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LA SALUD EN LA EDAD MODERNA

Carina PerezApuntes6 de Abril de 2022

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HISTORIA DE LA ENFERMERIA

MATERIAL TEORICO

UNIDAD 2

LA SALUD EN LA EDAD MODERNA

Avances médicos en los siglos XVI a XVIII

Desde el siglo XVI, las ciencias llamadas “duras” – la física y la matemática, en particular – viven un proceso de progresos sustanciales: las figuras de Galileo Galilei (1564-1642), Johannes Kepler (1571-1630), Isaac Newton (1642-1727), Francis Bacon (1561-1626), Gottfied W. Leibniz (1646-1716) y René Descartes (1596-1650) resultan más que elocuentes: nacen el cálculo infinitesimal y la geometría analítica, se establecen las leyes del movimiento de los cuerpos celestes, se enuncia la ley de gravitación universal, nace el método experimental – observar e inducir – y se avanza en la formulación de leyes en los campos de la cinemática y la mecánica. Se ha dicho con justeza que “con la Principia Mathematica de Newton el intelecto pareció alcanzar la mayor altura a que podía aspirar la razón humana”. El Pienso, luego existo” (cogito ergo sum), síntesis del pensamiento cartesiano, es el paradigma de una época que busca las “ideas claras y distintas”. Es necesario aclarar, sin embargo, que el crecimiento del protestantismo (luteranos, calvinistas y anglicanos) no significaría un avance en la posición social de la mujer que, por el contrario, sufrirá, en muchos aspectos, un gran relegamiento.

En el campo de la medicina, el principal acontecimiento del siglo XVII lo aportó el médico inglés William Harvey (1578-1677), que estableció la auténtica naturaleza del latido del corazón y de la circulación de la sangre. Con su texto Motu cordis (Sobre el movimiento del corazón) estableció los fundamentos de toda la fisiología moderna. La invención del microscopio, probablemente realizada por el fabricante de lentes holandés Zacharías Janssen (1580-1638), permitió que otro holandés, Antoni von Leeuwenhoek (1632-1723) investigara las células sanguíneas, los espermatozoos e incluso, los microbios. Por su lado y también gracias a la existencia del microscopio, Marcello Malpighi (1628-1694) en 1660, tres años después de la muerte de Harvey, logro completar el punto que Harvey había dejado sin verificar, el paso de la sangre de un circuito a otro en los pulmones a través de la sustancia esponjosa pulmonar.

En el siglo XVIII se fundaron importantes escuelas medicas, como las de Viena y Edimburgo, John Hunter (1728-1793), medico escocés, aportó bases científicas a la cirugía y el fisiólogo suizo Albrecht von Haller (1708-1777) formuló la teoría de que las fibras nerviosas actuaban sobre músculos “irritables” para producir el movimiento, lo cual significó un importante avance en la neurología. Un anatomista italiano, Giovanni Battista Morgagni (1682-1771), insistió en que las enfermedades se “localizaban” en partes del cuerpo en lugar de estar dispersas por el organismo. Hacia fines del siglo XVIII se produce un hito trascendental: el médico ingles Edward Jenner (1749-1823) descubrió que la inoculación con el virus de la viruela vacuna provocaba inmunidad frente a la viruela humana. Se originó así la “vacuna” que, en los siguientes siglos, inmunizaría a buena parte de la humanidad frente a otras enfermedades. La batalla iniciada por Jenner culminará con éxito que en 1985, cuando la organización mundial de la salud pudo anunciar que la viruela había sido finalmente erradicada de la faz de la tierra.

Un pequeño objeto, inventado por el médico francés René Theóphile Hyacinthe Lennec (1781-1826) será finalmente una contribución fundamental para el diagnostico clínico: el estetoscopio.

La enfermería francesa e italiana.

En el campo de la enfermería descuella la presencia de San Vicente de Paul (1576-1660), que suele ser considerado el precursor de la enfermería moderna. Francés de nacimiento, ejerció su ministerio en una Paris acosada por enfermedades y con miles de refugiados por las persecuciones a los católicos arrojados a la indigencia y marginalidad. San Vicente supo organizar e instruir a un verdadero ejército de socorro. Téngase como una medida que solo el Hotel Dieu – a cargo de los monjes de San Juan de Dios – atendía a un promedio de 25000 pacientes anuales, muchos de los cuales exigían albergue, ya fuera por cuestiones sanitarias como por necesidad personal. La caridad organizada tomo forma con un grupo de damas parroquiales, que dio origen  a la Cofradía de la Caridad, a la que cualquier mujer casada, viuda o soltera podía unirse con el previo consentimiento del marido o padre. No tenían votos de ninguna especie, solamente debían adaptarse a ciertas disposiciones sumamente practicas. Por orden de la presidente, las Damas de la Caridad debían visitar a las personas ya controladas. Las damas visitadoras de enfermos debían atender las necesidades primordiales de los mismos: preparar su alimento y dárselo si fuera necesario, preocuparse de su higiene personal y tenerlo presente para repetir la visita en el día. En muchas oportunidades, las limitaciones sociales – y el temor a los contagios – impidieron a las Damas cumplir su papel, que derivaron en sus criadas. Los pobres estaban clasificados en tres categorías, de acuerdo a sus capacidades económicas, desde los mendigos, de capacidad nula, hasta los que debían cubrir buena parte de su sustento.

Madame le Gras, cuyo nombre de soltera era Luisa de Marillac (1591-1660) fue una de las más destacadas enfermeras de la obra de San Vicente de Paul. Ella organizó a las Hijas para que colaboraran con las damas. Las Hijas de la Caridad con el paso del tiempo, darán origen a la Congregación de las Hermanas de la Caridad, un grupo que debía saber leer y escribir, estudiar los rudimentos de enfermería y seguir un código de ética. San Vicente definió su misión: “Su convento debe ser la casa del enfermo, su albergue la casa del que sufre, su capilla la parroquia, su claustro las calles de las ciudades y las salas del hospital “Las Hermanas” y la “Asociación de las Damas de la Caridad” funcionarían paralelamente y sus organizaciones persisten hasta la actualidad.

Un continuador de los pasos de San Vicente de Paul es San Camilo de Lesis (1550-1614). De origen italiano, actuó particularmente en Roma. Ante una sociedad que reclamaba asistencia, formó la orden de los Ministros de los Enfermos, que se distinguió de las demás órdenes por el uso de una cruz roja sobre el lado derecho del pecho. Su obra se continuó en las Hijas de San Camilo, formada a mediados del siglo XVII y que tuvo destacada actuación en Francia durante las guerras napoleónicas. Desde 1829 su nombre oficial fue el de Ministras de los Enfermos y Hermanas de San Camilo, que extendieron su acción a diversas partes del mundo, incluida la Argentina.

España en los tiempos de la Conquista.

Entretanto, la mayor preocupación del imperio español era la Conquista del Nuevo Mundo y, mientras el resto de Europa – que también se dedicaba frenéticamente a explorar y abrir nuevos mercados en América, Asia, África y Oceanía – asistía al desarrollo del protestantismo, la península s cerraba en los criterios católicos más conservadores. La cruz y la espada para doblegar al os aborígenes americanos y la creación de un “mundo propio” en el que no penetraran las mercancías e ideas inglesas, francesas, alemanas u holandesas, marcarán a fuego los siguientes trescientos años. Esta fue la situación, por lo menos hasta las reformas borbónicas de mediados del siglo XVIII y el inicio del proceso de independencia americana. La corona española resistía los cambios, por esa razón, en sus territorios fue sumamente lenta la adopción de muchos de los avances que comentamos en el parágrafo anterior.

El historiador español Adolfo Enrique Rodríguez ha logrado una precisa reseña sobre el “arte médico” de la España de la época de la Conquista: En 1563 por ley IV, libro VIII, titulo X, dada en Madrid por Felipe II (1527-1598), para ser médico que requería haber cursado el Bachillerato en Artes, estudio superior que implicaba hablar latín y comprendía cuatro cursos en igual número de años. Luego se debía asistir a la universidad durante cuatro años para estudiar medicina, cuya enseñanza era totalmente teórica. Después durante otros dos años, acompañar en la práctica de la profesión a un médico recibido y finalmente rendir ante el Protomedicato un examen oral y otro práctico. El examen oral consistía en abrir al azar un libro utilizado como texto, debiendo disertar sobre el tema y contestar las preguntas realizadas por los profesores. Después de haber aprobado esto, debían revisar a tres o cuatro enfermos en el hospital tomándoles el pulso e interrogándolos respecto de su mal, y pronunciar su diagnóstico, especificando si la enfermedad que padecían era liviana, peligrosa o mortal, terminando por prescribir los medicamentos adecuados.

Para la cirugía no existía la exigencia de ser Bachiller en artes, ni asistencia a la Universidad – hecho que les merecía el desprecio de los médicos – sino solamente formarse al lado de un cirujano aprobado durante cuatro años y al igual que los médicos, luego probar su capacitación ante el Tribunal Examinador del Protomedicato, que habilitaba al aspirante a cirujano sólo para intervenir en casos referidos a la patología externa. Se distinguen los cirujanos latinos, que son los que poseían el latín y tenían estudios más profundos, pues estudiaban libros más completos redactados en esa lengua, de los cirujanos romancistas que estudiaban en idioma español, con libros más limitados, en idioma vulgar y por lo tanto, menos preparados.

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