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Proyecto modular

xandertv18 de Noviembre de 2014

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PROYECTO MODULAR 3

Abre nuevamente el documento en el que estés elaborando la línea del tiempo e incluye en ella todos los acontecimientos que sucedieron en la Nueva España.

Nota: Probablemente te des cuenta de que se va a abrir un espacio muy grande en esta parte, pues hubo muchas fechas que sucedieron en el mismo año, pero lo importante es que incluyas el mayor número posible.

SUSESOS DE LA NUEVA ESPAÑA

El 19 de noviembre de 1761, en Cisteil, Yucatán, Jacinto Canek (1730-1761) –sobrenombre que se autoimpuso la víspera del levantamiento-, estaba convencido de que el yugo español no les depararía mejor futuro que el de una “penosa servidumbre”, y aprovechó las festividades religiosas del pueblo para incitar a los indígenas mayas a levantarse en contra de las injusticias de los españoles.

Utilizando la corona y el manto de la virgen del pueblo, Canek se coronó rey de los mayas, asegurándoles que no debían temer a las armas de los españoles; si alguno llegaba a morir, él los resucitaría con sus poderes.

Una vez que el pueblo de Cisteil fue tomado por los rebeldes, los principales jefes de los pueblos vecinos se sumaron a la rebelión ofreciendo su respeto y lealtad a Canek, quien se proclamaba como elegido de Dios para liberarlos.

Algo de magia y misticismo se respiraba en la rebelión de Canek; caudillo con aires mesiánicos, se comportaba como un elegido. Los hombres que lo siguieron depositaron su fe –en el más profundo sentido religioso- en Canek, atribuyéndole poderes sobrenaturales y el respaldo de las divinidades para derrotar a los blancos.

Los españoles intentaron sofocar la rebelión con veinte hombres al mando de Tiburcio Cosyaga, de los cuales sólo cuatro sobrevivieron a los primeros enfrentamientos con los indígenas.

Las autoridades españolas reforzaron a sus tropas y bajo las órdenes de Cristóbal Calderón, un destacamento de quinientos soldados españoles cercaron el pueblo de Cisteil. Los rebeldes confiaban en la victoria, por lo que se atrincheraron y resistieron el ataque español.

Convencidos de los poderes sobrenaturales de Canek, los mayas se lanzaron a la batalla seguros de que lograrían derrotar a los españoles. Fue una combate cruel, sangriento y desigual, y aunque los rebeldes se entregaron con la fe de los mártires, no sirvió de nada: murieron 600 indígenas mayas y tan sólo 40 españoles. Los poderes sobrenaturales de Canek fueron insuficientes para hacer frente a los cañones y los arcabuces.

Canek logró huir de aquella matanza pero al poco tiempo fue capturado y conducido a Mérida donde fue sometido a juicio. Aceptó los cargos en su contra por rebelión y actos sacrílegos y le fue dictada sentencia. El 14 de diciembre de 1761, se llevó a cabo el terrible suplicio de Canek, quien fue desmembrado, quemado vivo y sus cenizas arrojadas al viento.

Los pocos rebeldes que sobrevivieron a la pena de muerte, fueron condenados a sufrir doscientos azotes y la pérdida de la oreja derecha. El pueblo de Cisteil fue incendiado y cubierto de sal "para perpetua memoria de su traición".

Un movimiento rebelde, insólito, inimaginable para el siglo XVI, casi como una leyenda del México virreinal fue la rebelión de esclavos negros que encabezó, en Veracruz, Gaspar Yanga, y que, a la postre, resultó en la fundación del primer pueblo libre de América: San Lorenzo de los Negros.

Durante los años inmediatos a la conquista de México, cuando apenas tomaban forma las instituciones de la Nueva España, la Corona española autorizó compañías de importación de esclavos negros al más grande virreinato de América para trabajar en las haciendas azucareras de Veracruz.

Los esclavos que lograban escapar del trato inhumano al que eran sometidos se refugiaban a las zonas montañosas, entre Cofre de Perote y el pico de Orizaba; llamados cimarrones, estas figuras míticas no tardaron en convertirse en estereotipo racial, concebidos como gente salvaje e indolente.

En 1570, Gaspar Yanga encabezó una rebelión de esclavos negros en la región; durante más de 30 años, los esclavos fugitivos en las montañas sobrevivieron de la agricultura, del asalto a las caravanas que transitaban por el lugar y del robo a fincas vecinas.

En enero de 1609 llegó a oídos de las autoridades virreinales la noticia de que los esclavos planeaban un levantamiento en el que matarían a los blancos de la ciudad y nombrarían por rey a Yanga, quien por cuestiones de edad había dejado de dirigir personalmente a los sublevados para convertirse en líder moral de la causa libertaria.

Para calmar los ánimos de los asustadizos habitantes de la ciudad de México y el puerto de Veracruz, las autoridades mandaron a azotar públicamente a varios esclavos negros que estaban presos y enviaron una expedición para perseguir a los sublevados.

Al mando de Pedro González de Herrera, salieron de Puebla 200 hombres comisionados a la pacificación de los esclavos; a los pocos días de su llegada, un soldado español fue tomado prisionero y llevado ante la presencia de Yanga quien, magnánimo cual monarca, le perdonó la vida, le dio de comer y lo puso en libertad con una carta dirigida a González de Herrera.

En aquella carta, Yanga no pedía conciliar la paz, lo retaba a enfrentarse con ellos y para no dilatar el encuentro, aquel prisionero liberado les serviría de guía. No había más opción que ir a la guerra.

Tras una larga resistencia, Yanga negoció la paz; rendirían tributo a la Corona, aceptarían la evangelización y devolverían a cualquier esclavo fugitivo a cambio de un territorio libre de esclavitud. La Corona española aceptó y fundó así el primer pueblo libre de América: San Lorenzo de los Negros.

PIRATA LORENSILLO

Mientras diversos tratados de paz eran celebrados entre España, Francia, Inglaterra y Holanda para poner orden en Europa, en la segunda mitad del siglo XVII, los piratas devastaban las costas y atacaban las flotas imperiales que transportaban al viejo continente grandes riquezas extraídas de las colonias en América.

Los piratas representaban terribles pérdidas para la corona. Importantes sumas de dinero invertidas en la armada de Barlovento –creada ex profeso para combatir la piratería- fueron infructuosas. Los piratas continuaban hostilizando y asolando las tranquilas aguas de la costas novohispanas.

El lunes 17 de mayo de 1683, aparecieron en el horizonte un par de navíos a dos leguas de Veracruz. Doscientos hombres, comandados por Laurent Graff -pirata de origen holandés, conocido como Lorencillo-, desembarcaron en el puerto y llegaron a la plaza de armas de la ciudad. A la media noche, seiscientos hombres más tomaron y asaltaron el puerto.

Los piratas se dividieron en grupos para saquear la ciudad; los ciudadanos, sin distinción de sexo o edad, fueron llevados a la catedral, donde permanecieron encerrados hasta el 22 de mayo. Los piratas colocaron un barril de pólvora en la puerta del templo que amenazaban con hacer estallar si los prisioneros no entregaban los supuestos tesoros escondidos.

La mañana del sábado 22 de mayo, Lorencillo hizo salir de la catedral a los prisioneros y los trasladaron a la isla de los Sacrificios. A los funcionarios los tomó como rehenes y el resto, a punta de palos, fue obligado a cargar el cuantioso botín, empresa que les tomó hasta el 30 de mayo. El 1 de junio, Lorencillo levó anclas, desplegó velas y se hizo a la mar, dejando a su paso cuatrocientos muertos, además de miseria y desolación.

Dos años después, en 1685, Lorencillo volvió a hacer de las suyas: se apoderó de Campeche, que sufrió la misma suerte que Veracruz. Ante la apatía de la corona para tomar medidas eficaces contra el asedio de los piratas, el gobernador de Yucatán, don Antonio de Iseca, temeroso de que Lorencillo invadiera Mérida, salió con un grupo de soldados hacia Campeche para enfrentarlo. Lorencillo salió ileso y se embarcó precipitadamente llevándose nuevamente un rico botín.

Ningún esfuerzo parecía suficiente para que Lorencillo y demás filibusteros se retiraran de la península. Los vecinos de Campeche, que habían sufrido graves perjuicios a causa de los piratas, en 1686 comenzaron la construcción de murallas defensivas para la ciudad. En los siguientes años, se construyeron dos kilómetros de muralla y ocho baluartes que fortificaron la ciudad. La obra fue terminada ya entrado el siglo XVIII, cuando la piratería había menguado considerablemente y la historia de Lorencillo, era tan sólo un recuerdo.

La Corona española necesitaba urgentemente aumentar sus riquezas y llevó todas estas ideas ilustradas a sus colonias en América para aplicar cambios modernizadores en aspectos fiscales, militares y comerciales. Esta estrategia se implementó con Felipe V (1700-1746), pero no fue sino hasta los reinados de Carlos III (1759-1788) y Carlos IV (1788-1808) que las “reformas borbónicas” tuvieron su mayor esplendor.

La primera etapa de las reformas consistió en una centralización de los ingresos reales, es decir, la transferencia del cobro de impuestos de manos de particulares a las de los funcionarios del rey. La segunda etapa de reformas fueron instauradas por Carlos III: la reorganización político administrativa de los virreinatos, el fortalecimiento del sistema defensivo y una reforma de fondo en la administración de la real hacienda novohispana. Durante esta época -y a diferencia de los virreyes de siglos anteriores- los gobernantes fueron hombres extraordinarios que llegaron a su puesto por mérito propio y no por ser nobles de nacimiento.

En 1765, llegó a la Nueva España uno de los principales impulsores

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