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¿El Idioma Español Amenaza El Poder Imperial?

CarMoon18 de Diciembre de 2013

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Reseña del libro «¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense», por Samuel P. Huntington; Editorial Paidós, cuyo autor, que es profesor de Ciencia Política de la Universidad de Harvard, expresa los temores de un sector de la derecha norteamericana al anunciar un «choque de civilizaciones», si no se contiene el avance de la lengua española en los Estados Unidos.

El crecimiento continuado del número y la influencia de los hispanos ha llevado a los defensores de la causa hispana a plantearse dos objetivos. El primero es impedir la asimilación de los hispanos a la sociedad y la cultura angloprotestantes de Estados Unidos y crear, en su lugar, una comunidad social y cultural hispana de grandes dimensiones, hispanohablante, autónoma y permanente, en territorio estadounidense. Algunos, como William Flores y Rina Benmayor, rechazan la idea de una "comunidad nacional única", atacan la "homogeneización cultural" y censuran los esfuerzos por promover el uso del inglés como una muestra de "xenofobia y arrogancia cultural".

También atacan el multiculturalismo y el pluralismo, porque dichos conceptos relegan las "diversas identidades culturales" a la "vida privada" y asumen que "en la esfera pública, exceptuando algunas muestras toleradas de etnicidad, debemos dejar a un lado dichas identidades e interactuar en un espacio culturalmente neutro en el que todos somos 'americanos'". Los hispanos, sostienen dichos autores, no deberían propugnar una identidad estadounidense general, sino adoptar una "identidad y una conciencia políticas y sociales latinas emergentes". Deberían proclamar (y, de hecho, están proclamando) una "ciudadanía cultural" separada que implique "un espacio social diferenciado para los latinos en este país".

El segundo objetivo de los defensores de la causa hispana se deriva del primero. Se trata de transformar Estados Unidos en su conjunto en una sociedad bilingüe y bicultural. Estados Unidos debería abandonar la cultura angloprotestante central y las diversas subculturas étnicas complementarias que ha tenido durante tres siglos. En su lugar, debería tener dos culturas, la hispana y la angloamericana, y, de manera más explícita, dos idiomas, el español y el inglés. Se ha de tomar una decisión "acerca del futuro de Estados Unidos -declara el profesor la Universidad de Duke (Carolina del Norte) Ariel Dorfman-. ¿En este país se hablarán dos lenguas o solamente una?".

Y su respuesta, por supuesto, es que se deberían hablar dos. Esto es cada vez más cierto en la práctica, y no sólo en Miami y el Suroeste. "Nueva York -afirman Flores y Benmayor- es una ciudad bilingüe y el español es un elemento de uso diario en la calle, en los negocios, en los servicios públicos y sociales, en las escuelas y en el hogar." "Hoy en día -señala el profesor Ilan Stavans- en Estados Unidos se puede abrir una cuenta bancaria, obtener asistencia médica, ver telenovelas, presentar las declaraciones de renta, amar y morir sin pronunciar una sola palabra 'en inglés'. Estamos siendo testigos, en definitiva, de una reestructuración de la identidad lingüística de la nación." Y la fuerza impulsora de esta hispanización, la afluencia de mexicanos, no da la más mínima señal de remitir (...).

Si un millón de soldados mexicanos trataran cada año de invadir Estados Unidos y más de 150.000 de ellos lo lograran y se establecieran en territorio estadounidense, y el gobierno mexicano exigiera entonces que Estados Unidos reconociera la legalidad de dicha invasión, los estadounidenses se sentirían indignados y movilizarían todos los recursos necesarios para expulsar a los invasores y restablecer la integridad de sus fronteras. Sin embargo, todos los años se produce una invasión demográfica comparable, mientras el propio presidente de México preconiza la legalización de la misma, y los dirigentes políticos estadounidenses pasan la cuestión por alto o aceptan incluso la eliminación de la frontera como un fin a largo plazo (o, al menos, así lo habían hecho hasta el 11-S).

En el pasado, los estadounidenses emprendieron acciones que han afectado radicalmente la naturaleza e identidad de su país sin darse cuenta de que lo estaban haciendo. Como ya hemos visto, la Ley de los Derechos Civiles de 1964 tenía la intención explícita de suprimir la selección y las cuotas raciales, pero las autoridades federales la administraron de tal manera que produjo el resultado totalmente contrario. Con la ley de inmigración de 1965 no se pretendía provocar una oleada masiva de inmigración procedente de Asia y América Latina, pero ése fue el efecto que produjo. Estos cambios vienen causados por una falta de atención a las posibles consecuencias, por la arrogancia y los subterfugios esgrimidos por los burócratas y por el oportunismo político. Algo similar está ocurriendo con la hispanización. Sin que medie un debate nacional ni una decisión conscientes, EE.UU. está siendo transformado en lo que podría ser una sociedad muy distinta de la que era.

La relación con México

Al hablar de inmigración y asimilación, los estadounidenses han tendido a generalizar al respecto sin discriminar entre los inmigrantes. Con ello, se han ocultado a sí mismos las características, el desafío y los problemas especiales planteados por la inmigración hispana (mexicana, principalmente).

Al eludir (al menos hasta el 2004) la cuestión de la inmigración mexicana y al tratar la relación de conjunto con el país vecino como si no difiriera de la que se puede mantener con cualquier otro país, también eluden la cuestión de si Estados Unidos continuará siendo un país con una única lengua nacional y una cultura dominante angloprotestante común. Sin embargo, al ignorar dicha cuestión se le está dando ya una respuesta concreta y se está consintiendo en la transformación final de la población estadounidense en dos pueblos con dos idiomas y dos culturas.

Si esto ocurre y Estados Unidos deja de ser una "Babel a la inversa" en la que cerca de 300 millones de personas comparten una (y sólo una) lengua común, el país podría llegar a dividirse entre un elevado número de personas que sepan inglés, pero poco o nada de español (y que queden, por tanto, circunscritas al mundo anglófono estadounidense), un número más reducido de personas que sepan español, pero poco o nada de inglés (y que, por tanto, puedan funcionar únicamente en el seno de la comunidad hispana), y un número indeterminado de personas que sepan ambas lenguas y que sean, por tanto, mucho más capaces que los monolingües de operar a escala nacional. Durante más de 300 años, el dominio del inglés ha sido un prerrequisito para prosperar en Estados Unidos. Sin embargo, actualmente, el dominio simultáneo del inglés y del español se hace cada vez más importante para tener éxito en los negocios, en el mundo académico, en los medios de comunicación y, muy especialmente, en la política y el gobierno.

Estados Unidos parece estar deslizándose en esa dirección a través de un proceso de bilingüismo lento y sigiloso. En junio del 2002, los hispanos eran 38,8 millones, un 9,8% más que en el censo del 2000 (la población estadounidense en su conjunto creció un 2,5% durante ese mismo período), y constituían por sí solos la mitad del crecimiento de la población de Estados Unidos durante esos dos años y un tercio. La conjunción de una elevada inmigración sostenida y unas altas tasas de reproducción implican que su número e influencia en la sociedad estadounidense no cesarán de aumentar. En el 2000, 47 millones de personas (el 18% de las que tenían cinco o más años) hablaban una lengua no inglesa en sus casas; 28,1 millones de ellas hablaban español. La proporción de estadounidenses de cinco o más años que no llegan a hablar el inglés "muy bien" creció desde el 4,8% del año 1980 hasta el 8,1% del año 2000.

Los dirigentes de las organizaciones hispanas se han mostrado reiteradamente militantes en la promoción de su lengua. Desde la década de 1960, según señalan Jack Citrin y sus colaboradores, "los activistas hispanos han postulado el concepto de derechos lingüísticos entendiéndolos como un derecho constitucional". Han presionado a los organismos gubernamentales y a los tribunales para que éstos interpretaran en las leyes que prohíben la discriminación por motivos de origen nacional una supuesta obligación de educar a los hijos en la lengua de sus padres. La educación bilingüe se ha convertido en educación en lengua española y la demanda de maestros que dominen bien el idioma español ha llevado a California, Nueva York y otros estados a contratar a maestros de España y Puerto Rico. Salvo una excepción (la del caso Lau, que, de todos modos, respondió a un detallado plan previo), los principales casos judiciales sobre derechos lingüísticos tienen apellido español: Gutiérrez, García, Yñiguez, Jurado, Serna, Ríos, Hernández, Negrón, Soberal-Pérez, Castro.

Organizaciones hispanas

Las organizaciones hispanas han desempeñado un papel central a la hora de conseguir que el Congreso autorice programas de mantenimiento cultural dentro de la educación bilingüe. Su resultado ha sido el retraso en la integración posterior de los niños en los cursos anglohablantes convencionales. En Nueva York, según se informó en 1999, "un 90% de los alumnos de programas bilingües en español no lograban pasar a los cursos normales al cabo de tres años, como estipulaban las directrices

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