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Identidad Nacional

barreto15125 de Noviembre de 2013

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La identidad en Venezuela

Roberto López Sánchez

La identidad en la Venezuela del siglo XIX

Cuando Venezuela se constituyó como república en 1830, una serie de elementos influían para que los pobladores de la nueva nación no se reconocieran a sí mismos como parte integrante de Venezuela.

En primer lugar hay que establecer claramente que el Proyecto Nacional de nuestros libertadores, y más específicamente el de Simón Bolívar, no se restringía a los estrechos límites de la Capitanía General de Venezuela. En los hechos, Bolívar constituyó la República de Colombia, que abarcaba el territorio de las que hoy son cuatro naciones latinoamericanas: Ecuador, Colombia, Panamá y Venezuela. Su concepto de patria iba mucho más allá de la misma Colombia; “para nosotros la patria es la América”, había dicho en la Carta de Jamaica.

El Libertador nunca descansó en su lucha independentista, e hizo esfuerzos prácticos por conformar una confederación de países hispanoamericanos al convocar el Congreso de Panamá en 1826. De todos son conocidos sus planes para invadir Cuba y Puerto Rico y terminar de destruir así el poderío colonial español en América. De acuerdo con lo anterior, la identidad nacional de nuestros libertadores, la patria por la cual ellos luchaban era toda la América Latina. No había un proyecto nacional específicamente venezolano durante la guerra de independencia. La derrota del proyecto bolivariano y el triunfo de los planes localistas de las oligarquías de Caracas y de Bogotá, permitieron la desmembración de la Gran Colombia y el surgimiento de Venezuela como república en 1830.

Un segundo elemento, no menos importante, también conspiraba para que en 1830 no pudiera hablarse de una identidad nacional venezolana. Las distintas provincias de la Capitanía General se habían conformado históricamente como regiones agroexportadoras relacionadas con una ciudad-puerto (como Maracaibo, Puerto Cabello, La Guaira, Cumaná y Angostura), que se comunicaban directamente con la metrópoli española a través de sus posesiones en el Caribe, sin que existiera mayor relación e interdependencia entre dichas provincias. Además la misma Capitanía General era de reciente conformación (1777), y no había transcurrido un tiempo histórico necesario como para que se construyera una identidad común en sus pobladores. Para los habitantes del oriente del país, así como para los de los Andes, el Zulia, o la Guayana, Venezuela no significaba patria, no existía un sentimiento de identidad que agrupara sus expectativas sociales, pues hasta ese momento, la sociedad colonial tenía en común principalmente elementos derivados de su relación con el Imperio Español (1), mas no elementos culturales nacidos de un intercambio intrarregional inexistente. Las constantes guerras civiles del siglo XIX se explican en parte por la disputa entre las élites de las distintas regiones por intentar hegemonizar la conducción política de la república; la guerra civil oriental, en 1834, es un buen ejemplo de ello. Igualmente las declaraciones de independencia y los intentos separatistas, que abundaron en ciudades como Maracaibo, se explican también en este contexto de disgregación regional de la nación venezolana.

Una tercera circunstancia operaba en los procesos de identidad de la población venezolana: la constitución de nuevas fuerzas sociales como actores decisivos en el proceso político nacional. Durante el período colonial, la mayoría de la población no tenía derechos, como los esclavos, o los tenía considerablemente restringidos, como los indígenas y los pardos. Estos tres grupos sumaban más del 80 % de la población venezolana a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. Esta situación evidentemente generaba una limitación para el desarrollo de una identidad cultural hacia la sociedad colonial dominante; mal podían identificarse los esclavos, indios y pardos con un régimen que los excluía y los explotaba. Pero el descontento social acumulado durante más de trescientos años de expoliación colonial explotó simultáneamente con la crisis de la corona española y los pronunciamientos independentistas a partir de 1810, aunque en las décadas anteriores ya venía manifestándose ese protagonismo popular en la insurrección de los Comuneros (1781), en la insurrección de José Leonardo Chirinos (1795), y en las conspiraciones de Gual y España (1797) y de Francisco Javier Pirela (1799).

La guerra de independencia en nuestro territorio fue la más larga y la más sangrienta de todo el proceso emancipador latinoamericano. Más de una década de lucha agotó a la fracción mantuana dirigente del proceso, y diversas circunstancias obligaron a la oligarquía criolla pro-independentista a incorporar a las filas patriotas a los pardos y los esclavos para poder derrotar a las fuerzas militares españolas. La guerra de independencia se manifestó inicialmente como una guerra social, en la que se enfrentaban los blancos ricos terratenientes, promotores de la independencia en 1810-1811, contra el ejército de esclavos y mestizos comandado por José Tomás Boves que si bien luchaba bajo las banderas del rey español, en la práctica libraba una guerra racial cuyo objetivo era exterminar a los blancos y su dominio político-económico sobre el territorio venezolano. Bolívar y el resto de patriotas sólo pudieron contrarrestar esa situación dándoles ellos mismos la libertad a los esclavos y decretando la igualdad de los ciudadanos ante la ley, con lo que se abolían las legislaciones que limitaban los derechos de los pardos en la anterior sociedad colonial. El ejército popular que de allí surgió permitió el encumbramiento de jefes militares que no eran mantuanos, como el mismo José Antonio Páez, y en muchos casos que eran mestizos, como Manuel Piar.

De la guerra de independencia surgió una sociedad más democrática, más igualitaria, en la cual la élite dominante se había ampliado con la incorporación de los caudillos militares que ahora tenían grandes posesiones territoriales y eran además los jefes fundamentales de la estructura política del país. La población mestiza y esclava había tenido por primera vez en la historia una participación significativa en los procesos sociopolíticos, y aspiraba a que sus anhelos igualitarios fueran refrendados en la nueva sociedad independiente que comenzaba a erigirse. Como es sabido, esto no ocurrió, y la oligarquía criolla refrendó en 1830 la continuidad del régimen esclavista, y estableció un sistema político que limitaba los derechos de participación a la gran mayoría de la población no poseedora de bienes de fortuna. Esta situación generó a lo largo del siglo XIX republicano constantes confrontaciones sociales, expresadas en insurrecciones campesinas cuyo punto culminante fue la Guerra Federal, en 1859-1863. El triunfo del federalismo contribuyó aún más a fortalecer ese sentimiento igualitario del venezolano, y arraigar características sociopolíticas como la conformación popular del ejército. Aunque en términos económicos el triunfo del federalismo no introdujo cambios estructurales, sí logró ampliar nuevamente la integración de la élite dominante: los jefes de las montoneras federales fueron incorporados al grupo dirigente y hegemonizaron de hecho la conducción política del país hasta finales del siglo.

En lo político, Venezuela estuvo conducida durante el siglo XIX republicano por los generales de la independencia (Páez, Soublette, Monagas), en primer lugar, y por los generales de la federación (Falcón, Guzmán Blanco, Joaquín Crespo), en segundo término. (2). Pocos de ellos procedían del sector mantuano que constituía en 1810 la élite criolla dominante. El grupo social dominante tuvo que ampliar su integración para poder mantener la continuidad de las relaciones de producción coloniales: la esclavitud y el peonaje, vinculadas a la agroexportación bajo control ahora del comercio inglés fundamentalmente.

Esta élite dominante tenía la urgente necesidad de consolidar su poder mediante la promoción de un sentimiento de identidad nacional que unificara culturalmente a un territorio que como ya dijimos tenía un pasado y un presente de autonomía relativa como regiones agroexportadoras vinculadas directamente al mercado mundial. Por otra parte, había que formar esa identidad nacional en cierta forma contra natura: los elementos étnicos comunes a los venezolanos también nos unían con los colombianos, ecuatorianos, peruanos, bolivianos, mexicanos, etc. El idioma español, la religión católica, las costumbres heredadas de la España absolutista en su sincretismo colonial con la sociedad autóctona y la mezcla con la población africana esclavizada; el mismo proceso independentista iniciado simultáneamente, dirigido por individuos que se conocían entre sí y que en cierta forma actuaron de común acuerdo (como Bolívar y San Martín). Toda una cultura común en Hispanoamérica, de la cual había que forzar el nacimiento de una identidad específicamente venezolana.

El ariete de ese proceso de construcción de una identidad nacional fue la figura de Bolívar y la gesta independentista que él encabezó. Los mismos que habían expulsado a Bolívar del país y hecho fracasar su proyecto político de integración latinoamericana, lo trajeron de nuevo ya muerto, en 1842, para homenajearlo en el Panteón Nacional y construir en torno a él un culto que buscaba unificar los sentimientos de todos los venezolanos.

Pero este culto a Bolívar, a los libertadores y al proceso de independencia, desvirtuaba el objetivo real que ellos habían perseguido. Su lucha era presentada ahora como

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