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Diario De Una Ninfomana


Enviado por   •  31 de Mayo de 2013  •  448 Palabras (2 Páginas)  •  493 Visitas

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Perdí mi virginidad un 17 de julio de 1984, a las 02.46.50 de la madrugada. A los quince

años, un momento así no se puede olvidar nunca.

Pasó durante unas vacaciones en la casa de la abuela de mi amiga Emma, en un pueblo

de montaña.

Enseguida me encantó aquel lugar, que olía a eternidad, y el grupo de chicos con quien

salíamos. Pero sólo uno me había llamado la atención: Edouard.

La casa de la abuela tenía un jardín precioso y estaba situada justo al lado de un

pequeño río que daba frescura al ambiente veraniego. Enfrente había un campo con hierba de

más de un metro de altura, propia de los lugares donde suele llover mucho. Emma y yo

pasábamos tardes enteras escondidas allí, acostadas, charlando con los chicos, y aplastando la

hierba con el peso de nuestros cuerpos, hinchados por la pubertad. Por la noche, escalábamos

los muros de la casa para volver a juntarnos con los chicos y flirtear.

Nunca le dije nada a Emma de lo sucedido. Una noche, Edouard me llevó a su casa. Me

acuerdo que no sentí nada, sólo una inmensa vergüenza por no haber sangrado, a la vez que

esa extraña sensación de haberme hecho pipí en la cama. Me fui de su casa camuflada por el

ruido de la cadena del baño, de la que había tirado para disimular mis pasos en la escalera.

A Edouard le volví a ver once años más tarde, en París, en una conferencia organizada

en un hotel. Nos encerramos en el baño de caballeros, intentando vivir de nuevo esa pulsión

que habíamos sentido más de una década antes, quizá por miedo a crecer o por nostalgia. Pero

ya no era lo mismo y, una vez más, el ruido de la cadena del baño público anunció mi salida,

esta vez para siempre, de su vida.

Después de mi primera vez, llegó el sentimiento de culpabilidad, que intenté olvidar o al

menos mitigar repitiendo la experiencia hasta cumplir la mayoría de edad. No porque tuviera

muchos deseos prematuros, sino más bien porque quería experimentar, por pura curiosidad.

Al principio, achaqué esos impulsos a que la Madre Naturaleza me había dotado de una

sensibilidad

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