Charles Perrault
paulinasararuben20 de Abril de 2015
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Charles Perrault
(1628/01/12 - 1703/05/16)
Charles Perrault
Escritor francés
Nació el 12 de enero de 1628 en París. Su familia pertenece a la alta burguesía.
Cursó estudios de Literatura en el colegio de Beauvais en Paris, se diploma en Derecho y se inscribe en el colegio de abogados en 1651.
Desde 1683 se dedicó por entero a la literatura. Autor del poema El siglo de Luis el Grande (1687) que suscitó una intensa controversia literaria. Es famoso sobre todo por sus cuentos, entre los que figuran Cenicienta, El gato con botas, Pulgarcito y La bella durmiente, que recuperó de la tradición oral en Historias o cuentos del pasado (1697) y conocidos también como Cuentos de mamá Oca, por la ilustración que figuraba en la cubierta de la edición original.
Charles Perrault falleció en París el 16 de mayo de 1703.
libros que ha escrito:
Barba Azul
Caperucita Roja
El gato con botas
La bella durmiente
La Cenicienta
Las hadas
Piel de asno
Pulgarcito
Riquete el del copete
Cuentos de mamá ganso
Charles Perrault
Charles Perrault nació el 12 de enero de 1628 en la ciudad de París, dándose la curiosa circunstancia de que el parto fue doble, ya que con él vino al mundo su gemelo.
Hijo de burgueses acomodados, tuvo una buena infancia, empezando sus estudios en 1637 en el Colegio de Beauvais, que dejará en 1643, para estudiar derecho. Al parecer fue un estudiante despierto que tenía gran facilidad para las lenguas muertas.
Recibe su título de abogado en 1651.
En una vida tan dedicada al estudio, dejándole escaso margen a la fantasía, resulta sorprendente que Perrault, un nombre que siempre asociamos a la Caperucita Roja o a La bella durmiente del bosque, muestre veleidades literarias cuando en 1661, escribe su primer libro Los muros de Troya, según se puede apreciar, nada infantil, ya que a lo largo de su burocrática y aburrida existencia de funcionario privilegiado, lo que más escribió fueron odas, discursos, diálogos, poemas y obras que halagaban al rey y a los príncipes, lo que le valió llevar una vida regalada colmada de honores, que él supo aprovechar.
Hombre indudablemente hábil y con un notorio sentido práctico, recibe la protección de su hermano mayor Pierre y en 1654 es nombrado funcionario para trabajar a las órdenes de éste que es Recaudador General.
En 1663 su posición mejora ya que asciende cambiando de jefe, que es esta ocasión es Colbert, el famoso consejero de Luis XIV, y en 1665, sigue progresando en su categoría laboral al convertirse en el primero de los funcionarios reales, lo que le significa grandes prebendas.
Su buena fortuna la hace extensiva a sus familiares, consiguiendo, en 1667, que los planos con los que se construye el Observatorio del Rey, sean de su hermano Claude.
En 1671 es nombrado académico, y al año siguiente, en el que contraerá matrimonio con Marie Guichon, es elegido canciller de la Academia y en 1673 se convierte en Bibliotecario de la misma.
Ese mismo año viene al mundo su primer hijo, una niña, y luego, en el intervalo que va desde 1675 a 1678, le nacen tres hijos más y su esposa fallece después del nacimiento del último.
En 1680, Perrault tiene que ceder su puesto privilegiado de primer funcionario al hijo de Colbert.
A este sinsabor vienen a añadirse más tarde otros de carácter literario-erudito, como la célebre controversia que dura nueve años, empezando en 1688, y que le distancia de Boileau, a propósito de una divergencia de opiniones que se traducen en su obra crítica: Paralelo de los Ancianos y de los Modernos en el que se contemplan las Artes y las Ciencias.
Luego Boileau y Perrault firmarían la paz.
De todas maneras, estos problemas no significan que la buena estrella de Charles Perrault declinase, ni mucho menos; fueron sólo pequeños escollos en su camino.
El ilustre autor escribió un total de 46 obras, ocho de ellas publicadas póstumamente, entre las que se halla Memorias de mi vida. Menos los cuentos infantiles, toda su obra la componen loas al rey de Francia en su mayoría, ya que Perrault jamás luchó contra el sistema, lo cual le facilitó la supervivencia en una Francia muy convulsionado políticamente y en la que los favoritos caían como las cerezas maduras.
Ahora bien, de esas 46 obras, resulta singular que sean Los Cuentos de Perrault o Cuentos de mi madre la Oca -publicados en 1697-, los que hayan vencido al tiempo llegando hasta nosotros con la misma frescura y espontaneidad en que un lejano día fueran escritos, después de recopilados de la tradición oral o de leyendas de exótico origen. Cuentos morales, indudablemente, pero llenos de un encanto que perdura y que hace que nos preguntemos, recorriendo la vida gris del escritor, cómo es posible que esas pequeñas y deliciosas historias, narradas con un lenguaje sencillo, pudieran germinar en tan árido entorno -haciéndonos olvidar sus odas y sus poemas, oportunistas mal que nos pese-, para continuar siendo, a través de los años, las lecturas favoritas de nuestra infancia.
Monsieur Charles Perrault dejó este mundo, entre el 15 y el 16 de mayo de 1703, en París donde había nacido, muy afectado en su vejez por la muerte de su hijo pequeño en el campo de batalla, pero su memoria sigue vigente entre nosotros y mientras haya un niño pequeño al que se le puedan leer sus cuentos, el escritor que recreó Las hadas, Riquete el del Copete, Pulgarcito, Caperucita Roja, La Bella durmiente del Bosque, Barba Azul, Piel de Asno, Cenicienta y El Gato con Botas, seguirá vivo, acompañándonos.
La Cenicienta
[Cuento. Texto completo.]
Charles Perrault
Había una vez un gentilhombre que se casó en segundas nupcias con una mujer, la más altanera y orgullosa que jamás se haya visto. Tenía dos hijas por el estilo y que se le parecían en todo.
El marido, por su lado, tenía una hija, pero de una dulzura y bondad sin par; lo había heredado de su madre que era la mejor persona del mundo.
Junto con realizarse la boda, la madrasta dio libre curso a su mal carácter; no pudo soportar las cualidades de la joven, que hacían aparecer todavía más odiables a sus hijas. La obligó a las más viles tareas de la casa: ella era la que fregaba los pisos y la vajilla, la que limpiaba los cuartos de la señora y de las señoritas sus hijas; dormía en lo más alto de la casa, en una buhardilla, sobre una mísera pallasa, mientras sus hermanas ocupaban habitaciones con parquet, donde tenían camas a la última moda y espejos en que podían mirarse de cuerpo entero.
La pobre muchacha aguantaba todo con paciencia, y no se atrevía a quejarse ante su padre, de miedo que le reprendiera pues su mujer lo dominaba por completo. Cuando terminaba sus quehaceres, se instalaba en el rincón de la chimenea, sentándose sobre las cenizas, lo que le había merecido el apodo de Culocenizón. La menor, que no era tan mala como la mayor, la llamaba Cenicienta; sin embargo Cenicienta, con sus míseras ropas, no dejaba de ser cien veces más hermosa que sus hermanas que andaban tan ricamente vestidas.
Sucedió que el hijo del rey dio un baile al que invitó a todas las personas distinguidas; nuestras dos señoritas también fueron invitadas, pues tenían mucho nombre en la comarca. Helas aquí muy satisfechas y preocupadas de elegir los trajes y peinados que mejor les sentaran; nuevo trabajo para Cenicienta pues era ella quien planchaba la ropa de sus hermanas y plisaba los adornos de sus vestidos. No se hablaba más que de la forma en que irían trajeadas.
-Yo, dijo la mayor, me pondré mi vestido de terciopelo rojo y mis adornos de Inglaterra.
-Yo, dijo la menor, iré con mi falda sencilla; pero en cambio, me pondré mi abrigo con flores de oro y mi prendedor de brillantes, que no pasarán desapercibidos.
Manos expertas se encargaron de armar los peinados de dos pisos y se compraron lunares postizos. Llamaron a Cenicienta para pedirle su opinión, pues tenía buen gusto. Cenicienta las aconsejó lo mejor posible, y se ofreció incluso para arreglarles el peinado, lo que aceptaron. Mientras las peinaba, ellas le decían:
-Cenicienta, ¿te gustaría ir al baile?
-Ay, señoritas, os estáis burlando, eso no es cosa para mí.
-Tienes razón, se reirían bastante si vieran a un Culocenizón entrar al baile.
Otra que Cenicienta les habría arreglado mal los cabellos, pero ella era buena y las peinó con toda perfección.
Tan contentas estaban que pasaron cerca de dos días sin comer. Más de doce cordones rompieron a fuerza de apretarlos para que el talle se les viera más fino, y se lo pasaban delante del espejo.
Finalmente, llegó el día feliz; partieron y Cenicienta las siguió con los ojos y cuando las perdió de vista se puso a llorar. Su madrina, que la vio anegada en lágrimas, le preguntó qué le pasaba.
-Me gustaría... me gustaría...
Lloraba tanto que no pudo
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