Don Juan Tenorio
LuisaOrtiz95 de Noviembre de 2013
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Es Tenorio la personificación acabada del carácter español, y singularmente del andaluz, en todo, lo que tiene de bueno y de malo, y sobre todo lo último. Lo distintivo, lo genuinamente original de nuestro carácter es, con efecto, ese desenfado y temerario arrojo, que unido a una nativa nobleza y a una generosidad instintiva y espontánea, pero no siempre acompañado de buen sentido, ni de moralidad muy escrupulosa, puede hacer de nosotros, según los casos, Guzmanes, Tenorios o Quijotes, héroes o bandidos, nunca cobardes, villanos ni traidores. Es ese menosprecio de todo, menos de la propia estima, esa serena indiferencia ante el peligro, ese espíritu de innata rebeldía contra toda imposición, justa o injusta, legítima o ilegítima, que lo mismo puebla de héroes y de mártires los riscos de Covadonga, las trincheras de Zaragoza, los muros de Gerona y los callejones del barrio de Maravillas, que de bandidos y rebeldes las gargantas de Sierra Morena o los valles de Guipúzcoa. Es al mismo tiempo ese espíritu generoso, noble e hidalgo que imprime siempre un sello de inimitable grandeza en nuestros crímenes. Es, en suma, esa indefinible mezcla de valor sereno y temerario arrojo, de indómita ferocidad y tierna dulzura, de noble generosidad y saña terrible, de altivez romana, fiereza goda y generosidad árabe, que en las alturas del bien produce los Cides y los Guzmanes, y en las profundidades del mal los Tenorios y Corrientes; héroes los unos, bandidos los otros, pero todos valientes, generosos, hidalgos, rara vez culpables de bajeza, ruindad y felonía. Dénse a un hombre ese arrojo temerario, esa audacia inquebrantable, ese menosprecio del obstáculo y del peligro, esa aversión a toda ley y freno, esa hidalguía generosa, y si ese hombre aplica esas dotes a nobles empresas, será el Cid; pero si las emplea en torpes hazañas, será Tenorio. Y de esta manera, sobre el fondo invariable del carácter español, se dibujan igualmente la luz y la sombra de dicho carácter, pura aquélla, criminal ésta, ambas grandes, y la personificación de esa luz es el Cid, y la de esa sombra D. Juan Tenorio.» (Manuel de la Revilla [1846-1881])
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«Carlos V, Felipe II han oído a su pueblo en confesión, y éste les ha dicho en un delirio de franqueza: «Nosotros no entendemos claramente esas preocupaciones a cuyo servicio y fomento se dedican otras razas; no queremos ser sabios, ni ser íntimamente religiosos; no queremos ser justos, y menos que nada nos pide el corazón prudencia. Sólo queremos ser grandes». Un amigo mío que visitó en Weimar a la hermana de Nietzsche, preguntó a ésta qué opinión tuvo el genial pensador sobre los españoles. La señora Förster-Nietzsche, que habla español, por haber residido en Paraguay, recordaba que un día Nietzsche dijo: «¡Los españoles! ¡He aquí hombres que han querido ser demasiado!»
Hemos querido imponer, no un ideal de virtud o de verdad, sino nuestro propio querer. Jamás la grandeza ambicionada se nos ha determinado en forma particular, como nuestro Don Juan, que amaba el amor y no logró amar a ninguna mujer, hemos querido el querer sin querer jamás ninguna cosa. Somos en la historia un estallido de voluntad ciega, difusa, brutal. La mole adusta de San Lorenzo [del Escorial] expresa acaso nuestra penuria de ideas, pero, a la vez, nuestra exuberancia de ímpetus. Parodiando la obra del doctor Palacios Rubios, podríamos definirlo como un tratado del esfuerzo puro.»
[Ortega y Gasset, José: “Meditación del Escorial.” (1915). En: Obras completas. Madrid: Revista de Occidente, vol. II, pp. 555-557]
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«Si un médico habla sobre la digestión, las gentes escuchan con modestia y curiosidad. Pero si un psicólogo habla del amor, todos le oyen con desdén; mejor dicho, no le oyen, no llegan a enterarse de lo que enuncia, porque todos se creen doctores en la materia. En pocas cosas aparece tan manifiesto la estupidez
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