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Carta Atenagorica


Enviado por   •  3 de Septiembre de 2014  •  10.062 Palabras (41 Páginas)  •  222 Visitas

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CARTA ATENAGÓRICA

Carta de la Madre Juana Inés de la Cruz, religiosa del convento

de San Jerónimo de la ciudad de Méjico, en que hace juicio de un

sermón del Mandato que predicó el Reverendísimo P. Antonio de Vieyra, de la Compañía de Jesús, en el Colegio de Lisboa.

Muy Señor Mío: De las bachillerías de una conversación, que en

la merced que V. md. me hace pasaron plaza de vivezas, nació en V.

md. el deseo de ver por escrito algunos discursos que allí hice de repente sobre los sermones de un excelente orador, alabando algunas

veces sus fundamentos, otras disintiendo, y siempre admirándome de

su sinigual ingenio, que aun sobresale más en lo segundo que en lo

primero, porque sobre sólidas basas no es tanto de admirar la hermosura de una fábrica, como la de la que sobre flacos fundamentos se ostenta lucida, cuales son algunas de las proposiciones de este sutilísimo

talento, que es tal su suavidad, su viveza y energía, que al mismo que

disiente, enamora con la belleza de la oración, suspende con la dulzura

y hechiza con la gracia, y eleva, admira y encanta con el todo.

De esto hablamos, y V. md. gustó (como ya dije) ver esto escrito;

y porque conozca que le obedezco en lo más difícil, no sólo de parte

del entendimiento en asunto tan arduo como notar proposiciones de tan

gran sujeto, sino de parte de mi genio, repugnante a todo lo que parece

impugnar a nadie, lo hago; aunque modificado este inconveniente, en

que así de lo uno como de lo otro, será V. md. solo el testigo, en quien

la propia autoridad de su precepto honestará los errores de mi obediencia, que a otros ojos pareciera desproporcionada soberbia, y más cayendo en sexo tan desacreditado en materia de letras con la común

acepción de todo el mundo.

Y para que V. md. vea cuán purificado va de toda pasión mi sentir, propongo tres razones que en este insigne varón concurren de especial amor y reverencia mía. La primera es el cordialísimo y filial cariño

a su Sagrada Religión, de quien, en el afecto, no soy menos hija que

dicho sujeto. La segunda, la grande afición que este admirable pasmo

de los ingenios me ha siempre debido, en tanto grado que suelo decir

(y lo siento así), que si Dios me diera a escoger talentos, no eligiera

otro que el suyo. La tercera, el que a su generosa nación tengo oculta

simpatía. Que juntas a la general de no tener espíritu de contradicción

sobraban para callar (como lo hiciera a no tener contrario precepto);

pero no bastarán a que el entendimiento humano, potencia libre y que

asiente o disiente necesario a lo que juzga ser o no ser verdad, se rinda

por lisonjear el comedimiento de la voluntad.

En cuya suposición, digo que esto no es replicar, sino referir simplemente mi sentir; y éste, tan ajeno de creer de sí lo que del suyo

pensó dicho orador diciendo que nadie le adelantaría (proposición en

que habló más su nación, que su profesión y entendimiento), que desde

luego llevo pensado y creído que cualquiera adelantará mis discursos

con infinitos grados.

Y no puedo dejar de decir que a éste, que parece atrevimiento,

abrió él mismo camino, y holló él primero las intactas sendas, dejando

no sólo ejemplificadas, pero fáciles las menores osadías, a vista de su

mayor arrojo. Pues si sintió vigor en su pluma para adelantar en uno de

sus sermones (que será solo el asunto de este papel) tres plumas, sobre

doctas, canonizadas, ¿qué mucho que haya quien intente adelantar la

suya, no ya canonizada, aunque tan docta? Si hay un Tulio moderno

que se atreva a adelantar a un Augustino, a un Tomás y a un Crisóstomo, ¿qué mucho que haya quien ose responder a este Tulio? Si hay

quien ose combatir en el ingenio con tres más que hombres, ¿qué mucho es que haya quien haga cara a uno, aunque tan grande hombre? Y

más si se acompaña y ampara de aquellos tres gigantes, pues mi asunto

es defender las razones de los tres Santos Padres. Mal dije. Mi asunto

es defenderme con las razones de los tres Santos Padres. (Ahora creo

que acerté.)

Y entrando en él, digo que seguiré en la respuesta el método mismo que siguió el orador en el sermón citado, que es del Mandato; y es

en esta forma:

Habla de las finezas de Cristo en el fin de su vida: in finem dilexit

eos (Ioan. 13 cap.); y propone el sentir de tres Santos Padres, que son

Augustino, Tomás y Crisóstomo, con tan generosa osadía, que dice:

"El estilo que he de guardar en este discurso será éste: referiré primero

las opiniones de los Santos, y después diré también la mía; mas con

esta diferencia: que ninguna fineza de amor de Cristo dirán los Santos,

a que yo no dé otra mayor que ella; y a la fineza de amor de Cristo que

yo dijere, ninguno me ha de dar otra que la iguale". Éstas son sus formales palabras, ésta su proposición, y ésta la que motiva la respuesta.

La opinión primera es de Augustino, que

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