Fabulo De Polifemo Y Galatea
lianatty29 de Abril de 2014
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stón le obedecía tan ligero,
Y al grave peso junco tan delgado,
Que un día era bastón y otro cayado.
Negro el cabello, imitador undoso
De las oscuras aguas del Leteo,
Al viento que lo peina proceloso
Vuela sin orden, pende sin aseo;
Un torrente es su barba, impetuoso
Que —adusto hijo de este Pirineo—
Su pecho inunda— o tarde, o mal, o en vano
Surcada aun de los dedos de su mano.
No la Trinacria en sus montañas, fiera
Armó de crueldad, calzó de viento,
Que redima feroz, salve ligera
Su piel manchada de colores ciento:
Pellico es ya la que en los bosques era
Mortal horror al que con paso lento
Los bueyes a su albergue reducía,
Pisando la dudosa luz del día.
Cercado es, cuando más capaz más lleno,
De la fruta, el zurrón, casi abortada,
Que el tardo otoño deja al blando seno
De la piadosa yerba encomendada:
La serva, a quien le da rugas el heno;
La pera, de quien fue cuna dorada,
La rubia paja y —pálida turora—
La niega avara y pródiga la dora.
Erizo es, el zurrón, de la castaña;
Y —entre el membrillo o verde o datilado—
De la manzana hipócrita, que engaña,
A lo pálido no, a lo arrebolado,
Y de la encina honor de la montaña,
Que pabellón al siglo fue dorado,
El tributo, alimento, aunque grosero,
Del mejor mundo, del candor primero.
Cera y cáñamo unió —que no debiera—
Cien cañas, cuyo bárbaro rüido,
De más ecos que unió cáñamo y cera
Albogues, duramente es repetido.
La selva se confunde, el mar se altera,
Rompe Tritón su caracol torcido,
Sordo huye el bajel a vela y remo:
¡Tal la música es de Polifemo!
Ninfa, de Doris hija, la más bella,
Adora, que vio el reino de la espuma.
Galatea es su nombre, y dulce en ella
El terno Venus de sus Gracias suma.
Son una y otra luminosa estrella
Lucientes ojos de su blanca pluma:
Si roca de cristal no es de Neptuno,
Pavón de Venus es, cisne de Juno.
Purpúreas rosas sobre Galatea
La Alba entre lilios cándidos deshoja:
Duda el Amor cuál más su color sea,
O púrpura nevada, o nieve roja.
De su frente la perla es, eritrea,
Émula vana.
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El ciego dios se enoja,
Y, condenado su esplendor, la deja
Pender en oro al nácar de su oreja.
Invidia de las ninfas, y cuidado
De cuantas honra el mar deidades, era;
Pompa del marinero niño alado
Que sin fanal conduce su venera.
Verde el cabello, el pecho no escamado,
Ronco sí, escucha a Glauco la ribera
Inducir a pisar la bella ingrata,
En carro de cristal, campos de plata.
Marino joven, las cerúleas sienes,
Del más tierno coral ciñe Palemo,
Rico de cuantos la agua engendra bienes,
Del Faro odioso al promontorio extremo;
Mas en la gracia igual, si en los desdenes
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