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Carta A Garcia


Enviado por   •  27 de Agosto de 2014  •  1.380 Palabras (6 Páginas)  •  164 Visitas

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LA CARTA A GARCIA

En todo este asunto de Cuba hay un hombre que destaca en mi memoria.

Al estallar la guerra entre Estados Unidos y España, era muy necesario comunicar con rapidez con el jefe de los insurgentes, el general García, que estaba emboscado en la selva, nadie sabía donde. No era posible comunicar con él por correo o telégrafo pero el presidente necesitaba comunicar con él con rapidez.

¿Qué hacer?

Alguien dijo al presidente:

“Hay un tal Rowan quien encontrará a García si es que esto es posible”.

Buscaron a Rowan y se le entregó la carta para García. No voy a contar en detalle como “el tal Rowan” tomó la carta, la guardó en una bolsa impermeable junto a su pecho, en cuatro días, en una pequeña barca llegó a Cuba, desapareció en la jungla y, en tres semanas, llegó al otro extremo de la isla tras atravesar el país hostil a pie, y entregó la carta a García. Lo que trato de recalcar es esto: el presidente McKinley le dio a Rowan una carta para que se la entregara al general García y Rowan tomó la carta sin ni siquiera preguntar “¿y dónde le encuentro?”

Verdaderamente aquí hay un hombre que debe ser inmortalizado en bronce y su estatua colocada en todos los colegios del país. Porque no es erudición lo que necesita principalmente la juventud, ni enseñanza de tal o cual cosa, sino la inculcación del amor al deber, de la fidelidad a la confianza que en ella se deposita, del obrar con prontitud, del concentrar todas sus energías; hacer bien lo que se tiene que hacer. “Llevar una carta a García”

El general García ha muerto; pero hay otros Garcías. Todo hombre que ha tratado de llevar a cabo una empresa para la que necesita la colaboración de otros, se ha quedado frecuentemente sorprendido por la estupidez de la mayoría de los hombres, por su incapacidad o falta de voluntad para concentrar sus facultades en una empresa y ejecutarla.

Ayuda torpe, craso descuido, indiferencia y apatía por el trabajo parecen la norma y nadie que necesite de la colaboración de otros triunfa si no es con sobornos o amenazas o que Dios en su bondad haga un milagro y le envíe un ángel que le ayude.

Lector, tú mismo puedes hacer la prueba. Te supongo sentado en tu despacho y a tu alrededor seis empleados. Llama a uno de ellos y hazle este encargo: “Busque, por favor, en la enciclopedia y hágame un breve memorándum sobre la vida de Correggio”.

¿Esperas que tu empleado te conteste: “Sí, señor”, y ponga manos a la obra? ¡Desde luego que no! Te mirará sorprendido y te dirigirá una o más de las siguientes preguntas:

¿Quién era él?

¿En qué Enciclopedia busco eso?

¿Está usted seguro de que esto está entre mis deberes?

¿No será la vida de Bismark la que usted necesita?

¿Por qué no ponemos a Carlos a que busque eso?

¿Necesita usted de ello con urgencia?

¿Quiere que le traiga el libro para que usted mismo busque allí lo que necesita?

Diga: ¿para qué quiere saber eso?

Apuesto diez contra uno, a que después de haber contestado a tales preguntas y explicado cómo hallar la información que deseas y por qué la quieres, tu empleado se marchará y pedirá la ayuda de sus compañeros para “encontrar a García”. Y todavía regresará después para decirte que no existe tal hombre. Por supuesto que puedo perder la apuesta pero la probabilidad es que la gane. De modo que si no quieres perder el tiempo no te molestarás en explicarle a tu “asistente” que Correggio se escribe con C y no con K, sino que sonreirás y dirás “no importa” y lo harás tú mismo.

Esta incapacidad y falta de voluntad para arrimar el hombro y empujar es lo que hace imposible el triunfo del socialismo. Si los hombres no son capaces de esforzarse por su propio interés, qué harán cuando el beneficio es para los demás?

Un supervisor de mano dura parece indispensable y el temor al despido es lo que mantiene a muchos trabajadores en su lugar. Solicita un taquígrafo y nueve de cada diez no saben ortografía ni puntuación - ni lo consideran necesario.

¿Podrá tal persona redactar

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