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Monte Sacro

moi1221 de Noviembre de 2012

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por mi patria que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma hasta que haya roto las

cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español"

Simón Bolívar

Fue un 15 de agosto de 1.805, una tarde donde el sol se asomaba como una fibra tibia y tímida

sobre la colina… o quizás fue una tarde de aquellas donde el viento frío besa al aire como una

premonición o un designio… de eso la historia no deja registro, sin embargo, nos dice

claramente que ese día cambió el curso de la historia, cambio el destino de un continente,

Suramérica nació en la esperanza de un juramento hecho con el alma y con el corazón.

Contaba Bolívar con apenas 22 años y ya miles de preguntas se anidaban en su espíritu; sin

embargo, no imaginaba que aquel viaje por la Europa convulsa y cambiante, que día tras día

era tomada por Napoleón, le marcaría el sendero que habría de tomar su vida.

Salió de París el 6 de abril junto a sus dos amigos y compañeros de viaje, Simón Rodríguez, su

antiguo maestro y Fernando Rodríguez del Toro, ambos mayores que él en ese entonces,

ambos buenos amigos.

Juntos vieron coronarse a Napoleón como rey de Italia, pasaron por Lyon, Chambéry, Turín,

Milán, Montichiari, Venecia y Florencia. Hacia el mes de julio pisaron suelo romano, la milenaria

ciudad, cuna del gran imperio, se abrió con su historia y peso de siglos sobre los tres visitantes.

Se alojaron como era tradición, en la plaza España, cerca de la enorme escalinata que lleva al

templo de Santa Trinitá dei Monti. Durante semanas recorrieron la histórica ciudad, se

deleitaron entre sus monumentos y ruinas, llenas de historias y anécdotas, todo estaba ahí, el

grito mudo de la grandeza y la decadencia de los imperios. El mejor testimonio que recuerda

que el poder no dura para siempre.

Y llegó el 15 de agosto…

Los tres amigos decidieron aquel día dirigirse al llamado Monte Sacro, el cual se encontraba en

ese entonces a las afueras de la ciudad, a las orillas de río Anio. Querían contemplar el

escenario donde se desarrollo aquel episodio de la historia romana, cuando se retiraron los

plebeyos en sus desavenencias con los patricios en la época de La República. Era un lugar

que invitaba al cambio y es muy probable que al dirigirse allí, tanto él como sus compañeros,

tuvieran la intensión de llevar a cabo un gesto simbólico. Todos deseaban ver libre e

independiente a su patria y a la América toda del yugo español.

Conversaron sobre la sucesión de las civilizaciones, su apogeo y decadencia a través de los

siglos. Creían en el progreso indefinido del género humano, eran hombres compenetrados por

el espíritu de la Ilustración, una Ilustración que se presentaba como la emancipación de la

conciencia humana del estado de ignorancia y error por medio del conocimiento; a esto se

sumaba la influencia nacionalista y romántica que por aquellos días ya afloraba en Europa.

Estaba Bolívar en un momento de su vida muy peculiar, era un joven madurado por la

desgracia, la reciente muerte de su esposa, la presencia de su otrora maestro, el lugar

solemne, la historia, los sucesos de la época, las nuevas ideas, todo se conjugó.

Un juramento convertido en realidad

Aquellas palabras pronunciadas aquel día en aquella colina en Italia se convirtieron en la

antesala de la gesta libertaria de América Latina. Simón Bolívar, no sólo no olvido su

juramento, él junto a su sueño y ansias de libertad abrió el camino a la independencia.

Sin embargo, hoy, a doscientos años

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