Para Dios No Hay Nada Imposible
LIDERJURIDICO1 de Marzo de 2013
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Las Buenas Costumbres en las Familias Decimonónicas
Se creía que el hombre era fuerte, firme e inteligente, mientras que la mujer era intuitiva, sensible, sumisa y abnegada, y poseía un organismo frágil, músculos delicados, un sistema nervioso irritable y un cráneo pequeño.
Se argumentaba que por sus atributos y sus características la mujer era apta para la maternidad y las tares domésticas, pero inhábil para ejercer las actividades reservadas a los varones.
Se pensaba que la mujer tenía varias obligaciones: la primera de ellas era atender al marido y generar en su hogar una atmósfera de apacibilidad, según lo señalaba las revistas y el famoso Manual de Carreño.
En segundo lugar estaba encargada de educar a los hijos e inculcarles las primeras nociones morales; por último, debía desempeñar o supervisar las tareas domésticas.[3]
Así, mientras el varón podía salir al mundo público, se consideraba como deseable que ella permaneciera en el hogar y se veía mal que anduviera en la calle, es decir, se reservaba el ámbito doméstico. La separación de funciones y de espacios se justificaba con argumentos supuestamente “científicos”, pues se decía que cada género poseía atributos orgánicos que lo destinaban a cumplir con su misión.
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Educación ¿Para qué?
La educación que se impartía a las mujeres obedecía a este esquema. No se buscaba educarlas para que fueran capaces de trabajar fuera del hogar, sino para que fueran buenas esposas y madres. Así, se les enseñaba a leer y escribir, a hacer cuentas y las “labores mujeriles”, como la costura. Si bien la ley no les impedía ingresar a instituciones de enseñanza superior, ello no estaba bien visto por la comunidad y las familias lo prohibían, por lo que muy pocas jóvenes lo hicieron. (Hamilton 1980, 140-141)
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