ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Leyenda De Jamilli


Enviado por   •  17 de Febrero de 2015  •  2.023 Palabras (9 Páginas)  •  502 Visitas

Página 1 de 9

leyenda sobre la fundacion de jamiltepec en el estado de oaxaca

Casandoo recorrió el valle con la mirada.

Abajo, en la hondonada, se libraba una de las batallas más cruentas de su periodo como jefe de las fuerzas armadas de Siete Patas de Venado, señor de Tututepec.

Estaba en juego la parte alta de la zona mixteca y, además, la gloria de ser un guerrero prácticamente invencible.

Durante los últimos 10 años, había tomado parte en unos 14 enfrentamientos, que hicieron de Tututepec eje central de la economía, la ciencia y la cultura locales.

Sólo en una ocasión decidió levantar carcaj y escudo, símbolo del que acepta ser superado, y fue ante el mismo hombre que hoy capitaneaba el bando contrario.

Xiuba se llamaba el rival.

Y pertenecía a la zona zapoteca.

Su señor, Tizoc, dominaban el área norte de la región y era famoso por su fiereza en el combate. Y desde aquella su única derrota, Casandoo sabía de cierto que Tizoc era sólo un viejo más apoltronado en su silla de soberano.

Incluso entre los militares de más alto rango de su ejército circulaba la versión de que Tizoc había tomado el nombre en honor del Huei Tlatoani de aquel país que todos nombraban con respeto: Tenochtitlan. Y tenían la certeza de que era una vasallo más de los meshicanos.

Pero en este momento Tizoc no importaba. Era Xiuba el peligroso. Por su fuerza, su liderazgo.

Tenía que vencerlo esta vez si quería el reconocimiento y la posibilidad de formar su propio señorío.

Sus ojos se posaron en aquel campeón de la guerra, al que deseaba ver caído cuanto antes.

Desde la posición en que se encontraba descubrió los movimientos tácticos del enemigo.

Rápidos ataques por el frente aunados a golpeteos laterales. Los mismos movimientos se repetían sin cesar. Una y otra vez. Los hombres que iban a la delantera y no se enzarzaban en el combate, volvían a la parte de atrás a seguir disciplinadamente la estrategia de aquel tremendo capitán.

Y pese a los esfuerzos de su gente y la igualdad de fuerzas, sus hombres parecían desconcertados psicológicamente, puesto que de alguna manera luchaban contra los mismos hombres.

Las líneas delanteras del ejército mixteco comenzaban a diezmarse.

Y Xiuba era el gran culpable.

Se daba tiempo para pelear y, a la vez, para dictar sus órdenes.

Ambos jefes guerreros tenían la misma edad.

Y el mismo poder.

Casandoo no lo pensó más. Se sacudió las dudas con un ligero movimiento de cabeza y decidido echó a andar en busca de su principal enemigo.

Algunos hicieron el intento de frenarlo y sólo encontraron una muerte certera y rápida.

Su paso era impresionante.

Un gigante zapotecano lo enfrentó y tiró un golpe con su hacha, de forma tan fuerte que la inercia lo hizo quedar de espaldas.

Fue cuestión de segundos. Casandoo reviró en forma tremenda, instantánea y letal.

La espina dorsal de aquel espécimen humano de 1.90 metros de estatura quedó partida en dos.

Casandoo casi no reparó en él. Siguió con su paso triturante rumbo a su destino y el de su ejército.

Pelear con Xiuba dejaría las cosas en claro y haría concluir ese enfrentamiento que sólo diezmaría de hombres a los dos pueblos.

Ambos sabían del alcance de un encuentro entre ellos. Pero, asimismo, aceptaban como única aquella salida.

Además, había deudas pendientes.

Cuando quedaron frente a frente, reinó el silencio.

Como si presintieran el trascendental hecho, los soldados bajaron sus armas y buscaron a sus jefes con la mirada.

Los grupos, callados y atentos, seguían el inusual suceso.

El choque no duró más de cinco minutos.

Los golpes con el hacha y el cuchillo de obsidiana se veían fallar una y otra vez. Eran los mejores. Eso estaba claro.

Un error haría la diferencia.

Y lo cometió Xiuba.

Hizo un engaño con el hacha a la cabeza de Casandoo y al mismo tiempo giró para asestar la cuchillada. En un movimiento relampagueante, el jefe mixteco lanzó el hachazo, que por milagro no voló el cuello del zapoteca.

Aun así, el golpe fue tan severo que Xiuba rodó inconsciente por el suelo.

Los guerreros zapotecas se miraron perplejos.

Al principio creyeron muerto a su jefe.

Y más cuando el atronador grito mixteco daba por concluida la fiera lucha.

Casandoo levantó la mano para calmar los ánimos.

Hemos vencido, dijo. Pero esta vez, exijo respeto para el más grande rival que hemos tenido.

Y se acercó a Xiuba, que ya daba señales de vida.

Cuando éste se incorporó, aceptó la derrota y rindió el reino zapoteca a los pies de Siete Patas de Venado.

Está cerca el final de Tizoc, dijo. “A mí, sólo dame una muerte digna y rápida”.

En respuesta, Casandoo le hizo ver la importancia de mantener unidos a los dos pueblos.

“No te pido pleitesía, sino cooperación y entendimiento. Y sólo contigo aceptará mi señor establecer convenios del tipo que quieras. Seamos aliados, Xiuba. Yo te doy mi mano…”

Cuando Casandoo volvió a Tututepec, los hombres-correo habían

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (12.9 Kb)  
Leer 8 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com