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El árbol De María Luisa Bombal


Enviado por   •  12 de Mayo de 2013  •  3.141 Palabras (13 Páginas)  •  486 Visitas

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El Árbol

María Luisa Bombal

El pianista se sienta, tose por prejuicio y se concentra un instante. Las

luces en racimo que alumbran la sala declinan lentamente hasta detenerse en

un resplandor mortecino de brasa, al tiempo que una frase musical comienza a

subir en el silencio, a desenvolverse, clara, estrecha y juiciosamente

caprichosa.

"Mozart, tal vez" -piensa Brígida. Como de costumbre se ha olvidado de

pedir el programa. "Mozart, tal vez, o Scarlatti..." ¡Sabía tan poca música! Y

no era porque no tuviese oído ni afición. De niña fue ella quien reclamó

lecciones de piano; nadie necesitó imponérselas, como a sus hermanas. Sus

hermanas, sin embargo, tocaban ahora correctamente y descifraban a primera

vista, en tanto que ella... Ella había abandonado los estudios al año de

iniciarlos. La razón de su inconsecuencia era tan sencilla como vergonzosa:

jamás había conseguido aprender la llave de Fa, jamás. "No comprendo, no

me alcanza la memoria más que para la llave de Sol". ¡La indignación de su

padre! "¡A cualquiera le doy esta carga de un infeliz viudo con varias hijas que

educar! ¡Pobre Carmen!, Seguramente habría sufrido por Brígida, Es retardada

esta criatura".

Brígida era la menor de seis niñas todas diferentes de carácter. Cuando

el padre llegaba por fin a su sexta hija, lo hacía tan perplejo y agotado por las

cinco primeras que prefería simplificarse el día declarándola retardada. "No

voy a luchar más, es inútil. Déjenla. Si no quiere estudiar, que no estudie. Si le

gusta pasarse en la cocina, oyendo cuentos de ánimas, allá ella. Si le gustan las

muñecas a los dieciséis años, que juegue". Y Brígida había conservado sus

muñecas y permanecido totalmente ignorante.

-¡Qué agradable es ser ignorante! -¡No saber exactamente quién fue

Mozart; desconocer sus orígenes, sus influencias, las particularidades de su

técnica! Dejarse solamente llevar por él de la mano, como ahora.

Y Mozart la lleva, en efecto. La lleva por un puente suspendido sobre

un agua cristalina que corre en un lecho de arena rosada. Ella está vestida de

blanco, con un quitasol de encaje, complicado y fino como una tela raña,

abierto sobre el hombro.

-Estás cada día más joven, Brígida. Ayer encontré a tu marido, a tu ex

marido, quiero decir. Tiene todo el pelo blanco.

Pero ella no contesta, no se detiene, sigue cruzando el puente que

Mozart le ha tendido hacía el jardín de sus años juveniles.

Altos surtidores en los que el agua canta. Sus dieciocho años, sus

trenzas castañas que desatadas le llegaban hasta los tobillos, su tez dorada, sus

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ojos oscuros tan abiertos y como interrogantes. Una pequeña boca de labios

carnosos, una sonrisa dulce y el cuerpo más liviano y gracioso del mundo. ¿En

qué pensaba, sentada al borde de la fuente? En nada. "Es tan tonta como linda"

decían. Pero a ella, nunca le importó ser tonta ni "planchar" en los bailes. Una

a una iban pidiendo en matrimonio a sus hermanas. A ella no la pedía nadie.

¡Mozart! Ahora le brinda una escalera de mármol azul por donde ella

baja entre una doble fila de lirios de hielo. Y ahora le abre una verja de

barrotes, con puntas doradas para que ella pueda echarse al cuello de Luis, el

amigo íntimo de su padre. Desde muy niña, cuando todos la abandonaban,

corría hacia Luis. El la alzaba y ella le rodeaba el cuello con los brazos, entre

risas que eran como pequeños gorjeos y besos que le disparaba aturdidamente

sobre los ojos, la frente y el pelo ya entonces canoso (¿es que nunca había sido

joven?) como una lluvia desordenada. ."Eres un collar -le decía Luis-. Eres

como un collar de pájaros".

Por eso se había casado con él. Porque al lado de aquel hombre solemne

y taciturno no se sentía culpable de ser tal cual era: tonta, juguetona y

perezosa. Si, ahora que han pasado tantos años comprende que no se había

casado con Luis por amor; sin embargo, no atina a comprender por qué, por

qué se marchó ella un día, de pronto...

Pero he aquí que Mozart la toma nerviosamente de la mano y,

arrastrándola en un ritmo segundo a segundo mas apremiante, la obliga a

cruzar el jardín en, sentido inverso, a retomar el puente en una carrera que es

casi una huida. Y luego de haberla despojado del quitasol y de la falda

transparente, le cierra la puerta de su pasado con un acorde dulce y firme a la

vez, y la deja en una sala de conciertos, vestida de negro, aplaudiendo

maquinalmente en tanto crece la llama de las luces

...

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