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La Vida Privada Durante La Revolución Francesa


Enviado por   •  22 de Marzo de 2014  •  4.961 Palabras (20 Páginas)  •  455 Visitas

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¿Por qué hubo una revolución en Francia?

George Rudé – La revolución Francesa

¿Por qué hubo una revolución en Francia en 1789, pero no en otros lugares de Europa? Es verdad hasta cierto punto, que Bélgica y Polonia habían presenciado algo semejante a rebeliones naciona¬les, contra los austríacos y los rusos respectivamente. En las Provin¬cias Unidas —la actual Holanda— hubo un intento, aunque aborta¬do, de revolución política protagonizado por los "patriotas", y en Ginebra en 1768, un golpe de Estado, por los burgueses de la ciu¬dad, que durante un año inclinaron a su favor el equilibrio de la Cons-titución. Pero en ninguno de estos conflictos hubo una victoria deci¬siva de un grupo social sobre otro; ninguno fue "democrático", en cuanto ninguno trasladó, o tuvo la intención de trasladar el peso de la autoridad política a la nación en general, y ninguno avanzó, en sucesivas etapas, hasta conseguir una transformación completa de la sociedad existente. Eso sucedió únicamente en Francia; y si bien alguno de estos países, y también otros, más tarde, siguieron el rum¬bo trazado por los cambios revolucionarios realizados en Francia, ésta no es la cuestión que nos interesa aquí.

Entonces, ¿por qué hubo una revolución de esta clase en Fran¬cia? Los historiadores, que tienden a leer retrospectivamente la historia, han respondido de distintos modos a la pregunta, de acuerdo con sus propios prejuicios o los de sus contemporáneos, y en el próximo capítulo consideraremos ese material. Pero co¬mencemos con una breve introducción a la sociedad francesa del ancien régime, así como a su gobierno y sus instituciones; un modo de levantar el telón sobre los dramáticos hechos que comenza¬ron a desarrollarse en 1.789.

Podemos describir a la sociedad francesa del siglo XVIII como una suerte de pirámide, cuya cima estaba formada por la corte y la aristocracia, el centro por las clases "medias" o burguesía, y la base por las "órdenes inferiores" de campesinos, comerciantes y artesa¬nos urbanos. En sí mismo, esto no sería nada nuevo: un modelo análogo podría ajustarse a la sociedad de otro cualquiera de los paí¬ses europeos contemporáneos. De modo que, para hallar el rasgo distintivo de la sociedad contemporánea francesa, debemos buscar otra cosa: la pirámide social francesa estaba agobiada por las con¬tradicciones, tanto internamente como entre sus partes constituti¬vas, pues tenía una monarquía que, aunque en teoría absoluta, lleva¬ba en sí misma la simiente de su propia decadencia; una aristocracia que, si bien privilegiada y en general rica, alentaba un profundo re¬sentimiento motivado por el hecho de que se la había excluido largo tiempo de los cargos; una burguesía que, aun gozando de creciente prosperidad, veía negadas su jerarquía social y una participación en el gobierno acorde con su riqueza; y campesinos que, por lo menos en parte, estaban adquiriendo más cultura e independencia, y sin em¬bargo aún recibían el trato que se dispensa a una bestia de carga, despreciada y recargada de impuestos. Más aún, estos conflictos y las tensiones provocadas por ellos comenzaban a agudizarse a me¬dida que avanzaba el siglo.

Ahora, examinemos un poco más atentamente estos problemas, partiendo de la base de la pirámide y elevándonos hacia su cima. En general, los campesinos de ningún modo eran tan pobres y estaban tan sometidos como sucedía en muchos países contemporáneos eu-ropeos. Hacia el fin del anden régime, quizá una de cada cuatro fami¬lias campesinas era dueña directa de su tierra; comparativamente pocos eran prósperos coqs de village ("gallos de aldea"), algunos eran laboureurs (pequeños propietarios) relativamente prósperos, y otros ciertamente (como lo manifiesta Arthur Young, observador inglés contemporáneo, en sus Travels in France), eran "pobres... y misera¬bles, situación atribuible a la minuciosa división de sus pequeñas fin¬cas entre todos los hijos". La mitad o más de los campesinos estaba formada por métayers (medieros) pobres que no tenían capital y com¬partían su producción con los terratenientes sobre la base de la divi¬sión en partes iguales, y otra cuarta parte estaba constituida por tra¬bajadores sin tierra o peones que trabajaban por salario y arrenda¬ban minúsculas parcelas. A su vez, la ecuación tenía en su lado posi¬tivo el hecho de que menos de uno de cada veinte —sobre todo en las propiedades de los nobles o los eclesiásticos del este— eran sier¬vos, aunque no estaban totalmente atados a la tierra ni privados de la justicia real. Pero aunque sus inhabilidades legales eran menos opresoras que en muchos otros países, el campesino francés sopor¬taba una pesada carga de impuestos: pagaba diezmo a la Iglesia; taille (un impuesto directo sobre el ingreso y la tierra), vingtième (un impuesto del "vigésimo" sobre el ingreso), capitation (impuesto per capita sobre el ingreso) y gabelle (impuesto sobre la sal) al Estado; y en beneficio del seigneur (señor) de la propiedad, que podía ser lego o eclesiástico, afrontaba una variada serie de obligaciones, servicios y pagos, que iban desde la cornee (trabajo forzado en los caminos) y los cens (renta feudal en efectivo) al champart (renta en especie) y los lods et ventes (impuesto aplicado a la transferencia de propiedad); o, si no era dueño directo de su tierra, quizá tenía que pagar por el uso del molino, el lagar o el horno de pan del señor. El agobio de estas cargas, como la jerarquía del propio campesino, variaban mucho de una región a otra y en algunas áreas no eran muy gravosas. Pero durante los años de malas cosechas y crisis, se convertían en cargas universalmente irritantes e intolerables, y éste fue un problema que aumentó al avanzar el siglo, lo mismo que los agravios de las clases medias, sobre los que volveremos más adelante.

La nobleza o aristocracia —para los fines que aquí nos interesan son lo mismo— se dividía en dos grupos principales: la noblese d 'épée (la tradicional nobleza "de la espada") y la noblese de robe, antes bur¬gueses acaudalados que, a partir del siglo XVII, habían adquirido de¬rechos hereditarios de nobleza gracias a la compra de charges, o car¬gos, en la burocracia real.

Estos privilegios les permitían ocupar cargos como los de se¬cretarios o intendentes. También tenían acceso a los Parlamentos, las grandes corporaciones legales que en los períodos de gobiernos débiles y divididos y de gobernantes ociosos o incompetentes, po¬dían ejercer autoridad política negándose a registrar los edictos oficiales. Desde la época de Luis XIV se habían negado dichos cargos a la nobleza más antigua, como castigo por el papel negativo que

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