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La Democracia


Enviado por   •  3 de Julio de 2013  •  5.288 Palabras (22 Páginas)  •  326 Visitas

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La Democracia Venezuela / Historia

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Caribana: 1.000-1700

Hombres teñidos de rojo onoto derriban un inmenso árbol. El tronco cae hendiendo la selva. Lo desbastan, lo ahuecan con fuego, alistan una enorme canoa. En ella reman cincuenta guerreros. Su pueblo se llama a sí mismo los kariña, la Gente. La piragua surca el río más grande de la tierra. En todo el curso saludan pueblos de su misma nación. La esbelta nave llega al delta, irrumpe en el mar, desafía invicta las poderosas olas. En las cargadas nubes fulgura amoco, el rayo. Por las noches los guía el refulgente racimo de Maraguaray, las Pléyades.

Desde el Pomeroon, el Wiapoco, el Orinoco, desde todos los ríos de Poniente surgen piraguas similares que se unen en nutridas flotillas. Todas confluyen en Uriaparia, el gran centro de intercambios rituales. Allí se reúnen con las delegaciones de caracas, tamanacos, guarinos, kirikires, aliles, tomusas, mariches, zapoaras, meregotos, chacaragotos, characuares, topocuares, cumanagotos, chaimas y yekuanas: con las incontables familias de la nación kariña que habitan los llanos, las selvas y la Costa de las Perlas. Del mar arriban las flotillas de los kalinagoum, los caribes insulares que pueblan el arco de las antillas menores hasta Borinquen y las Bahamas. Se inicia la fiesta sagrada, el areíto. Uno tras otro los puidei, los hombres sabios, entonan aremis, canciones sagradas que son a la vez historia, sapiencia, moral, ley, trascendencia. Intercambian sal, hayo, tintes, ornamentos, cestería, herramientas, medicinas, conjuros, mitos, dioses, palabras.

Al igual que los griegos de los tiempos clásicos, los incontables pueblos de la vasta comunidad desdeñan convertirse en Estado. Como los de la Edad de Oro, no tienen clases sociales ni acumulan posesiones. No aceptan jefes, salvo los que transitoriamente eligen para las expediciones o las guerras rituales. Desprecian ser un imperio. Son mucho más que eso: son la gran nación de Caribana, que habla idiomas de la misma familia y vive de igual manera. No expanden fronteras: difunden una cultura. Su ámbito se extiende desde el macizo Amazónico hasta las costas de América del Norte pasando por las grandes llanuras y mesetas septentrionales de Suramérica, y tiene como Mediterráneo un mar al cual darán su nombre. Concluye la gran fiesta colectiva. Se trenzan alianzas familiares y estratégicas, amistades, amores. Las flotillas retornan a los distintos ámbitos de su inmenso hogar.

Caribana no es desmesurada sólo en su extensión geográfica, que abarca desde el Trópico de Cáncer al de Capricornio. Su cronología ocupa un milenio, la mitad de él como triunfante expansión que no perturba la ecología, la otra como principal resistencia en el área a la Primera Conquista. Caribana subsiste en las naciones kariñas del macizo amazónico, de las Guayanas y del Oriente y Occidente venezolanos; en los garifunas, la nueva nación que produjo su mestizaje con los esclavos escapados y que pobló las Antillas y las costas centroamericanas. Caribana pervive en nosotros como una cultura. No sólo en la red de toponimias que define la mayoría de nuestros espacios: si hoy sobrevivimos, es porque durante siglos adoptamos sus técnicas agrícolas, pesqueras, venatorias, arquitectónicas, medicinales. Ignoramos cuánto de nuestro igualitarismo, de nuestra solidaridad familiar y grupal son herencia suya. No sabemos cuándo tendremos que volver sobre sus huellas para sobrevivir o resistir a la Segunda Conquista.

La Monarquía Universal: 1519-1810

En 1519 un mozo de 19 años recibe sobre sus sienes la pesada corona del orbe. El consejero Mercurino de Gattinara musita a los oídos de quien desde ese momento será llamado el Emperador Carlos v: "Dios el Creador os ha conferido la gracia de elevaros en dignidad por sobre todos los reyes y príncipes cristianos constituyéndoos como el más grande Emperador y Rey que haya existido desde la división de Europa hecha en persona de vuestro predecesor Carlomagno y dirigiéndoos al recto camino de la Monarquía para reducir al mundo universal bajo un pastor".

Para comprar el venal voto de los Kurfurtemprinze, los príncipes electores, Carlos v cede a los banqueros Fuggers el Perú, y a los Welzers la provincia de Venezuela. El joven Emperador necesita oro desesperadamente. El mismo año de su coronación, Hernán Cortés conquista México. En Venezuela sigue la lucha emprendida hace dos décadas para vencer a los irreductibles caribes.

El único proyecto capaz de enfrentárseles es otro de magnitud todavía más colosal. El Emperador es Defensor de la Fe: de una Fe que a lo largo de un milenio se ha convertido en sinónimo de Occidente. Este credo europeo y católico tiene pretensión ecuménica, vale decir, universal. Europa unida bajo la cruz de la Fe y la espada del Imperio será árbitro del mundo.

En América, como en todas partes, el proyecto ecuménico avanza por la sangre, el fuego y la catequesis. Un siglo de conquista nos contagia los males de la sociedad clasista, pero nos lega los instrumentos de una cultura y dos lenguas comunes. Con ellas viene un lugar en este designio planetario. Historiadores como Guillermo Morón han demostrado que tras la Conquista no éramos colonos, sino españoles: nacionales de una magna España que abrazaba el orbe. Tampoco éramos la ínfima capitanía cuya miseria y aislamiento exageraron y en parte inventaron los historiadores positivistas. A principios del siglo xviii teníamos la flota propia más importante de las colonias americanas. Con dieciocho buques exportábamos cacao a México. Desde 1739 hasta 1777 estuvimos unidos al virreinato de la Nueva Granada.

Formábamos parte de una comunidad planetaria uncida a un proyecto que no era el plan de un instante, ni de una vida. Tampoco el de un Emperador, ni el de una dinastía; ni siquiera el de un Siglo, aunque éste fuera de Oro. Tal proyecto declinó por su propia talla colosal. Durante dos siglos España se batió con todos los aspirantes a sustituirla en la preponderancia europea: Inglaterra apoyó a todos y cada uno de estos rivales. Y sin embargo, Felipe ii salvó en Lepanto la supervivencia de un Occidente que de otro modo habría sido mahometano, o quizá no habría sido en absoluto; aunque el sueño de la unidad europea tuvo que ser aplazado hasta que una Inglaterra exhausta fue incapaz de impedirlo. Mas que Madre Patria de América, España lo es de la Europa Unida. Mientras tanto, los americanos utilizábamos los instrumentos impuestos de la lengua y la cultura comunes para emprender el camino hacia nuestra propia grandeza.

Colombia: 1781-1816

Un joven capitán del

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