Ilusiones
ricken44 de Enero de 2012
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Nota del Autor
FUE UNA PREGUNTA que escuché en más de una ocasión después de la aparición
de Juan Salvador Gaviota.
«¿ Qué escribirás ahora, Richard? Después de Gaviota, ¿qué?
Entonces contestaba que no tenía que escribir nada nuevo, ni una palabra, y que la suma
de mis libros decía todo lo que me había propuesto hacerles decir. Cuando has pasado
hambre durante algún tiempo, te han embargado el coche y te han sucedido cosas por el
estilo, te sientes extraño al no tener que trabajar hasta medianoche.
Con todo, casi ningún verano olvidé a mi antiguo biplano. En él salía a sobrevolar los
verdes océanos de nuestras praderas del Medio Oeste norteamericano. Cobraba tres dólares
por pasajero y empecé a sentir que crecía la antigua tensión: aún quería decir algo; algo que
no había dicho.
Escribir no me produce ningún placer. Si pudiera volverle la espalda a la idea agazapada
en la oscuridad, si pudiera abstenerme de abrirle la puerta para dejarla entrar, ni siquiera
cogería la pluma.
Pero alguna que otra vez se produce una gran explosión: cristales, ladrillos y astillas
atraviesan violentamente la fachada, y un personaje se yergue sobre los escombros, me agarra
por el cuello y me dice dulcemente: «No te soltaré hasta que me pongas en palabras, sobre el
papel».
Así me encontré con Ilusiones.
Incluso ahí, en el Medio Oeste, me tumbaba boca arriba, vaporizando nubes, y no
conseguía sacarme la historia de la cabeza... ¿Qué sucedería si apareciera un auténtico
experto, capaz de explicarme cómo funciona mi universo y cuál es el sistema para
domeñarlo? ¿Qué sucedería si encontrara a un superdotado... si visitara nuestro tiempo un
Siddartha o un Jesús, con poder sobre las ilusiones del mundo merced a su conocimiento de
la realidad que se oculta detrás de ellas? ¿Y qué sucedería si le encontrara en persona, si
pilotara un biplano y aterrizara en el mismo prado donde lo hago yo? ¿Qué diría ese individuo,
y cómo sería?
Quizá no se parecería al mesías de las páginas pringosas de mi diario, y tal vez no diría
nada de lo que este libro dice. Pero si fuera cierto lo que me dijo él -por ejemplo, que
materializamos magnéticamente en nuestras vidas todo aquello que albergamos en nuestro
pensamiento-, estaría justificado, de alguna manera, el que yo haya llegado a este trance. Y lo
mismo vale para ti. Quizá no tengas este libro en las manos por pura coincidencia; quizá
hayas venido aquí para recordar algún elemento de estas aventuras.
He optado por pensar así. Y he optado por pensar que mi mesías está posado allí, en otra
dimensión, y que no es en absoluto ficticio: nos vigila, y ríe porque encuentra divertido que
las cosas sucedan tal como las hemos planeado.
1
1. Vino al mundo un Maestro, nacido en la
tierra santa de Indiana de Indiana, criado
en las colinas místicas situadas al este de
Fort Wayne.
2. El Maestro aprendió lo que concernía a este
mundo en las escuelas públicas de Indiana y
luego, cuando creció, en su oficio de
mecánico de automóviles.
3. Pero el Maestro traía consigo los
conocimientos de otras tierras y otras
escuelas, de otras vidas que había vivido.
Los recordaba, y presto que los recordaba
adquirió sabiduría y fuerza, y la gente
descubrió su fortaleza, y acudió a él en
busca de consejo.
4. El Maestro creía que disfrutaba de la
facultad de ayudarse a sí mismo y de ayudar
a toda la humanidad, y puesto que lo creía,
así fue, de modo que otros vieron su poder
y acudieron a él para que les curase de sus
tribulaciones y sus muchas enfermedades.
5. El Maestro creía que es bueno que todo
hombre se vea a sí mismo como hijo de Dios,
y puesto que lo creía, así fue, y los
talleres y los garajes donde trabajaba se
poblaron y atestaron con quienes buscaban
su sabiduría y el contacto de su mano, y
las calles circundantes con quienes sólo
anhelaban que su sombra pasajera se
proyectara sobre ellos y cambiara sus
vidas.
6. Sucedió, en razón de las multitudes, que
varios capataces y jefes de talleres le
ordenaron al Maestro que dejara sus
herramientas y siguiera su camino, porque
el apiñamiento era tal que ni él ni los
otros mecánicos tenían espacio para
trabajar en la reparación de los
automóviles.
7. Se internó, pues, en la campiña, y sus
seguidores empezaron a llamarlo Mesías, y
hacedor de milagros; y puesto que lo
creían, así fue.
8. Si estallaba una tormenta mientras él
hablaba, ni una sola gota de lluvia tocaba
la cabeza de uno de sus oyentes, y quienes
estaban en el fondo de la multitud,
escuchaban sus palabras con tanta nitidez
como los primeros, aunque en el cielo
retumbaran rayos y truenos. Y siempre les
hablaba en parábolas.
9. Y les dijo: “En cada uno de nosotros reside
el poder de prestar consentimiento a la
salud y a la enfermedad, a las riquezas y a
la pobreza, a la libertad y a la
esclavitud. Somos nosotros quienes las
domeñamos y no otro.”
10. Un obrero habló y dijo: “Es fácil para ti,
Maestro, porque a ti te guían y a nosotros
no, y no necesitas trabajar como trabajamos
nosotros. En este mundo el hombre debe
trabajar para ganarse la vida.”
11. El Maestro respondió y dijo: “Una vez vivía
un pueblo en el lecho de un gran río
cristalino.
12. “La corriente del río se deslizaba
silenciosamente sobre todos sus habitantes:
jóvenes y ancianos, ricos y pobres, buenos
y malos, y la corriente seguía su camino,
ajena a todo lo que no fuera su propia
esencia de cristal.
13. “Cada criatura se aferraba como podía a las
ramitas y rocas del lecho del río, porque
su modo de vida consistía en aferrarse y
porque desde la cuna todos habían aprendido
a resistir la corriente.
14. “Pero al fin una criatura dijo: ‘Estoy
harta de asirme. Aunque no lo veo con mis
ojos, confío en que la corriente sepa hacia
dónde va. Me soltaré y dejaré que me lleve
a donde quiera. Si continúo inmovilizada,
me moriré de hastío’.
15. “Las otras criaturas rieron y exclamaron:
‘¡Necia! ¡Suéltate, y la corriente que
veneras te arrojará, revolcada y hecha
pedazos contra las rocas, y morirás más
rápidamente que de hastío!’
16. “Pero la que había hablado en primer
término no les hizo caso, y después de
inhalar profundamente se soltó;
inmediatamente la corriente la revolcó y la
lanzó contra las rocas.
17. “Mas la criatura se empecinó en no volver a
aferrarse, y entonces la corriente la alzó
del fondo y ella no volvió a magullarse ni
a lastimarse.
18. “Y las criaturas que se hallaban aguas
abajo, que no la conocían, clamaron: ‘¡Ved
un milagro! ¡Una criatura como nosotras, y
sin embargo vuela! ¡Ved al Mesías, que ha
venido a salvarnos a todas!’
19. “Y la que había sido arrastrada por la
corriente respondió: ‘No soy más mesías que
vosotras. El río se complace en alzarnos,
con la condición de que nos atrevamos a
soltarnos. Nuestra verdadera tarea en este
viaje, esta aventura.’
20. “Pero seguían gritando, aún más alto:
‘¡Salvador!, sin dejar de aferrarse a las
rocas. Y cuando volvieron a levantar la
vista, había desaparecido, y se quedaron
solas, tejiendo leyendas acerca de un
Salvador.”
21. Y sucedió que cuando vio que la multitud
crecía día a día, más hacinada y apretada y
enfervorizada que nunca, y cuando vio que
los hombres le urgían para que les
alimentara con sus milagros, para que
aprendiera por ellos y viviera sus vidas,
se sintió afligido, y ese día subió solo a
la cima de un monte solitario y allí oró.
22. Y dijo en el fondo de su alma: “Será un
Portento Infinito, si esa es tu voluntad,
que apartes de mí este cáliz, que me
ahorres esta tarea imposible. No puedo
vivir las vidas de los demás, y sin embargo
diez mil personas me lo suplican. Lamento
haber permitido que sucediera todo esto. Si
esa es tu voluntad, autorízame a volver a
mis motores y a mis herramientas, y a vivir
como los otros hombres.”
23. Y una voz le habló en las alturas, una voz
que no era ni masculina ni femenina,
poderosa ni suave, sino infinitamente
bondadosa. Y la voz le dijo: “No se hará mi
voluntad, sino la tuya. Porque lo que tú
deseas es lo que yo deseo de ti. Sigue tu
camino como los otros hombres, y que seas
feliz en la Tierra.”
24. Al escucharla, el Maestro se regocijó, y
dio las gracias, y bajó de la cima del
monte tarareando una cancioncilla popular
entre
...