Revolución
moyakenshi18 de Marzo de 2014
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CIENCIA, TECNOLOGÍA Y SOCIEDAD: EVOLUCIÓN Y REVOLUCIONES
“Las utopías parecen mucho más realizables hoy de lo que se creía antes. Pero ahora nos hallamos ante otro problema igualmente angustioso: ¿cómo evitar su realización definitiva? Quizás empezará una nueva era en la que los intelectuales y las clases cultas soñarán con el modo de evitar la utopía y volver a una sociedad no utópica, que sea menos perfecta pero más libre” Nicolás Berdiaeff
Pocos conceptos evocan con tanta claridad la incertidumbre de la condición humana en el cambio de milenio como los de ciencia, tecnología y sociedad, una tríada conceptual más compleja que una simple serie sucesiva. El último tercio del siglo XX ha puesto de manifiesto para todos, que la incesante corriente de innovaciones producidas por el complejo científico-tecnológico o tecnociencia, se ha convertido en la fuerza decisiva que configura las condiciones, los ambientes y las formas de vida a nivel global.
El mundo actual es muy diferente al de hace un siglo o más, esto es evidente y se acepta comúnmente pero lo verdaderamente distinto, lo que hace a nuestro mundo diferente de todos los anteriores es el grado de desarrollo que han alcanzado la ciencia y la tecnología. Sin embargo, podría decirse que esto es normal; igual que otras actividades humanas como el arte o la música, la ciencia ha avanzado enormemente. Hay un hecho que hace que este desarrollo tecnocientífico merezca una atención especial: el hecho de que ese desarrollo ha sido de tal magnitud y naturaleza que ha afectado radicalmente las formas de vida de la sociedad. Alguien podría simplemente obviar el desarrollo del arte en los últimos 100 años considerando que no ha afectado su vida, y podría tener razón. Pero nadie podría decir que no ha sido influido por el desarrollo de la ciencia y la tecnología, porque éstas, a diferencia de otras actividades humanas, se imponen a todo el mundo. En otras palabras, nadie puede escapar a los efectos del desarrollo producido a lo largo del siglo XX.
La sociedad está invadida por los productos de la ciencia y la tecnología; el teléfono celular, el horno microondas, la televisión, los electrodomésticos, las naves espaciales, los satélites, los medicamentos, los automóviles, los instrumentos de diagnóstico clínico, como tantas otras cosas son artefactos tecnológicos, y es aquí en estos objetos donde es más evidente la idea de que las sociedades avanzan. Se suele considerar que cada vez se vive mejor porque se dispone de más y más artefactos que hacen la vida más fácil liberándonos de duros y monótonos trabajos. Sin embargo existen otros artefactos menos visibles pero también reales: las máquinas sociales, o tecnologías de organización social, que afectan la vida cotidiana tanto como los artefactos físicos. Son ejemplos el reparto de jerarquías y la organización de funciones en las instituciones, en las fábricas o en el ejército, y también son máquinas sociales las iglesias, los lugares de diversión, los restaurantes de comida rápida y hasta las instituciones educativas.
Al mismo tiempo que hay quienes auguran el advenimiento de un mundo más feliz gracias al progreso tecnocientífico, cada vez más gente es partidaria de una vuelta a la naturaleza prescindiendo de todo lo artificial. Al respecto, algunos autores de utopías, han abandonado la visión de una sociedad idílica, para asumir posiciones más negativas: utopías negativas o antiutopías, que describen un mundo en que la técnica y el progreso científico sirven para crear nuevos y sofisticados métodos de dominación. A este tipo de utopías se les ha conocido como las del “escepticismo y de la desesperación”.
El cine ha mostrado profusamente los dos puntos de vista: películas fantásticas en las que las tecnologías han resuelto la mayoría de los problemas, o películas pesimistas en las que las tecnologías provocan grandes catástrofes como guerras hipertecnológicas o desastres naturales provocados voluntaria o accidentalmente por la actividad tecnológica descontrolada o el desmedido afán de científicos locos.
Lo único que parece unir estas dos posiciones optimista y pesimista sobre la tecnociencia, es que tanto tecnófilos como tecnófobos piensan que es poco lo que la sociedad y los individuos pueden hacer frente a la ciencia y la tecnología como no sea admirarlas o detestarlas y que los ciudadanos no pueden intervenir en la orientación o el desarrollo de la ciencia y la tecnología ya que tales decisiones están en manos de expertos.
Frente a estas imágenes radicalizadas, la perspectiva CTS: Ciencia, Tecnología, Sociedad, defiende que las relaciones de la sociedad con la ciencia y la tecnología no deben reproducir las tradicionales relaciones de los profanos con la sagrada divinidad. La aproximación CTS pretende introducir una racionalidad laica al analizar la interacción entre esos tres ámbitos.
Favorecer una percepción más ajustada y crítica frente a los temas de ciencia y tecnología, así como de sus relaciones con la sociedad es uno de los objetivos de la perspectiva CTS. Otro objetivo es promover la participación pública de los ciudadanos en las decisiones que orientan los desarrollos tecnocientíficos con el fin de acercar a la sociedad las responsabilidades sobre su futuro. Por lo tanto CTS no es la yuxtaposición de los temas propios de cada uno de estos conceptos, sino más bien lo que surge en los intersticios, en las fronteras, en las tensiones que aparecen en la relación entre ellos, lo cual no es poco. Antes de profundizar más en el tema CTS, se analizará un enfoque general sobre el estado de los tres conceptos con los que se construye el concepto CTS: la ciencia, la tecnología y la sociedad.
LA CIENCIA
Podríamos decir que nuestro tiempo es el de la ciencia. Nunca antes el ser humano ha estado tan pendiente del avance de los conocimientos científicos como ahora y nunca antes se ha esperado tanto de la ciencia, pero también, nunca antes se le ha temido tanto. Sabemos más que nunca sobre el funcionamiento de todo lo que nos rodea: desde nuestro entorno hasta los confines del universo. Hemos desarrollado tanto nuestros saberes que ya casi no queda espacio para los mitos y para las divinidades. Es difícil exagerar la importancia de la ciencia en el mundo actual, aunque para algunas personas la ciencia parezca algo lejano y difuso que se identifica con descubrimientos notables o con nombres de científicos destacados. La percepción pública de la ciencia es un tanto ambivalente: está ligada a mensajes contradictorios, unos optimistas y otros catastrofistas, lo que ha llevado a que muchas personas no tengan claro qué es la ciencia y cuál es su papel en la sociedad.
En el uso cotidiano parece que el significado del concepto ciencia no fuera problemático. Casi nadie solicitaría aclaración adicional si escucha decir que algo es científico. La mayoría de las personas han tenido alguna formación en materias consideradas científicas puesto que en sus estudios básicos y medios, tomaron cursos de matemáticas, física, química, biología; entre estas personas queda la idea de que éstas son disciplinas difíciles en las que se enseñan verdades exactas y en las cuales se exige inflexibilidad en las respuestas, algo que no se da en otro tipo de asignaturas. Además como tantos alumnos pierden estas asignaturas, es evidente su complejidad intrínseca. La ciencia entonces, sería una actividad que solo pueden desarrollar unas pocas personas especialmente brillantes desde el punto de vista intelectual. Esta misma visión de la ciencia podría tenerla el público menos cultivado, aquel cuya imagen de la ciencia proviene de lo que exhiben la publicidad, el cine y la televisión.
Ambas imágenes, la que se propaga a través de los medios de comunicación y la que se imparte en centros educativos provienen de una misma fuente: la concepción heredada de la ciencia. De acuerdo con esta concepción, la ciencia se ve como una empresa autónoma, objetiva, neutral y basada en la aplicación de un código de racionalidad ajeno a cualquier tipo de interferencia externa. La herramienta intelectual responsable del producto científico es el “método científico” que es un procedimiento reglamentado para evaluar la aceptabilidad de enunciados generales con el apoyo del componente empírico. Una adecuada cualificación de la ecuación “lógica + experiencia” debe proporcionar la estructura final del método científico, respaldando el conocimiento objetivo cuyas características de coherencia y continuidad originarían virtudes tales como la simplicidad, el poder predictivo, la fertilidad teórica o el poder explicativo. Sin embargo durante las últimas décadas han surgido numerosas preguntas sobre el papel social de la ciencia y acerca de sus peligrosas consecuencias; al poner el énfasis en tales consecuencias, se deja de lado el qué de la ciencia y se enfatiza el para qué.
La pregunta sobre lo que es la ciencia no fue una cuestión problemática en el siglo XX; no lo fue para los científicos que se encargaron de construirla, ni para los ciudadanos que asumieron sus resultados. Pero sí fue una cuestión problemática para muchos teóricos: filósofos, sociólogos de la ciencia y algunos científicos interesados en saber de qué proceso hacían parte. Para lo que se trata de exponer aquí, se pueden considerar dos perspectivas sobre la ciencia: las internalistas y las externalistas, cuya diferencia radica en el peso que se les concede a los factores externos a la hora de definirla.
Entre las concepciones internalistas que estuvieron vigentes durante los primeros dos tercios del siglo XX están el positivismo lógico y el
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