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GLOBALIZACION Y SOBERANIA NACIONAL

carmenzali5 de Mayo de 2014

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La globalización y la soberanía nacional

La globalización ha impuesto límites a la soberanía nacional y a la capacidad de acción de los Estados, la cual se manifiesta a través de la creciente expansión del poderío de las empresas transnacionales, los organismos internacionales y supranacionales y a lo que se perfila como un gobierno mundial, en el cual instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial, la OMC y la OCDE, entre otras, son los brazos institucionales que están imponiendo al resto del mundo una arquitectura del sistema de economía global que responde cada vez más a los intereses de los grandes centros de poder económico, y que ha traído inevitablemente crecientes niveles de inestabilidad, precariedad y exclusión de las oportunidades al mundo no desarrollado.

Las economías nacionales son cada vez más dependientes de las dinámicas de la economía global en los ámbitos comercial, financiero y monetario y por tanto escapan al control de los Estados nacionales en varias esferas claves. Esto, también se extiende al ámbito de las comunicaciones, las redes de información y a lo cultural en su más amplia acepción, lo que tiene además profundas implicaciones para el mantenimiento de las identidades culturales.

Los centros de poder promueven postulados básicamente neoliberales, cuyos pilares descansan en la desregularización y la liberalización de las fuerzas del mercado. Esta fórmula se presenta como la panacea del éxito económico, sin distinciones entre los diferentes niveles de desarrollo y las diversas realidades económicas en el mundo de hoy.

La inestabilidad e incertidumbre reinantes en el entorno económico internacional han afectado significativamente la capacidad de planificación y de promoción del desarrollo de los gobiernos nacionales. Las políticas económicas y sociales han quedado reducidas a procesos de ajuste y de gestión de muy corto plazo, en virtud de la búsqueda de equilibrios financieros y contables.

Al propio tiempo se constató un creciente consenso con respecto al deterioro de la capacidad del Estado para promover el crecimiento económico y el empleo, al perder éste control sobre la demanda y la inversión.

El debilitamiento progresivo de las funciones del estado, en relación con la redistribución de los ingresos y como moderador de las tensiones sociales, es otra de las principales consecuencias de la globalización en términos de la soberanía nacional. Los gobiernos han sido obligados, en nombre de la eficiencia económica y guiados por la lógica del mercado a enfrentar significativos recortes en los gastos públicos y desmantelar los sistemas de bienestar social.

En definitiva, existe una reducción apreciable del grado de independencia nacional para realizar una política económica autónoma. No obstante es posible ejercer la soberanía cuando existe voluntad política, aún cuando se trate de países que no están en el centro del poder mundial. Lo importante es que el gobierno no renuncie a conservar la integridad del país.

El ideal de soberanía se fijó en el imaginario social de los pueblos porque es fruto de la lucha de hombres y mujeres concretas por la libertad, la independencia nacional y la dignificación de la persona. La historia de la mundialización capitalista ha sido en gran medida la historia de la defensa de la soberanía de las naciones oprimidas. Esa mundialización ha transcurrido regida por una contradicción insalvable entre la tendencia objetiva de convergencia y unión de las economías nacionales en un sistema internacional y el modo forzado, violento y rapaz en que ésta se ha consumado. A este proceso le ha sido consustancial la colonización como política de dominación de las naciones débiles por las más fuertes y el reparto del mundo, por los diferentes bloques imperialistas

"la relación entre derechos humanos y soberanía, globalización y deuda externa"

Touraine, 1999: 17-31).

En esencia, la globalización económica es el proceso por el cual las economías nacionales se integran progresivamente a la economía internacional, de modo que su evolución dependerá cada vez más de los mercados internacionales menos de las políticas económicas gubernamentales (Estefanía, 2000: 47)

Este orden negador de los derechos humanos, en especial de los económicos, sociales y culturales, se ve agravado a comienzos del siglo XXI por tres factores: En primer lugar, porque hoy los mercados se han convertido en el modo dominante de regulación, ya que las políticas públicas han perdido su importancia frente a los agentes privados. Esto ha debilitado a los Estados en su voluntad y su capacidad para garantizar la vigencia de los DDHH

El proceso de globalización en marcha ofrece nuevos obstáculos para la vigencia de los DESC, pero también nuevos mecanismos y oportunidades de coordinar las luchas y resistencias a nivel internacional. Recientemente, los movimientos de resistencia a la globalización neoliberal han incrementado sus movilizaciones en distintas partes del mundo y han comenzado a conformar un verdadero movimiento por la ciudadanía global.

Del mismo modo que los grandes señores del capital financiero, de los organismos multilaterales y de las grandes corporaciones transnacionales se reúnen cada año en

Davos con los personajes más importantes de la política, la economía y los medios de comunicación para acordar la manera de impulsar y orientar el proceso de globalización, los movimientos globales por la solidaridad y la justicia social y económica global han comenzado también a coordinar sus experiencias y a acordar estrategias comunes. Este proceso ha recibido un impulso notable a partir de la realización de los encuentros anuales del Foro Social Mundial comenzado en el año 2001.

La defensa de los avances sociales y democráticos locales, la lucha por la elevación de los estándares de derechos humanos, laborales y ambientales, y la utilización de los mecanismos internacionales orientados a fortalecer una ciudadanía mundial activa y militante están ofreciendo nuevos escenarios para la exigibilidad de los derechos económicos sociales y culturales y para la promoción de una concepción integral de los derechos humanos que comienzan a mostrar que la globalización excluyente y autoritaria que hasta ahora hemos tenido no constituye un destino inevitable. Hoy comienza a vislumbrarse que una globalización alternativa que coloque al centro la vida, la expansión de la democracia, el respeto por el medio ambiente y la vigencia plena de los derechos humanos puede constituir una utopía posible. Los tiempos de la derrota, del pesimismo y de la falta de alternativas comienzan a ser superados. Cada vez más hombres y mujeres han comenzado a convencerse de que otro mundo es posible

RICARDO COMBELLAS | EL UNIVERSAL

sábado 30 de junio de 2012 03:39 PM

La soberanía es un concepto surgido a mediados del siglo XVI en Europa, pilar capital de justificación del Estado moderno. Nacido del combate exitoso de los nuevos reinos unificados en torno a la figura del monarca, primeramente en Francia, Inglaterra, Suecia y España, frente a las pretensiones del imperio, la iglesia y la aristocracia, tuvo su primer artífice en la figura del pensador francés Jean Bodin, para luego ser fortalecido el concepto gracias a la rigurosidad teórica que le imprimió el genial autor inglés Thomas Hobbes. Bodin definió la soberanía como "potestad absoluta y perpetua de una República" y dotó al nuevo concepto de una serie de atributos, como el hecho de ser absoluto, inalienable e indivisible. Es conveniente recordar el origen histórico del concepto, pues no se entiende sin la idea central del Estado absoluto y la consideración del ser humano como súbdito, desprovisto de derechos y atado a obligaciones de obediencia al monarca. Aparejado a la soberanía surgirá también un concepto, verdadera arma de lucha consustancial al manejo arbitrario del poder, que no es otro que la "razón de Estado", justificación tanto en el pasado como en el presente de toda clase de desafueros y crímenes contra la humanidad por parte de los gobernantes inescrupulosos. En la concepción absolutista del poder el rey era legibus solutus, es decir, hacía la ley y estaba por encima de la ley; no asumía ninguna clase de responsabilidad por sus actos, que se regían por lo que a su buen entender consideraba como beneficioso para el reino. Por ello la coronación del rey no era sólo un evento de gran valor simbólico sino también religioso. Los súbditos atestaban ese día los templos para pedirle a Dios que los bendijera con un rey bueno y les conjurara la posibilidad de uno malvado y destructivo.

Los derechos humanos vinieron al mundo real en su conceptualización como derecho positivo, de la mano de las ideas de la Ilustración, en el siglo de las luces, y tendrían su primera expresión como vocación universal en la Declaración francesa de los derechos del hombre y del ciudadano, aprobada por la Asamblea Nacional surgida del movimiento revolucionario el 26 de agosto de 1789. Nótese bien, los derechos se declaran, no se constituyen, pues están inscritos en la naturaleza humana, son derechos naturales consustanciales a la dignidad de la persona humana, por tanto anteriores y superiores al Estado, al que corresponde más bien protegerlos, salvaguardarlos y garantizarlos. En suma, los derechos humanos son superiores ontológica y axiológicamente al concepto de soberanía, y de ahora en adelante la "razón de Estado" debe ser sustituida

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