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EL PATRIOTA Y SUS 200 AÑOS DE SOLEDAD


Enviado por   •  18 de Diciembre de 2019  •  Ensayos  •  2.333 Palabras (10 Páginas)  •  211 Visitas

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EL PATRIOTA Y SUS 200 AÑOS DE SOLEDAD

José Faustino nació en Huamachuco (La Libertad), hace 232 años atrás y bautizado el 13 de febrero de 1787.

Le untó en la frente una cruz con aceite de crisma el 16 de febrero, el cura, tocayo y pariente, Joseph Carrión, según consta en la partida original de bautismo de José Faustino de la parroquia de Huamachuco, en el Libro de Partidas Bautismales que corren desde el 1 de enero de 1781, y está asentado, en el Folio 127, como "español".

José Faustino fue hijo de don Agustín Sánchez Carrión, minero y agricultor de la región y de la cajabambina doña Teresa Rodríguez y Lesama.

El primero de varios golpes que le asestaría la vida a José Faustino fue el peor para cualquier persona: su madre murió en enero de 1794 cuando su hijo recién iba a cumplir 7 años.

Se dice que a la madrastra no la conoció, siendo criado por su tía paterna: Fermina quien amenguó el dolor y evitó el trauma en su sobrino brindándole tranquilidad y estudio.

Estudió Letras y Latín mientras con su padre, chequeaban lo que debía ser herencia, o sea, las estancias vecinas a Huamachuco los fines de semana.

Los Sánchez Carrión fueron una familia burguesa, sencilla pero de origen español, en una ciudad de mestizos, zambos, mulatos y negros.

Su primer encuentro con la Patria lo obtuvo a caballo en su accidentado viaje de Huamachuco a Trujillo, entre gélidas quebradas y calurosos valles liberteños, a fin de iniciar sus estudios para cura en el seminario San Carlos y San Marcelo de la Ciudad de la Eterna Primavera, en 1802.

El adolescente huamachuquino empezó a demostrar ser de otro molde, al ingresar sin mayores problemas al San Carlos y San Marcelo y paradójicamente, sus compañeros de carpeta fueron José Pío Burga y José María Arriaga, quienes serían futuros y encarnizados realistas.

José Faustino si hubiera podido hablar en latín con la gente, lo hubiera hecho, pues tenía una biblioteca personal sobre estoqueada de todo lo que había escrito Cicerón.

Acabando el año 1804, el prometedor seminarista cambia el San Carlos de Trujillo por el Convictorio de San Carlos de Lima.

José Faustino no pudo haber elegido momento y lugar más adecuado para el Perú como para él y su destino. San Carlos cuando llegó tenía de rector al presbítero Toribio Rodríguez de Mendoza, quien estaba encendiendo las luces de la Ilustración en un vetusto sistema educativo medieval, el cual hongueaba en el pasado los intelectos de generaciones y generaciones desde el Siglo XVI.

El huamachuquino hace voltear miradas, aplausos y buenas calificaciones destacando en oratoria, literatura y en los debates académicos. San Carlos estaba formando no un profesional para la Colonia, sino a un revolucionario contra ella.

Sus compañeros de aula para describirlo le recordaban con 2 palabras: audaz y liberal.

En algunos escritos y proclamas en el Convictorio chocó con los mismísimos virreyes José de Abascal y Joaquín de la Pezuela.

Ya estuvo en boca de todos por su poema en honor a don José Javier Leandro de Baquíjano y Carrillo de Córdoba, 3er conde de Vistaflorida, último al quien se hubiera considerado revolucionario y patriota, pero incluso fue uno de los primeros.

En 1811, el presbítero Rodríguez de Mendoza le solicita apoyarlo como catedrático en Derecho sin sueldo, a pesar de suspender sus propios estudios en la carrera y José Faustino, sin ápice de egoísmo, aceptó.

De paso, en dicho sacrificio encontró la mejor arma contra el orden establecido.

Destacando como siempre, el talento le designó orador oficial del Convictorio, malográndole los almuerzos a las cortes virreinales, ignorando el protocolo servil y el besamanos, para luego tener un auditorio escandalizado y con las manos en la cara, con discursos sobre los “imprescriptibles derechos de la Patria” y “la dignidad del hombre como ciudadano, considerándole parte esencial de la soberanía ejercida por la suma de ciudadanos iguales ante la ley”.

Abascal tuvo una indigestión de semanas pero no sin antes prohibir que José Faustino emita una palabra más como orador principal del San Carlos en 1812.

Quizás por ello tuvo tiempo de terminar su carrera de abogado, graduándose en Leyes en 1813 y recibirse en noviembre de 1818 y al año siguiente pertenecer al Colegio de Abogados de Lima, y casarse con doña María Josefa Dueñas, con la que tuvieron 2 hijos: Tomás y María Dolores.

Su talento no podía ser desperdiciado como tinterillo y la Universidad Real y Pontificia de San Marcos le llama para impartir la cátedra Leyes, Cánones y Digesto Viejo.

El catedrático José Faustino continuó usando las aulas para difundir la doctrina libertaria, republicana y patriota en los que serían la materia gris de la futura clase dirigente y a la par, afiliándose a logias masónicas independentistas, por lo que el orden colonial le destierra de Lima.

Si no hubiera sido el virrey de la Pezuela, hubiera la salud que alejaría a José Faustino de la Capital hacia el pueblo de San Jerónimo de Sayán (Huaura-Lima) y aún se desconoce (grandes nuestros “historiadores”) en qué casa o hacienda reposó y escribió desde 1819, ni siquiera la universidad que lleva su nombre.

Fue desde ese poblado (hoy distrito de la provincia de Huaura), que José Faustino se rebautizaría ante la Historia.

Lamentablemente, el torrente de los acontecimientos previos a nuestra Independencia, le hallaron lejos del epicentro de la revolución por la que tanto bregó, adoctrinó y arriesgó.

Por ello, desesperado por su lejanía, vuelve a Trujillo para ser testigo de su declaratoria de Independencia de España, representando la 1ª ciudad peruana en hacerlo a fines de 1820.

Y la vida, como siempre, odia vernos felices así que los problemas de una revolución romántica e idealista empezó a descender a las cuevas de la realidad.

Tras la temporal toma patriota de Lima, el general José de San Martín, emite un decreto gubernativo el 10 de enero de 1822, creando la Sociedad Patriótica constituida por una minoría de literatos y una mayoría de condes, marqueses, generales, comerciantes y algún cura español, que para el general argentino debía

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