana de 1910 unos meses antes de su estallido; y nadie entonces podría haber adivinado la magnitud del diluvio que se avecinaba. Karl Bünz, ministro alemán en México, escribió a su gobierno, ya en vísperas de la revolución: “Considero, al igual que la prensa y la opinión pública, que una revolución general está fuera de toda posibilidad”. Es indudable que todavía en su ánimo pesaban los ostentosos festejos con que el gobierno mexicano acababa de celebrar el centenario de la independencia nacional, pero su opinión era compartida por la mayoría de los observadores extranjeros y nacionales. Incluso la pequeña minoría de disidentes que abrigaban esperanzas de derrocar a Díaz, entre ellos Francisco I. Madero, quien encabezaría la próxima revolución, tenía muy escasa noción de que estaban gestando una revolución social.

No se puede afirmar que todos estaban ciegos y sordos. Con muy pocas excepciones, ninguna de las innumerables “revoluciones” que habían caracterizado la política latinoamericana ante el resto del mundo desde que este continente se independizó de España, había representado genuinas transformaciones sociales. Incluso cuando se produjo la revolución mexicana, siguió siendo durante muchos años un caso aislado de auténtica revolución social en América latina. ¿Qué antecedentes fueron los que favorecieron acontecimientos tan inusitados e imprevistos en México? Hablando en términos muy generales: el impacto de ciertos procesos ocurridos hacia finales del siglo XIX, que de hecho modificaron el rostro de la mayor parte de América Latina, pero que además estaban llamados a tener un efecto muy especial en México, dadas las singulares características del panorama social mexicano.

En las décadas finales del siglo XIX y en los primeros años del siglo XX, los países latinoamericanos fueron absorbidos en grado cada vez mayor por el frenético desarrollo del capitalismo mundial. Hacia 1914, 7 567 000 000 dólares de capital extranjero habían inundado las economías latinoamericanas, y no se le veía fin a esta ola de inversiones. Pero esto en ningún sentido transformó a dichos países en sociedades industriales análogas a las de los Estados Unidos o Europa occidental. Por el contario, ello sirvió para consolidar la dependencia respecto del extranjero y acentuar las características de subdesarrollo que aún quedaban como herencia del régimen colonial español y portugués. La exportación de materias primas baratas, la importación de productos industriales caros, el control por compañías extranjeras de algunos de los sectores más importantes de la economía, las enormes diferencias en los niveles de riqueza, la concentración de la tierra en manos de un pequeño grupo de latifundistas, un ingreso per cápita global mucho más bajo que el de los países industrializados, un sistema educativo rezagado que daba por resultado un grado de analfabetismo… todos estos factores, en diverso grado, prevalecían en la mayor parte de América Latina.

Una de las principales transformaciones que produjo la integración al mercado mundial fue el fortalecimiento del poder centralizado del Estado. El Estado tenía ya ingresos suficientes para organizar, sostener y comprar la lealtad de un ejército y una policía reforzados, así como una burocracia más eficiente. El poder del Estado fue enormemente fortalecido por la reciente revolución en el campo de las comunicaciones (construcción de ferrocarriles y carreteras, instalación de teléfonos y telégrafos) y por el suministro de equipo moderno a las fuerzas armadas. Las consecuencias de estas transformaciones fueron especialmente notorias en los países latinoamericanos gobernados por dictadores, que ahora disponían de los medios para mantenerse en el poder durante periodos mucho más largos que sus predecesores de la primera mitad del siglo XIX.

El más notable de estos dictadores, especialmente en cuanto a la longevidad de su régimen, era Porfirio Díaz, quien había gobernado a México durante 31 años. Pero, aunque la falta de democracia, aunada a los síntomas del subdesarrollo y la dependencia, dieron lugar a un profundo descontento en muchas partes de América Latina, la de Díaz fue la única dictadura latinoamericana que cayó víctima de una revolución popular en gran escala antes de la década de 1930.

Sería un error, en el caso de México, buscar la explicación de este hecho excepcional en las condiciones de un subdesarrollo extremo. Por el contrario, si se le compara con el resto de América Latina, se verá que su dependencia respecto de la exportación de materias primas era mucho menor que la de otros países: México, por ejemplo, no desarrolló una agricultura de monocultivo y se vio por lo tanto menos afectado por las fluctuaciones y movimientos cíclicos de los precios en el mercado mundial. Tampoco era Díaz más odiado que la mayoría de los dictadores latinoamericanos; por el contario, Don Porfirio Díaz podía sentirse acreedor a una considerable popularidad debido a su muy celebrado valor personal durante la invasión napoleónica de México.

¿Cuál es, entonces, la circunstancia excepcional que, aparte los síntomas de subdesarrollo y dependencia que prevalecían también en la mayor parte de América Latina, explica la singular experiencia histórica de México?

La primera explicación que se nos ocurre es que la revolución mexicana fue parte de una tendencia más general que se estaba dando en las naciones latinoamericanas cuyo desarrollo progresaba a un paso más acelerado, tendencia que en otros países latinoamericanos sólo asumió formas diferentes. Esta tendencia o movimiento consistía en el rápido desarrollo de una clase media que comenzaba a buscar mayor poder político y económico a medida que aumentaba su número y su importancia económica.

En otros países latinoamericanos de tamaño y tasa de crecimiento comparables, las tradiciones parlamentarias les facilitaban mucho más a las clases medias el logro de sus objetivos con un mínimo de violencia, o sin ninguna. En la Argentina, en 1916, el Partido Radical encabezado por Hipólito Yrigoyen, la mayoría de cuyos miembros pertenecía a la clase media, llegó al poder como

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