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La Vida Privada Durante La Revolución Francesa

angelmen22 de Marzo de 2014

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¿Por qué hubo una revolución en Francia?

George Rudé – La revolución Francesa

¿Por qué hubo una revolución en Francia en 1789, pero no en otros lugares de Europa? Es verdad hasta cierto punto, que Bélgica y Polonia habían presenciado algo semejante a rebeliones naciona¬les, contra los austríacos y los rusos respectivamente. En las Provin¬cias Unidas —la actual Holanda— hubo un intento, aunque aborta¬do, de revolución política protagonizado por los "patriotas", y en Ginebra en 1768, un golpe de Estado, por los burgueses de la ciu¬dad, que durante un año inclinaron a su favor el equilibrio de la Cons-titución. Pero en ninguno de estos conflictos hubo una victoria deci¬siva de un grupo social sobre otro; ninguno fue "democrático", en cuanto ninguno trasladó, o tuvo la intención de trasladar el peso de la autoridad política a la nación en general, y ninguno avanzó, en sucesivas etapas, hasta conseguir una transformación completa de la sociedad existente. Eso sucedió únicamente en Francia; y si bien alguno de estos países, y también otros, más tarde, siguieron el rum¬bo trazado por los cambios revolucionarios realizados en Francia, ésta no es la cuestión que nos interesa aquí.

Entonces, ¿por qué hubo una revolución de esta clase en Fran¬cia? Los historiadores, que tienden a leer retrospectivamente la historia, han respondido de distintos modos a la pregunta, de acuerdo con sus propios prejuicios o los de sus contemporáneos, y en el próximo capítulo consideraremos ese material. Pero co¬mencemos con una breve introducción a la sociedad francesa del ancien régime, así como a su gobierno y sus instituciones; un modo de levantar el telón sobre los dramáticos hechos que comenza¬ron a desarrollarse en 1.789.

Podemos describir a la sociedad francesa del siglo XVIII como una suerte de pirámide, cuya cima estaba formada por la corte y la aristocracia, el centro por las clases "medias" o burguesía, y la base por las "órdenes inferiores" de campesinos, comerciantes y artesa¬nos urbanos. En sí mismo, esto no sería nada nuevo: un modelo análogo podría ajustarse a la sociedad de otro cualquiera de los paí¬ses europeos contemporáneos. De modo que, para hallar el rasgo distintivo de la sociedad contemporánea francesa, debemos buscar otra cosa: la pirámide social francesa estaba agobiada por las con¬tradicciones, tanto internamente como entre sus partes constituti¬vas, pues tenía una monarquía que, aunque en teoría absoluta, lleva¬ba en sí misma la simiente de su propia decadencia; una aristocracia que, si bien privilegiada y en general rica, alentaba un profundo re¬sentimiento motivado por el hecho de que se la había excluido largo tiempo de los cargos; una burguesía que, aun gozando de creciente prosperidad, veía negadas su jerarquía social y una participación en el gobierno acorde con su riqueza; y campesinos que, por lo menos en parte, estaban adquiriendo más cultura e independencia, y sin em¬bargo aún recibían el trato que se dispensa a una bestia de carga, despreciada y recargada de impuestos. Más aún, estos conflictos y las tensiones provocadas por ellos comenzaban a agudizarse a me¬dida que avanzaba el siglo.

Ahora, examinemos un poco más atentamente estos problemas, partiendo de la base de la pirámide y elevándonos hacia su cima. En general, los campesinos de ningún modo eran tan pobres y estaban tan sometidos como sucedía en muchos países contemporáneos eu-ropeos. Hacia el fin del anden régime, quizá una de cada cuatro fami¬lias campesinas era dueña directa de su tierra; comparativamente pocos eran prósperos coqs de village ("gallos de aldea"), algunos eran laboureurs (pequeños propietarios) relativamente prósperos, y otros ciertamente (como lo manifiesta Arthur Young, observador inglés contemporáneo, en sus Travels in France), eran "pobres... y misera¬bles, situación atribuible a la minuciosa división de sus pequeñas fin¬cas entre todos los hijos". La mitad o más de los campesinos estaba formada por métayers (medieros) pobres que no tenían capital y com¬partían su producción con los terratenientes sobre la base de la divi¬sión en partes iguales, y otra cuarta parte estaba constituida por tra¬bajadores sin tierra o peones que trabajaban por salario y arrenda¬ban minúsculas parcelas. A su vez, la ecuación tenía en su lado posi¬tivo el hecho de que menos de uno de cada veinte —sobre todo en las propiedades de los nobles o los eclesiásticos del este— eran sier¬vos, aunque no estaban totalmente atados a la tierra ni privados de la justicia real. Pero aunque sus inhabilidades legales eran menos opresoras que en muchos otros países, el campesino francés sopor¬taba una pesada carga de impuestos: pagaba diezmo a la Iglesia; taille (un impuesto directo sobre el ingreso y la tierra), vingtième (un impuesto del "vigésimo" sobre el ingreso), capitation (impuesto per capita sobre el ingreso) y gabelle (impuesto sobre la sal) al Estado; y en beneficio del seigneur (señor) de la propiedad, que podía ser lego o eclesiástico, afrontaba una variada serie de obligaciones, servicios y pagos, que iban desde la cornee (trabajo forzado en los caminos) y los cens (renta feudal en efectivo) al champart (renta en especie) y los lods et ventes (impuesto aplicado a la transferencia de propiedad); o, si no era dueño directo de su tierra, quizá tenía que pagar por el uso del molino, el lagar o el horno de pan del señor. El agobio de estas cargas, como la jerarquía del propio campesino, variaban mucho de una región a otra y en algunas áreas no eran muy gravosas. Pero durante los años de malas cosechas y crisis, se convertían en cargas universalmente irritantes e intolerables, y éste fue un problema que aumentó al avanzar el siglo, lo mismo que los agravios de las clases medias, sobre los que volveremos más adelante.

La nobleza o aristocracia —para los fines que aquí nos interesan son lo mismo— se dividía en dos grupos principales: la noblese d 'épée (la tradicional nobleza "de la espada") y la noblese de robe, antes bur¬gueses acaudalados que, a partir del siglo XVII, habían adquirido de¬rechos hereditarios de nobleza gracias a la compra de charges, o car¬gos, en la burocracia real.

Estos privilegios les permitían ocupar cargos como los de se¬cretarios o intendentes. También tenían acceso a los Parlamentos, las grandes corporaciones legales que en los períodos de gobiernos débiles y divididos y de gobernantes ociosos o incompetentes, po¬dían ejercer autoridad política negándose a registrar los edictos oficiales. Desde la época de Luis XIV se habían negado dichos cargos a la nobleza más antigua, como castigo por el papel negativo que había representado en las guerras civiles de las Frondas de fines de la década de 1640 y principios de la de 1650.

Aunque esta nobleza más antigua continuaba alimentando re¬sentimientos a causa de su exclusión de los altos cargos, conservaba el privilegio de ocupar los principales puestos militares y, en su con¬dición de dueños de las grandes propiedades, ejercían los derechos de los antiguos señores feudales del lugar: derechos de justicia y vigilancia local, derechos de monopolio — por el derecho exclusivo de cazar y tener un molino, un horno o un lagar (hanalités)— y sobre todo, el derecho de exigir de sus campesinos rentas y servi¬cios de carácter feudal. Además, los miembros de la nobleza france¬sa en conjunto, fuesen miembros del grupo de la "túnica" o de la "espada", gozaban de un nivel considerable de libertad respecto de los impuestos directos. Eran prácticamente inmunes en relación con el pago del principal y el más oneroso de estos impuestos, la notoria taille (aplicada al ingreso estimado y la tierra), y también en medida considerable evitaban el pago de la parte que les correspondía en el vingtième y la capitation, introducidos como suplemento de la taille durante los años de escasez de fines del prolongado reinado de Luis XIV, impuestos a los cuales estaban sujetos nominalmente tanto los nobles como los plebeyos. El clero, cuyos principales dignatarios pertenecían casi sin excepción a la nobleza, gozaba de ventajas fi-nancieras todavía mayores: además del ingreso obtenido como te¬rratenientes gracias a las rentas y los derechos feudales, recibía el diezmo (que podía equivaler a una duodécima parte del rendimien¬to de la tierra) y cumplía sus obligaciones con el tesoro, pagando un porcentaje relativamente reducido de su ingreso en la forma de un don gratuit o regalo voluntario, reconocidamente menos "volunta¬rio" para algunos gobernantes que para otros.

Por supuesto, el grado de privilegio del que las clases altas po¬dían disfrutar dependía en medida considerable del grado de auto¬ridad del rey. En teoría, el sistema de gobierno francés era todavía el sistema "absoluto" que Luis XIV había creado en Versalles un siglo antes. Pero bajo el régimen de los sucesores del Rey Sol ese sistema había perdido gran parte de su vigor y su capacidad para imponer respeto y lealtad a sus súbditos, privilegiados o no. Eso fue conse¬cuencia, en parte, de la indolencia y las fallas personales de Luis XV, para quien el gobierno era una actividad desagradable y, en parte, de la tendencia de la burocracia, formada principalmente por funcio¬narios privilegiados, a convertirse casi en una ley en sí misma. Entre tanto, las clases medias llegaron a concebir más hostilidad frente a la extravagancia, la ineficacia y la tiranía de una corte y un gobierno a cuyo mantenimiento aquéllas contribuían abundantemente, pero sobre los cuales carecían de control. Después del prolongado reina¬do de su padre, Luis

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