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Cómo Escribía Kafka


Enviado por   •  4 de Junio de 2014  •  3.636 Palabras (15 Páginas)  •  204 Visitas

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Cómo escribía Kafka

Así descifré el enigma de El proceso

Por Guillermo Sánchez Trujillo

Todo empezó años atrás, cuando el mundo académico y literario se preparaba para celebrar el 3 de julio de 1983, el centenario del nacimiento de Franz Kafka. Yo no fui ajeno a esa fiebre kafkiana, sino que, por el contrario, decidí que había llegado la hora de cumplir una promesa que me había hecho en la juventud, la de tratar de averiguar de dónde sacaba Kafka sus historias, cosa de la que nadie parecía tener la más mínima idea, aunque no faltaban los que decían que obras como La metamorfosis eran reflejo de sus pesadillas y otros que aseguraban que habían sido esculpidas con el cincel de su imaginación.

Yo era de los que pensaba que obras tan singulares y extraordinarias no salían de la nada. Kafka había reconocido como sus “hermanos de sangre” a Flaubert, Dostoievski, Kleist y Grillparzer, e incluso había dicho que en su novela El desaparecido había tratado de imitar a Dickens. Pero sus obras no tenían antecedentes claros, todo en él era distinto, como si hubiera reinventado la literatura. Así las cosas, decidí pasar algunas semanas, algunos meses quizá, en la biblioteca Luis Angel Arango para buscar la fuente de la creatividad kafkiana.

Lo primero que hice fue un inventario del material de consulta que tenía la biblioteca sobre Kafka. Durante la primera semana me la pasé picando aquí y allá, sin decidirme todavía a tomar notas. Finalmente escogí para empezar la biografía titulada Kafka, a secas, de Klaus Wagenbach, el más reputado de los kafkólogos. Llegados a este punto, considero necesario aclarar que, para mi fortuna, pertenezco al exclusivo círculo de aquellos a los que se le aparece la Virgen, aparición que, en el caso que nos ocupa, tuvo lugar bajo la forma de un error onomástico, ya que en una cita en la que Kafka se refería a Hebbel, lo que apareció fue el nombre de Dostoievski.

La cita, que era una carta en la que Kafka le escribía a un amigo de juventud sobre la admiración que sentía por aquel escritor, terminaba diciendo que “un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado que llevamos dentro”. “¿Dostoievski?”, “¿hacha?”, me pregunté a mí mismo como si me estuviera mirando en un espejo, y una palabra relampagueó en mi mente con la luminosidad de un aviso de neón: Raskolnikov. Ahora tenía que leer Crimen y castigo, de Dostoievski, algo que venía aplazando desde la adolescencia, ya que la sola lectura del título me revolvía las entrañas, como si se tratara de algo personal”. Y fue así como un error me llevó directo y de la mano por el camino verdadero.

Por esos días me vine a vivir a Medellín y, no más llegar a la ciudad, compré en La Anticuaria de Niquitao una hermosa edición de la novela de Dostoievski, con la que me subí para Santa Elena donde tenía una casita alquilada, me acomodé en la hamaca y, con la respiración contenida, empecé a leer: “En una calurosa tarde de principios de julio, un joven salió de la habitación que tenía alquilada en una casa de la calle de S… Ganó la calle y, lentamente, con paso indeciso, se dirigió hacia el puente K….” Paré en seco. “¿Principios de julio?”, le pregunté excitado a la botella, y sin esperar respuesta, con otras preguntas me respondí: “¿Acaso el tres de julio?” “La calle de S., será la calle de Samsa?” “Y, el puente de K., ¿será el puente de K.?” Me tomé un trago largo; acababa de entrar en el estado de paranoia crítica en el que me mantendría sin reposo durante varios años.

Una hora después, aproximadamente, al iniciar la lectura del tercer capítulo de la primera parte, me llevé una sorpresa tan grande, que casi me caigo de la hamaca de la felicidad: estaba leyendo el mismísimo principio de La Metamorfosis. No lo podía creer. “¿Estaré soñando?”, me pregunté, y para convencerme de que era real lo que estaba viviendo, me tomé un trago de ron muy largo. Más tranquilo, y con un ejemplar de La metamorfosis para comparar los dos textos, empecé de nuevo a leer:

Crimen y castigo

A la mañana siguiente (Raskolnikov) se despertó tarde, tras un sueño agitado que no lo había descansado…

Consideró su habitación con odio. Era una jaula minúscula, de no más de seis pies de largo…

Raskolnikov se había retirado deliberadamente lejos de la compañía de los hombres, como una tortuga bajo su

caparazón...

La metamorfosis

Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo…

Su habitación, una habitación de verdad, aunque excesivamente reducida…

(Gregorio) Hallábase echado sobre el duro caparazón de su espalda.

Leí Crimen y castigo varias veces, todas las veces que fueron necesarias para tener los detalles de la novela en la cabeza. Luego, empecé a leer la obra completa de Kafka en orden cronológico, con la novela de Dostoievski a un lado y así ir subrayando las posibles coincidencias entre las dos obras. El resultado no pudo ser más asombroso: Descripción de una lucha, lo primero que conservamos de Kafka, escrita en 1904, cuando tenía veintiún años; Preparativos de boda en el campo, la obra que le seguía, y La condena, como La metamorfosis, salían de Crimen y castigo. Todo parecía indicar que Kafka se la había pasado reescribiendo la novela de Dostoievski. “¿Y cómo es posible que hasta el presente no se hayan dado cuenta los expertos de esta situación tratándose de dos autores tan conocidos?”, me pregunté, sin poder hasta el momento responder a esa pregunta.

El seguimiento que le hice a la obra de Kafka fue posible gracias a un fichero de indexación coordinada que me permitió almacenar, recuperar y cruzar la información que iba obteniendo con la lectura paralela de las dos obras. Fue así como logré reconstruir con cierto detalle algunos de los relatos más famosos de Kafka, como La metamorfosis y La condena, en los que se encuentran presentes también otros autores, como Schiller con Los bandidos en La condena y Sacher-Masoch con La Venus de las pieles en La metamorfosis, aunque esto último no está bien visto que se diga, pues hay kafkólogos que consideran a Sacher-Masoch muy mala compañía. Pero no se puede ignorar esa amistad, en primer lugar porque Gregorio tiene en su cuarto un retrato de la dama en cuestión, que de hecho es lo primero que ve al abrir los ojos la mañana de la transformación, y en segundo lugar, porque el nombre de nuestro héroe, Gregor Samsa, es un anagrama de Sacher-Masoch. Nada qué hacer.

Kafka construye las primeras escenas de La Metamorfosis con

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