El perro y el caballo
uendycamachosReseña16 de Octubre de 2012
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El perro y el caballo.
Zadig había comprobado que el primer mes de matrimonio es la luna de miel y el segundo la luna de hiel. Así que, tras repudiar a Azora, se dedicó al estudio de la naturaleza, retirándose a una casa de campo a orillas del Éufrates.
Un día, paseándose por un bosquecillo, vio correr hacia él a un eunuco de la reina, seguido de varios oficiales que parecían presas de la mayor inquietud, y que corrían de acá para allá como hombres extraviados.
_Joven _le preguntó el eunuco, ¿no habéis visto al perro de la reina?
_Es una perra, no un perro _respondió Zadig.
_Tenéis razón, es una perra _asintió el eunuco.
_Una perra podenca muy pequeña _añadió Zadig_. Ha tenido perritos hace poco; cojea de la pata izquierda y tiene las orejas muy largas.
_¿Entonces la habéis visto? _volvió a preguntar el eunuco.
_No _respondió Zadig_ en mi vida la he visto. Ni siquiera supe que la reina tuviese una perra.
Precisamente, y por una de esas casualidades extraordinarias, el caballo más hermoso de las cuadras del rey se había escapado corriendo por las llanuras de Babilonia. El montero mayor y todos los demás oficiales corrían tras él con tanta inquietud como el eunuco lo hacía tras la perra. El montero mayor se dirigió a Zadig y le preguntó si había visto pasar al caballo del rey.
_Es un caballo que galopa muy bien. Tiene dos metros de alto, los cascos muy pequeños, una cola de casi un metro de larga; las copas de su freno son de oro; sus herraduras son de plata _dijo Zadig.
_¿Qué camino ha tomado? ¿Dónde ha ido? _preguntó el montero.
_Yo no lo he visto ni nunca había oído hablar de él _dijo Zadig.
El montero mayor y el primer eunuco no tuvieron la menor duda de que Zadig había robado el caballo del rey y la perra de la reina; le hicieron llevar ante la asamblea del gran juez que le condenó a pasar el resto de sus días en Siberia. Pero inmediatamente el caballo y la perra fueron encontrados y los jueces se vieron en la necesidad de cambiar su sentencia, si bien condenaron a Zadig a pagar cuatrocientas onzas de oro por haber dicho que no había visto lo que había visto.
Tras pagar la multa le fue permitido defenderse, y lo hizo así:
_Estrellas de justicia, abismos de ciencia, espejos de verdad, que tenéis la pesadez del plomo, la dureza del hierro, el brillo del diamante y mucha afinidad con el oro. Os juro que nunca he visto la perra respetable de la reina ni el caballo sagrado del rey de reyes. Lo que ocurrió fue lo siguiente: yo paseaba por el bosquecillo donde encontré al venerable eunuco y al ilustrísimo montero mayor. Poco antes había visto las huellas de un animal y fácilmente deduje que eran las de una perra pequeña recién parida: surcos ligeros y largos, impresos en la arena entre las huellas de las patas, me permitieron saber que correspondían a los pezones de una perra cuyas tetas arrastraban, por lo que debía haber tenido cachorros recientemente. Otras huellas, en sentido diferente, que parecía haber rozado constantemente la superficie de la arena junto a las patas delanteras, me mostraron que tenía las orejas muy largas como los podencos; y como observé que la arena estaba menos pisada por una pata que por las otras tres, comprendí que la perra de nuestra augusta reina era, si se me permite decirlo, algo coja. En lo que al caballo del rey de reyes se refiere, habéis de saber que, paseando por los senderos de ese bosque, percibí marcas de las herraduras de un caballo. Todas las huellas estaban a igual distancia. "He aquí un caballo de galope perfecto", me dije. El polvo de los árboles, en un camino que no tiene más de dos metros de ancho, estaba elevado a derecha e izquierda a un metro del centro del camino. "Este caballo tiene una cola de casi un metro de largo, que, con sus movimientos a derecha e izquierda,
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